“Es un
decir” es una novela corta de Jenn Díaz. Apenas 160 páginas, que me he leído en
menos de 48 horas. De un par de tirones, vamos.
Leyéndola
me asaltaban dos problemas: primero, el hecho de que a veces me resultaba
excesivamente repetitiva; y, segundo, creo que hay un problema de verosimilitud
que, sin duda, la propia autora ha tratado de gestionar y solucionar. Pero no
sé si ha llegado a conseguirlo muy bien.
Tres
historias de tres mujeres (y los hombres que se les cruzan): la “abuela-madre”,
la “madre-hija” y la “hija-nieta”. Y dos narradores diferentes: la abuela con
una historia sorprendente, impresionante, aunque no llego a saber si resulta
verosímil; y la nieta, que lleva la parte más extensa de la narración,
haciendo, a veces, difícil creer que la reflexión de una “niña” de casi 14 años
pueda llegar a semejante profundidad.
Salvados
esos dos escollos, la novela es de esas que se lee de un tirón, de las que uno
no abandonaría hasta acabarla y de las que, posiblemente, pide una relectura
para exprimir más y mejor el jugo que lleva dentro.
La
historia transcurre en un pueblo (aunque casi nada sepamos de él), en un pueblo
en tanto en cuanto se contrapone a una ciudad. ¿Tiene eso alguna importancia?
Pues no lo sé. Pero sí puedo decir que si yo la he leído es porque hace algún
tiempo me sorprendió leer sobre la existencia de lo que llamaban “ruralismo
literario”, uno de cuyos exponentes era esta novela.
Como si
verdaderamente se tratara de “ruralismo”, he vuelto (al cabo de un año o así)
al libro de papel. Y, además, me lo han prestado en la biblioteca del pueblo,
que es como hay que leer estas cosas.
Os
puedo decir que aún recuerdo cómo se pasan las páginas, que las hojas
deslumbran ( de blancas) al sol de la piscina y que no he podido marcar ningún
texto (el libro no era mío) para dejároslo aquí. Una pena, esto último.
Es una
buena, muy buena, novela. Para todos (es un decir).
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