viernes, 31 de marzo de 2017

Recursos inhumanos

Esta tarde he acabado de leerla y aún estoy perplejo por la noche. “Recursos inhumanos”, la última novela traducida de Pierre Lemaitre (es del 2009) se lee “como un tiro”, en un auténtico y continuado “sprint”. Sin resuello. Casi obligándote a “déjala, ya seguirás mañana”.
Y cuando acabas y te detienes, casi en seco, empiezas a pensar que no, que no es posible, que resulta absolutamente inverosímil, que “te la han colado”.
Perplejo: “El suspense, impecable; los giros, desconcertantes; la emoción,  bien dosificada”, he leído que dice una tal  Philippe Lemaire.
¿Es una maravilla de novela? Ya su primer capítulo es espectacular (me recuerda a lo mejor de Manskell). Y, muchas de sus partes están tan bien escritas…
Pero, estoy seguro de que es exagerada. ¿Tanto como para invalidarla?
Me ha gustado mucho. La perplejidad es lo que me ha quedado al final, después de acabarla. ¿Importa mucho?
“Recursos inhumanos” es la historia de un parado mayor de 50 años que quiere volver a trabajar:
Nos robaron la confianza en nuestra propia vida, nuestra seguridad, nuestro futuro. Eso es todo lo que quería reconquistar”

Por eso, cuando lo cree reconquistado, puede decir: “ahora es como si hubiese cometido fraude fiscal: tengo derecho a vivir en el barrio VIP”

miércoles, 29 de marzo de 2017

Envejecer o ser viejo

Cuando hace muchos años estudiaba sociología del lenguaje aprendí que nada tiene existencia real e individualizada hasta que una palabra no lo define, estableciendo los límites entre los otros que no son él y él que no es los otros.
Es la grandeza y la responsabilidad del lenguaje.
Kostas Jaritos (lo he recordado hace nada), el poli de Petros Márkaris, cuando necesita luz en medio de sus investigaciones o de su vida diaria, acude al diccionario y busca allí la definición de lo que no acaba de entender. Le funciona. ¡Qué suerte la suya! Probemos a ver.
Pero, antes, pongámonos en situación.
Dicen que, cuando una mujer cae embarazada, ve mujeres embarazadas allá por donde pasa. Puede que a mí me ocurra lo mismo. No con el embarazo, pero sí con las cosas de los viejos: O sea, que no hago más que ver y oír, por todas partes, llamadas al envejecimiento activo (tanto que no hace ni 20 días que hable de ello en este mismo blog).
Necesito. Realmente tengo necesidad de decir tres cosas que me parecen evidentes:
1. Mientras uno está envejeciendo, no ha llegado aún a viejo.
2. Mientras todos estemos envejeciendo, nadie habrá llegado a viejo.
3. Todos estamos envejeciendo, luego, no hay viejos.
Se acabó el problema de los viejos. Viejos son los trapos. No nos preocupemos de quienes no existen.
Es más que probable que por aquí vayan los tiros. Algunos tiros: si usted no sabe envejecer, es problema suyo.
Pues bueno. Yo sí soy viejo. Yo ya no estoy envejeciendo. Yo ya he envejecido y he llegado a la meta: la vejez. Me ha costado mucho (casi 70 años), pero he llegado.
¿Nos puede ayudar el diccionario? Esta vez uso el de la Real Academia:
Viejo, ja
Del lat. vulg. veclus, y este del lat. vetŭlus, dim. de vetus.
1. adj. Dicho de un ser vivo: De edad avanzada. Apl. a pers., u. t. c. s.
2. adj. Existente desde hace mucho tiempo o que perdura en su estado. Mantenemos una vieja amistad.
Y siguen 11 acepciones más, que no interesan ahora.
Parece claro que soy de edad avanzada. Al menos así lo dice el mundo del trabajo (que es uno de los más definitorios en sociología). Parece claro que soy viejo.
Hablemos entonces de “viejos activos” y dejémonos de monsergas.
Porque, cuando uno es viejo, sus problemas-ocupaciones-preocupaciones-ilusiones-esperanzas-… son las de los viejos, que, como el viejo tiene mucho en común con ellos, son las mismas que las del niño y las del  joven y las del adulto (¿me dejo a alguien?). Y ese es el campo de su actividad. Posiblemente también el de su activismo. Ahí debe hacerse visible, no en esa nebulosa inconsistente del envejecimiento (que comienza cuando uno nace).
Ahora bien, no perdamos de vista que si los viejos existimos y somos diferentes también nuestras preocupaciones son diferentes, o se ven de diferente manera a como las ven o las sienten quienes aún no son de “edad avanzada”.
Y aquí engancharía con esa noticia que aparece hoy en los periódicos: el Congreso va a regular el derecho a una muerte digna.
¡Qué gran patochada! Supongo que se tratará de ver cómo se reparten (y quién se queda con la mejor parte) los recursos sedativos o paliativos entre aquellos que ya no pueden más con su vida.
La pregunta, el tema, el centro de cualquier debate serio debe ser no el de la eutanasia, no, sino el del suicidio asistido: ¿qué recursos voy a tener yo (y tú) para abandonar esta vida en  las mejores condiciones, si un día así lo decido (lo decido yo)?

Pero, esto es asunto de muchas entradas de blog y de muchas reuniones del Congreso (cuando llegue la hora… que llegará).

martes, 21 de marzo de 2017

Offshore

Siempre resulta agradable, interesante y aleccionador lee a Petros Márkaris. Esta vez también.
Pero “OffShore” no pasará a la historia como una de sus mejores novelas. Está naciendo en mí la sospecha de que con Petros Márkaris nos va a pasar un poco como con Camilleri: que el tiempo no pasa en vano… y es muy fácil que los autores se “ablanden”. Ojalá me equivoque.
En “OffShore” la crisis parece haber quedado atrás. Jaritos se debate en la tensión de creer que es así, y regocijarse de que la situación (la suya, la de su familia, la de sus conciudadanos) esté empezando a mejorar rápidamente, y la duda de que no estén ante el mismo espejismo que no hace mucho dio lugar a la mayor crisis por la que los griegos han tenido que pasar.
Y eso se traduce en una pregunta continua: ¿de dónde viene el dinero, que está solucionándolo todo?.
Posiblemente, Márkaris se retrata con absoluta fidelidad en su personaje.
En ese contexto, se desarrolla el ejercicio profesional de Jaritos: tres asesinatos a resolver. Que tampoco importan mucho en sí mismos, que sirven para fundamentar esa pregunta por el origen del dinero salvador.

Offshore se le muy fácil, como todas las novelas de P. Márkaris, y es, posiblemente, la más “familiar” de ellas: uno de cada dos capítulos, aproximadamente, tienen lugar en el seno de la familia. Y las preocupaciones, alegrías, esperanzas, temores de Jaritos giran, más que nunca en torno a ella.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Funeral en el pueblo

La iglesia, situada en lo más alto del pueblo, resulta inaccesible en automóvil.
Por eso, un buen grupo de vecinos, familiares, amigos, se junta, casi en silencio, esperando la llegada del coche fúnebre en lo que podríamos considerar para los efectos una plaza, la más próxima a la iglesiaEs que ha muerto Emilio, el “tío” Emilio.
“Tío”, en el pueblo, es una especie de título civil. Familias con muchos hermanos, que, a su vez, han engendrados proles considerables, hacen que el tío sea alguien bien visible. Son más los que le llaman tío que los que le llaman padre. Se diría que en el pueblo, mientras las generaciones permanecen allí, cuando son chicos y aún no han marchado a la ciudad, uno es más tío que padre.
Pero, volvamos. El tío Emilio ha muerto.
Y cuando llega el coche fúnebre, el cura vestido, con todos sus ornamentos litúrgicos, baja hasta la plaza, sacan el féretro del coche y entre varios lo llevan hasta el templo, donde tiene lugar el funeral religioso.
Luego, llega la “procesión” al cementerio, procesión más civil que religiosa, por mucho que en cabeza, tras el féretro, se coloque el cura con todos sus atributos rituales: ornamentos, libro, hisopo,…
Una vez en el cementerio, colocan el féretro en un nicho y proceden a un cierre, provisional en tanto no se coloque la lápida que confirme quién es el que yace allí.
No sé cuánto tiempo ha durado esa “procesión” semi silenciosa. Supongo que unos quince minutos, porque éste es un recorrido habitual en mis paseos.
Pero, ese tiempo ha sido suficiente para que yo encadene tres pensamientos seguidos: resulta que, a pesar de mis casi 70 años vividos, a pesar de haber conocido varias muertes y sus consiguientes funerales, ésta es (que yo recuerde) la primera vez que participo en una “procesión” de este tipo. Y es que en la ciudad nada de esto se hace ya (si alguna vez se hizo). La ciudad no es espacio que permita tales expresiones cívicas. ¡Menudos atascos se iban a provocar!
Luego, he pensado que, sin embargo, nada de lo que allí acontecía me era extraño. Era como si yo lo “conociera” muy bien: mis lecturas, alguna película de cine,… Aquel no dejaba de ser “mi” mundo, “mi” cultura.
Y, por fin, me ha venido a la cabeza una reflexión que un día antes escuchaba de una profesora de Historia del Arte: “en mis clases de la Universidad –decía – cada vez me resulta más difícil “explicar” el Renacimiento o el Barroco. Y es que hablo para jóvenes que no tiene ninguna referencia para entender la Inmaculada o Moisés”.
Hoy, por muchas razones que ahora no vienen a cuento, con Emilio se está muriendo la última generación de “tíos”, que yo conozco. El título se está quedando vacío. Ya no hay nuevos “tíos”.
Sin duda, algo sigue cambiando. Pero lo que sí ha venido a cuento es que Emilio, el tío Emilio ha muerto.
Y para que el cambio cultural continúe, no diré ya “descanse en paz”, sino “recordémosle como lo que fue: constructor y parte de una familia que perdurará hasta el final de los tiempos a través de las muchas culturas diferentes, que han sido y que serán”.


Nota.- Para todos aquellos preocupados (yo incluido) por la visibilidad de esa media humanidad invisible, la de las mujeres, debo decir que ha muerto un varón, pero si hubiera muerto una mujer, mi entrada estaría escrita en “femenino” sin variar ni un ápice en todo lo demás.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Envejecimiento activo

Que cada vez somos más los viejos (en cantidad) es evidente. Que cada día hay más servicios, atenciones, planes, viajes,… preparados para nosotros, un hecho incontestable.
Que cada vez son más las investigaciones, científicas, médicas, sociológicas, psicológicas,…, que tratan de conocer, alargar y mejorar nuestros últimos años, parece innegable.
Hay un concepto que engloba todo esto: el envejecimiento activo. Nada de descansar. Actuar. Menear las piernas. Mover el cerebro. No parar quieto.
Tanto que, a veces, tengo la impresión de que muchos de mis congéneres van a sufrir un terrible estrés, porque a todo ese movimientos le añaden una carga de necesidad (para estar en forma) y de culpabilidad (en caso de pararse un rato para no hacer nada). A veces, me parece que estamos en “la adolescencia de la vejez”.
Bueno, en este contexto (y como a mí también me ocupa y preocupa esto del envejecimiento activo) el lunes estuve en una charla (clase, le llaman en las aulas de Hartu-Emanak, a las que asisto con regularidad una vez por semana). La charla-clase trataba sobre cómo mantener y ampliar la memoria. Dijeron muchas cosas interesantes y nos presentaron (¿a modo de “deberes”?) una batería de posibles actuaciones en pro de mejorar nuestro cerebro.
Luego, nos rifaron unos libros (de ejercicios) y me tocó uno (¿me señaló el maldito destino?). Con él en la mano, y con un simple vistazo, comprobé lo que ya venía sabiendo: era, más o menos, como uno cualquiera de aquellos varios tomos de materiales que preparé para usar en mis clases con el objetivo de que los alumnos no “mataran” el rato, sino que le dieran un uso interesante. Buscaban todos ellos, como éste, trabajar en la mejora de la atención, la lógica, el razonamiento, la agudeza visual, la velocidad de respuesta, …
Me consta que esos materiales siguen dando vueltas por ahí, en manos de otros alumnos, en manos de otros educadores. Pero, me planteo recogerlos y pensar en cómo darles nueva vida al dirigirlos a nuevos “alumnos” (un poquito más viejos). No sé si lo haré.
Porque, tarde o temprano, al concepto del envejecimiento activo habrá que añadirle la postillas de: “y productivo”. Cada vez somos más los viejos y cada vez más los años de vida activa que nos quedan. Algo habrá que hacer, nosotros también, para contribuir a la mejora del Producto Interior Bruto. Que, si nos dejaran, se nos ocurrirían muchas cosas… y las montaríamos.
Como para alguno de vosotros puede resultar interesante (para vuestro entrenamiento personal, o como materiales elaborados para trabajar con niños, adolescentes,…) os paso algunas direcciones que nos dieron y que he comprobado: las APP (móvil u ordenador) de Peak, de Lumosity y las Torres de Hanoi. Los ejercicios interactivos de memoria del Ayuntamiento de Madrid (buscadlo en Google con estas palabras). Y esta dirección: http://blog.laharelkargoa.org/psikoestimulazio-liburua/. En ella podéis descargar un libro entero en euskera o en castellano.

Buen provecho.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Cuatro por cuatro

Recojo palabras de la web de la propia editorial (Anagrama) para recomendaros “Cuatro por cuatro” de Sara Mesa, porque son más claras de las que yo podría escribir ahora.
Después trataré de encontrar una novela negra que me ayude a descansar de tanta “negrura” como hay en las novelas de esta escritora.
“Cuatro por cuatro arranca con la historia de un grupo de chicas, lideradas por Celia, que se han fugado de un colegio pero que son atrapadas y devueltas a la institución. El colegio del que huían, el Wybrany College, es un internado completamente incomunicado del exterior y destinado a los hijos de familias acomodadas, los únicos que pueden aspirar a salvarse de un mundo en descomposición en el que la vida en la ciudad se ha hecho imposible. Pero el Wybrany College también acoge a los llamados «especiales», chicos becados cuyos padres trabajan al servicio del proyecto. Las relaciones entre ambos grupos y entre ellos, los profesores y los miembros de la Dirección –el Sr. J., la Culo o el Guía– internarán al lector en un microcosmos dominado por la manipulación y el aislamiento. Con una narrativa fragmentaria, indirecta y muy depurada, la primera parte de la novela es una suerte de enigma cuyo sentido se completará más adelante.
En la segunda parte de la obra la perspectiva cambia con la irrupción de Isidro Bedragare, un profesor sustituto que va recogiendo en un diario su particular visión de los hechos que ocurren en el extraño internado, y que a su vez también esconde un secreto.
Narrada con un peculiar estilo que juega con la insinuación y las zonas de sombra, el lector irá descubriendo en la novela un universo literario autosuficiente, inquietante y enigmático, definido por unas normas propias que apelan a las relaciones de poder entre los distintos personajes y una violencia sórdida, latente, siempre a punto de estallar.
Con esta excelente novela, Sara Mesa ahonda en la construcción de un espacio literario propio, siempre en los límites de la realidad, con personajes marcados por la desolación y la impotencia, el humor soterrado y un sutil poso crítico. Cuatro por cuatro es, en realidad, un canto a la libertad mediante la mostración de su reverso: la opresión, el aislamiento y el miedo al exterior generan monstruos.”