miércoles, 31 de julio de 2013

¡A la puta calle!




El pasado 13 de marzo hablaba en mi blog de “Las niñas perdidas” de Cristina Fallarás.
“A la puta calle. Crónica de un desahucio” de Cristina Fallarás, me ha dejado sin palabras. Acabo de terminar su lectura. No es una novela. No es ficción. Quizás un relato social, o algo así.
Sólo haré un comentario: es acojonante, literalmente.
Y ahora lo sitúo (que es todo lo que se me ocurre hacer para vosotros): Cristina Fallarás es una novelista reconocida (con varios premios, entre ellos el Hammett de novela negra o El Planeta); es periodista con colaboraciones en los grandes periódicos nacionales;…
En el año 2008, cuando la crisis económica comienza a tomar fuerza, era subdirectora de un periódico; ganaba 3.000 euros limpios al mes (según datos que ella misma da)  y lo que percibía por sus colaboraciones, artículos y libros.
Y en ese momento la despiden.
Tiene dos hijos (la pequeña nace dos meses después de su despido), 45 años y vive con un conocido escritor.
Comienza entonces un proceso económico que culminará en el 2012 con el desahucio de su vivienda. Como ella mismo afirma, es el mismo proceso que afecta a miles de ciudadanos de este país, con la sola diferencia de que ella sabe y puede contarlo, escribirlo. Pero, como todos ellos, de ninguna manera puede evitar lo que ella describe como su miserización.

Si alguno de vosotros va a sumergirse en el relato, más vale que lo haga con la conciencia tranquila, porque de otro modo…

Andando, que es gerundio

¡Qué buenos maestros tuvimos cuando, sin ninguna duda, éramos mucho más receptivos y permeables! ¡Benditos aquellos hombres y aquellas mujeres que nos enseñaron, nos invitaron, estimularon, y animaron a leer, ver, y escuchar!
Unas veces eran padres, profesores, curas,… otras eran amigos o las gentes con las que compartíamos ilusiones, protestas y luchas más o menos silenciosas, más o menos silenciadas.
Este verano, como el pasado y largo invierno, me puede la pereza y ahí siguen, sin quitarles el polvo, Shakespeare, Calderón, los poetas del 27, Machado, Lorca, Hierro,…; ahí siguen sin revisionar (que se dice ahora) Welles, Antonioni, Fellini, Ford, Losey, Bergman, Chaplin y tantos otros.
Pero, en mis paseos largos (alguno de doce kms.) y solo, que no en soledad, recupero parte de aquella música “maestra”: Gauchos, Contracanto, Calchakis, Cafrune, Atahualpa, Parra, Sosa, y… y…


Hoy he reescuchado a Larralde, y, luego, por cambiar un poco, a Nuestro Pequeño Mundo. Os dejo un par de trozos de sus letras… aunque sea verano:
“Alguna vez andaremos caminar por caminar,
con todas las leguas juntas sin importar p´ande van.
El mundo por ser redondo, rueda y rueda sin parar,
lo diferencia del hombre que no sabe recular.
Yo anduve por todo el mundo en este mismo lugar,
tal vez de andar tan despacio ninguno me ha visto andar.
El mundo tiene su tiempo y yo el mío y nada más,
andándolo despacito no parece que se va.
Un poco de adentro mío siempre fue pa los demás”
(A nadie le dije nunca,  José Larralde)
En tu mano está la tierra, labrador, y la fruta recogida,
que bebió de tus sudores, labrador, que curtieron tus heridas.
Si te dicen que no es tuya, labrador, esa tierra agradecida,
di que el campo es para todos, labrador, salvo para el que no lo cuida.
(Nuestro Pequeño Mundo)

¡Qué buenos maestros tuvimos!

lunes, 29 de julio de 2013

Alimento breve, de verano

El tiempo del verano es diferente, aunque uno esté jubilado el resto del año. Y el hecho de no tener internet en casa a mano, dificulta aún más la alimentación del blog.
Este parece un tiempo de tuits. Y cuanto más se deja, más cuesta acordarse de que uno tiene un blog (algunos lo sabéis muy bien, porque hay blogs que… mejor callarse). Entonces queda el recurso a mandar un par de fotos, un relatillo que uno tenía por ahí sin enseñar,… o el de, realmente, tuitear desde el blog. Así que ahí van unos pocos de mensajes que voy acumulando en mi cuaderno, sí en ese sitio que se escribe con boli y papel.

El pasado día 22 nacieron más de  350.000 niños. Sólo uno de ellos puede llegar a ser rey. Quizás no me parecería demasiado injusto si no se supiera ya desde ahora a quién de ellos le puede tocar.

Resulta refrescante en pleno verano, cuando una señora, entrada ya en los 50, aprovecha el revoloteo de su ligero vestido, provocado por una ráfaga de aire, para limpiar los cristales de sus gafas, en medio de la calle, mientras saluda a su vecino.


“El tranquilo verano de Iñaki: el duque de Palma ha ganado peso, está más relajado y busca destino de vacaciones” (titular en El Correo). ¿Habrá empezado ya el tan temido “olvido” judicial y ciudadano? ¿Será éste el principio del “aquí no ha pasado nada”.

Francisco, ESTE Francisco, no llega a la próxima primavera: se admiten apuestas

sábado, 20 de julio de 2013

Picotazos y Gutiérrez Maluenda

Tres picotazos a la actualidad:
En España 125 banqueros ganan más de un millón de euros al año. Cuando leí la noticia estaba yo junto a una señora que tiene una UNICA pensión de 250 euros al mes. Un rápido cálculo dice que cada uno de esos “señores” gana lo mismo que más de tres mil de esas señoras JUNTAS.
No nos equivoquemos. Bárcenas, aunque parezca lo contrario, no es un héroe. Sigue siendo un delincuente y un sinvergüenza. Si no fuera lo segundo, sería un nuevo Robin Hood.
Alguien debería decirle a Alejandro Sanz que sólo con que los españoles (no voy a exagerar diciendo los chinos) tuviéramos su nivel de vida, él no hubiera podido visitar ningún círculo polar helado. Ya se habrían deshelado hace mucho tiempo. Y larga vida a los ecologistas que fueron con él y no se lo dijeron. Larga vida… en compañía de Bárcenas, o mejor, por si acaso que a éste no le queda mucha cárcel, en la casa de la señora antes citada.
Cambiemos de asunto
Ya he escrito antes en este blog sobre Luis Gutiérrez Maluenda (“806 Sólo para adultos”, y “Mala Hostia”9. Ahora he terminado de leer “Un buen lugar para reposar”.
En la novela negra abundan los tópicos, como no puede ser menos en cualquier género de novela, de cine, de música… Ocurre que los tópicos son muy variados y que a unos escritores les gustan unos determinados y a otros, otros.
Atila responde a un tipo de detective muy concreto. El mismo lo deja claro desde el principio.
Esto dice Atila de la novela negra y, por contraposición de su trabajo: “Un género literario en el que inteligentísimos tipos que resuelven crímenes de factura imposible sientan en sus rodillas a esculturales rubias de largas piernas, mientras trasiegan enormes cantidades de whisky, inmunes a la amenaza de sofisticados delincuentes.
Yo sólo compito con ellos en lo del whisky, y a más de uno le gano. Las rubias de largas piernas son alérgicas a mis rodillas.  A mis delincuentes los encuentro en el vecindario. Con algunos me tuteo desde hace años. Y a los delincuentes sofisticados, únicamente acostumbro a verlos en las fotografías de los periódicos, o en la pantalla de un televisor. Habitualmente ocupan cargos públicos y hacen gala de una florida oratoria”.
Atila es un detective “marginal”, que se mueve entre gentes de barrios “marginados” barceloneses, de esos que las autoridades quieren hacer desaparecer porque lo que un día fue el extrarradio hoy se ha convertido en promesa de grandes negocios inmobiliarios (léase, por ejemplo, San Francisco en Bilbao). Lo que ocurre es que, mientras no acaban de conseguirlo, sus pisos casi inhabitables se han llenado de inmigrantes sin papeles, gitanos, y otras “gentes de mal vivir”, que acompañan a quienes ya no tienen ni fuerzas para salir de sus viejas casas  y a algunos “resistentes” que se defienden como pueden del “poder establecido” o “por establecerse”.
“Un buen lugar para reposar es buena novela negra, de esa que muchas ves muestra que los problemas sólo se solucionan a mamporros, que la fuerza bruta es la única que algunos son capaces de entender, porque ellos ( o sus contratados) la ejercen por doquier, de esa que admite que la justicia legal sólo puede llegar a unos poquitos sitios y sólo a detener a los más desharrapados de los delincuentes, pero nunca a quienes se benefician de ellos.
La novela, corta, ligera, bordeando siempre esa moral que predica que nadie es culpable hasta que se demuestra ( y que, de paso, establece muy bien cómo se demuestra), se lee muy bien y, al final, te deja con esa sensación de satisfacción de encontrar que alguien ha hecho por ti lo que tú ni podrías ni te atreverías a hacer. Además, podéis encontrar en ella mucha inteligencia, de esa de la de la mala leche, y mucha ironía. Esta es una muestra:
El mayor éxito que mi amigo tendría jamás en el campo de las relaciones públicas sería que alguien se sentara a su lado en el autobús”.



Picotazos y Gutiérrez Maluenda

Tres picotazos a la actualidad:
En España 125 banqueros ganan más de un millón de euros al año. Cuando leí la noticia estaba yo junto a una señora que tiene una UNICA pensión de 250 euros al mes. Un rápido cálculo dice que cada uno de esos “señores” gana lo mismo que más de tres mil de esas señoras JUNTAS.
No nos equivoquemos. Bárcenas, aunque parezca lo contrario, no es un héroe. Sigue siendo un delincuente y un sinvergüenza. Si no fuera lo segundo, sería un nuevo Robin Hood.
Alguien debería decirle a Alejandro Sanz que sólo con que los españoles (no voy a exagerar diciendo los chinos) tuviéramos su nivel de vida, él no hubiera podido visitar ningún círculo polar helado. Ya se habrían deshelado hace mucho tiempo. Y larga vida a los ecologistas que fueron con él y no se lo dijeron. Larga vida… en compañía de Bárcenas, o mejor, por si acaso que a éste no le queda mucha cárcel, en la casa de la señora antes citada.
Cambiemos de asunto
Ya he escrito antes en este blog sobre Luis Gutiérrez Maluenda (“806 Sólo para adultos”, y “Mala Hostia”9. Ahora he terminado de leer “Un buen lugar para reposar”.
En la novela negra abundan los tópicos, como no puede ser menos en cualquier género de novela, de cine, de música… Ocurre que los tópicos son muy variados y que a unos escritores les gustan unos determinados y a otros, otros.
Atila responde a un tipo de detective muy concreto. El mismo lo deja claro desde el principio.
Esto dice Atila de la novela negra y, por contraposición de su trabajo: “Un género literario en el que inteligentísimos tipos que resuelven crímenes de factura imposible sientan en sus rodillas a esculturales rubias de largas piernas, mientras trasiegan enormes cantidades de whisky, inmunes a la amenaza de sofisticados delincuentes.
Yo sólo compito con ellos en lo del whisky, y a más de uno le gano. Las rubias de largas piernas son alérgicas a mis rodillas.  A mis delincuentes los encuentro en el vecindario. Con algunos me tuteo desde hace años. Y a los delincuentes sofisticados, únicamente acostumbro a verlos en las fotografías de los periódicos, o en la pantalla de un televisor. Habitualmente ocupan cargos públicos y hacen gala de una florida oratoria”.
Atila es un detective “marginal”, que se mueve entre gentes de barrios “marginados” barceloneses, de esos que las autoridades quieren hacer desaparecer porque lo que un día fue el extrarradio hoy se ha convertido en promesa de grandes negocios inmobiliarios (léase, por ejemplo, San Francisco en Bilbao). Lo que ocurre es que, mientras no acaban de conseguirlo, sus pisos casi inhabitables se han llenado de inmigrantes sin papeles, gitanos, y otras “gentes de mal vivir”, que acompañan a quienes ya no tienen ni fuerzas para salir de sus viejas casas  y a algunos “resistentes” que se defienden como pueden del “poder establecido” o “por establecerse”.
“Un buen lugar para reposar es buena novela negra, de esa que muchas ves muestra que los problemas sólo se solucionan a mamporros, que la fuerza bruta es la única que algunos son capaces de entender, porque ellos ( o sus contratados) la ejercen por doquier, de esa que admite que la justicia legal sólo puede llegar a unos poquitos sitios y sólo a detener a los más desharrapados de los delincuentes, pero nunca a quienes se benefician de ellos.
La novela, corta, ligera, bordeando siempre esa moral que predica que nadie es culpable hasta que se demuestra ( y que, de paso, establece muy bien cómo se demuestra), se lee muy bien y, al final, te deja con esa sensación de satisfacción de encontrar que alguien ha hecho por ti lo que tú ni podrías ni te atreverías a hacer. Además, podéis encontrar en ella mucha inteligencia, de esa de la de la mala leche, y mucha ironía. Esta es una muestra:
El mayor éxito que mi amigo tendría jamás en el campo de las relaciones públicas sería que alguien se sentara a su lado en el autobús”.



lunes, 15 de julio de 2013

La invención del amor

Un viernes por la noche invitas a tus amigos a cenar y tomar una copa. La fiesta se alarga hasta casi el amanecer. Cuando todos se marchan y tú te dispones a dormir, suena el teléfono. Piensas que alguien se habrá equivocado de número y le dejas que suene. Pero, después de callar, vuelve a sonar. Lo coges pensando que alguno de tus amigos ha olvidado cualquier cosa y una voz, al otro lado, te da el pésame porque tu amante acaba de matarse en un accidente de coche. Te comunica la hora de las exequias fúnebres y el tanatorio donde tendrán lugar y cuelga.
El problema está en que tú ni tienes ni has tenido nunca una amante. Además, ni siquiera, crees, conoces a nadie con el  nombre de la muerta.
Y ahí comienza la ficción de “La invención del amor” de José Ovejero (premio Alfaguara 2013): una novela extraña, aunque construida a partir de un montón de episodios que podrían ser absolutamente normales en otro contexto.
La novela nos da pistas suficientes para construir el espacio y el tiempo en el que tiene lugar: estamos en Madrid en plena crisis económica, con personajes plenamente normales. A novela hace guiños continuos a nuestra perplejidad, a nuestra sonrisa de “enterados”, a “grandes” problemas del momento: paro, destrucción de empresas, falsos compromisos con la realidad, valor de la familia, interés en la descendencia, la ciudad como paisaje de nuestro devenir, y unos cuantos más.
Buscando curiosidades, por aquello de decir algo distinto de las novelas que leo, me sorprende que en las dos últimas que he leído (ambas muy actuales, ésta y “Perdida”) hay una hermana del protagonista con un papel destacado entre todos los personajes que conforman la historia.

La novela se lee muy bien. Está muy bien escrita, sorprende, aclara bien pocas cosas, pero no deja ninguna duda que importe a lo que acaba de pasar.

"El río"

No es este el primer verano que paso unos días en un pueblo castellano con río. Ya lo había hecho antes, pero la situación es muy distinta.
En esta ocasión todos los días vamos al río, o casi todos.
Contra lo que podéis haber pensado al leerlo, no vamos, fundamentalmente, a bañarnos. Lo que cuenta, por encima de todo, es sentarse tranquilamente a la sombra a leer un buen rato.
El río, este río es pobre en caudal. Da para remojarse y en algún recodo para dos  (sin metáforas) brazadas en un pozo que casi te cubre.



Ir al río es ir a un espacio con una gran riqueza de matices. El agua que corre por su cauce no es más que uno de ellos.
En el río, para empezar, no hace calor, porque toda su orilla está bajo la sombra de altos y frondosos árboles. En el río no hay aglomeraciones, ni gente que grita, ni músicas; tres o cuatro grupitos pequeños de gente que toma el sol, lee y observa cómo unos pocos niños se pasean con reteles en los que intentan capturar un pececillo, una rana o un cangrejo.
Unos pocos jóvenes que buscan el lugar donde dar un par de brazadas posiblemente para impresionar a sus compañeros del otro sexo, algunos mozalbetes llegados en sus bicis y varios jubilados con el periódico extendido: es todo el personal que encontraréis.
Y, para llenarlo todo, el runrún del agua, la luz cegadora del sol,  y el croar de las ranas.
Después del río, aquí gasto 
Casi todos los días, zambullirse, no tanto en el agua cuanto en “el río”, es el mejor antídoto contra cualquier tipo de estrés.


el valor de uso de mi trabajo
















Fuera, lejos, siguen sonando las trompetas del apocalipsis: reforma laboral, convenios en caída libre, corrupción, sms cariñosos entre los próceres de la nación.

miércoles, 10 de julio de 2013

Romería

La mañana se pasa entre preparativos: tortillas, pimientos, pollo, postres, bebidas, ropas, gorras y hasta cremas solares.
Cuando llego, en la ermita se ha paseado ya a la santa y se celebra misa con el aforo completo.
Los menos dados al fervor religioso comienzan con las cervezas, los vinos y los aperitivos que pueden encontrar en un bar improvisado para la ocasión, que también llenará su aforo en cuanto salgan los fieles.
Un coro acompañado de guitarras pone la nota pintoresca y poco después la campa se llena de música, interpretado por un solista a los teclados (¿qué fue de aquellas orquestinas?).
Esta vez la ermita no se cierra y sus haberes adquieren un tinte social, cuando sus bancos contribuyen a componer una larga mesa en la que cuatro generaciones comparten la comida.
No nos ha tocado la cesta que se rifaba.
Después de comer cada generación irá a lo suyo. Las dos más viejas rinden culto a Santa Baraja: ellas a la brisca, ellos al mus. La más joven se reparte entre quienes garabatean sus pinturas y quienes son pasadas de mano en mano. Alguno de sus miembros corretea bajo miradas atentas sin la seguridad plena de que ya no se caerán. La generación intermedia sestea, saca humo a sus móviles, o simplemente, parlotea y descansa.
La música vuelve a llenar la campa y esta vez logra un poco más de éxito (poco) en su invitación al baile.
Con el sol aún dominando el cielo, porque los días son ahora muy largos, llega el momento de la recogida de bártulos y de la retirada.
Algunos aún se citan para un poco más tarde con el fin de acabar en merienda lo que no se consumió en almuerzo.

El primer domingo de julio del 2014 está un poco más cerca. La ermita de Santa Isabel seguirá en el mismo alto. Sus campas, casi seguro, volverán a vivir el encuentro alegre de ¿los mismos? Son la mejor vacuna contra los agoreros que anuncian el fin del mundo.




viernes, 5 de julio de 2013

"Otro" verano

Estoy inmerso en un verano distinto, en un verano “muy otro”. Hasta ahora siempre ha sido mar y ciudad, y se ha convertido en río y “pueblo”.
Llevo un par de jornadas de las de río. Son ratos de un par de horas a la orilla de un río, un río “pobre” (el río Trueba) sin grandes caudales de agua ni lugares donde se amanse para formar pequeñas piscinas. Ando por él, escucho el croar incesante de las ranas a las que, a veces, persigo con la mirada (porque son mucho más rápidas que yo, me cruzo con un niño o una mujer mientras “paseo” por el agua y me pego ligeros chapuzones de dos brazadas, Noa ladra desde la orilla y luego me siento en la silla (que es de playa, decían) a leer un rato. No es mal plan. Además hay sombra por donde quieras que vayas.
Es un plan distinto para mí, desconocido hasta ahora, pero no es mal plan. Me parece que nos quedan por descubrir muchos “planes” después del mundo del trabajo.
Y por la tarde “pueblo”. Que incluye la posibilidad de “hacer un largo” en alguna huerta. Ayer, por primera vez en mi vida planté zanahorias (¡como suena!, sin metáforas) y limpié malas hierbas, ayudé a tender una red para que las alubias se agarren y regué,… ¡Uf, mamma mía! Y hoy ni una sola agujeta.
Ya veremos donde llega todo esto. Por lo menos hasta la ruptura de muchas ideas preconcebidas. Aunque ya se, no hace falta que nadie me lo diga, que esto no es más que “un juego de verano” de alguien que vive de su pensión. Claro que, de momento, es un juego agradable e interesante.

A ver si hago un par de fotos, que sigo siendo un chico de ciudad.

He acabado de leer “Perdida”. La segunda parte me ha parecido inferior a la primera: demasiados altibajos en lo literario y en el mantenimiento del suspense, demasiadas reiteraciones. Era de sospechar en una novela de 500 páginas (¡me entra un tembleque cada vez que una novela pasa de las trescientas!...)
Pero me reafirmo en que sigue siendo una novela con muchos momentos “inteligentes” y digna de ser una buena “novela de verano”, que os hará pasar ratos entretenidos. Además es muy ligera de leer y, a ratos, engancha.