lunes, 28 de noviembre de 2011

Domingo casero


Domingo casero. Por fin, uno. Ni pisar la calle. Tuve dos tentaciones, por la novedad de pasar un domingo entero en Bilbao, que hacía mucho tiempo. Pensé en la posibilidad de ir por la mañana a Miribilla y/o por la tarde a San Mamés. Menos mal que no caí en la tentación. En ninguna de las dos. Seguí al Bilbao Basket por la tele y al Athleti por el Teletexto. Fue suficiente. No hay que caer en las tentaciones, que ya nos lo decían de pequeños.
Y en medio de ese día tan tranquilo dos momentos fueron haciendo que mis neuronas apuntasen hacia la reflexión de esta entrada.
El periódico traía una entrevista con uno de los próceres de este país. Director de empresa, exlehendakari,… se jubila. Y dice que ahora, por fin, va a poder decicarse a su mujer. Hasta ahora debía dedicarse en cuerpo y alma a su trabajo profesional. Ahora ya va a poder “recompensar” a su mujer. Y, ¿ella?, ¿su mujer?, ¿a qué se dedicaba su mujer?, ¿se dedicará ahora a él?. ¿Seguirá dedicándose?, quería decir.
Por la tarde, “oí” una peli que daban en la tele. La oí porque yo estaba en otras historias (con el ordenador, vamos) de espaldas al televisor. Pero, no hacía falta ver nada, con “oirla” se seguía perfectamente. El argumento era muy complicado: Una chica joven está embarazada de muchos meses; le ofrecen la subdirección de la Corporación (era americana) en la que trabajaba y, al aceptarlo, se rompe la pareja. Pero, unos desalmados le roban el bebé que iba a tener. Con la ayuda de su exnovio y padre del bebé robado consigue recuperarlo. Al happy end llegaremos con un trío feliz, él, ella y el bebé. Las últimas palabras de ella son para comunicarle a su -de nuevo- novio que ha renunciado a su trabajo.
Pues menos mal que el sábado era el día contra la violencia de género. Porque el domingo parecía el día de “cuídame los hijos, tenme limpia la casa, prepara la comida, calienta la cama y ponte guapa para que te luzca”. Eso sí, a partir de ahora ya “no te voy a pegar más”.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Miscelánea


“La que se nos viene encima” se puede tomar algún que otro paréntesis. Uno bueno es ir a “pasear” un rato al Museo (Bellas Artes) entre los cuadros de Antonio López. Esta es una exposición para los que no entendemos mucho. Hay muchas “cosas” bonitas de ver. Ya sabéis que los miércoles la entrada al museo es gratis, aunque no seais pensionistas.

Y, hablando de pensionistas, aunque nunca he sido funcionario, las medidas del gobierno vasco con sus trabajadores siempre han marcado las medidas que se tomaban en la educación privada. Así que me imagino que, a partir del año próximo, se acabaron las prejubilaciones con contrato de relevo, por lo que puedo estar siendo uno de los últimos. Y habrá que rezar para evitar efectos retroactivos, que aún me queda otro año de contrato de relevo.

Lo que va a ser más “grave” es que se extienda la pérdida del complemento a las bajas. Hasta ahora, estando de baja, se cobra el 100% del sueldo (durante unos meses). Cuando eso desaparezca, habrá que ir a trabajar en medio de la más fuerte gripe. Y si no se va, espero que a los compañeros que sustituyen al enfermo y que trabajan sus horas (las del enfermo) les compensen con un plus de sustituciones. Claro que parece que también se van a acabar “las sustituciones para cubrir vacantes”. O sea, que aquello que defendíamos en la Escuela de que buscaran a alguien para sustituir a un profe que sabíamos que iba a estar ausente más de dos semanas, se acabó. Tampoco. Porque en la privada nunca hemos dejado se sufrir las pérdidas de mejoras de la pública, como nunca hemos llegado a tener todas sus condiciones.
 

Esta semana he podido volver a ver una muy vieja película que aún recordaba de mi infancia. Lo he hecho en el video, por supuesto. Pero está claro que las cosas buenas no envejecen mal. Si alguien quiere ver como era eso de los chavales en los años cincuenta en Francia, “La guerra de los botones”, pero no la que están poniendo ahora en los cines que es de este año. No. La de 1962, la de Yves Robert

lunes, 21 de noviembre de 2011

Yo he perdido

Esta vez, al menos, un partido dice que ha perdido: el PSOE. Aunque a nivel estatal, que a nivel autonómico (en nuestra autonomía) ni eso.
A mí esto del ganar-perder siempre me ha parecido de lo más sencillo de medir. Si mi adversario gana, yo pierdo. Y esta vez ha ganado por goleada. Así que yo he perdido.
Mientras me recupero de la depresión y vuelvo a la prosa diaria, os dejo con este "sueño" que fue de Gabriel Celaya y que muchas veces me asalta:

La vida que murmura. La vida abierta.
La vida sonriente y siempre inquieta.
La vida que huye volviendo la cabeza,
tentadora o quizá, sólo niña traviesa.
La vida sin más. La vida ciega
que quiere ser vivida sin mayores consecuencias,
sin hacer aspavientos, sin históricas histerias,
sin dolores trascendentes ni alegrías triunfales,
ligera, sólo ligera, sencillamente bella
o lo que así solemos llamar en la tierra.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Tentaciones de absolutismo


El jueves pasado estuve en el funeral de la madre de Zuriñe. Después de varios funerales, tuve la sensación de estar en un lugar en el que muchos de los presentes estaban porque sus creencias coincidían con lo que decían que allí ocurría. Y resulta agradable constatar que eso aún es posible, que hay gente que despide a los suyos como realmente su corazón se lo pide. Pero …
Dos grandes “peros”. Dos “peros” que son reiterativos, que se pueden observar en la mayoría de esos funerales, que muestran que quienes creen en ellos deberían hacer algo por cambiarlos. Y no sólo las ceremonias a las que me refiero, sino también, y sobre todo, lo que en profundidad esos dos “peros” están haciendo patentes.
Su liturgia (su puesta en escena que llamaríamos ahora) es triste, seca, monótona, … aburrida hasta decir basta. Y, además, está preparada para que sólo uno de los presentes tenga derecho a hablar, a decir algo que no sea distinto de la repetición, una y otra vez, de unas palabras que surgen cuando él invita a decirlas. Y sólo en esos momentos.
El segundo “pero”, que quizás está en la raíz del primero, es mucho más grave. En toda religión hay una “tentación” – la llaman desde la propia religión -, una característica intrínseca – dicen los no religiosos – de un peligroso absolutismo. Su verdad es absoluta y quien la tiene está en posesión de la “salvación”, la “justicia”,…
Podría recordar muchas de las frases que utilizó el cura (el único que podía hablar) y “sacarlas de su contexto” (diría él) o meterlas en su contexto más real (diría yo): sólo la fe en Dios (no cualquiera, sino muy concreto) puede dar sentido a la muerte y, por tanto, a la vida; sólo en Jesucristo (el de la iglesia católica, por supuesto) hay salvación, sólo … Hasta acabar con una canción que decía (y perdonad que no recuerde su literalidad): ven a mi lado porque sin ti nada hay justo, nada bueno. ¿Tentación? de absolutismo.
Y  Zuriñe trabaja con gente que habla de otro Dios porque es musulmana, con gente que no cree en Dios sino que se declara agnóstica, con gente que siente otras formas de religiosidad mucho más próximas al budismo. ¿No habrá en ellos nada justo, nada bueno?

jueves, 17 de noviembre de 2011

Las enseñanzas de D. Juan

La semana pasada fue el tiempo vivido (la edad), anteayer el azar (en forma de cuchillo de cocina), ayer la enfermedad. El resultado, en los tres casos, se llama muerte. La muerte. Estoy rodeado de muertes más o menos conocidas, de más o menos conocidos. Y es inevitable.
Zuriñe me decía hace unos días que le había dado a leer a su madre este blog. Así que es la primera persona (que yo sepa) que muere habiendo leído éstas mis cosas.
A medida que va pasando la vida, a medida que me he ido haciendo “mayor”, pensar en la muerte es cada vez más frecuente. Y no se piensa en la muerte, en abstracto, como si fuera una verdad filosófica que hay que desentrañar. No. Al menos yo, cuando pienso, pienso en mi muerte. No me recreo en el pensamiento, pero es un hecho cada día más frecuente la muerte de gente conocida.
Puedo decir que, en medio de un maremagnum de pensamientos y sentimientos, sólo dos ideas me parecen claras: la primera es que se trata de algo inevitable; más o menos lejana, pero inevitable. La segunda es que no me da ningún miedo. Que esos miedos atávicos que parece que deberían existir si siguiéramos las consideraciones de la literatura y los sermones que fueron habituales en mi adolescencia, de todos esos miedos no hay nada. ¿Insensatez?
Una tercera idea va apareciendo cada vez con más claridad: no se puede vivir para la muerte, para el “después de la vida”, ya sea para el juicio final ya sea para dejar no se qué a mis descendientes. Hay que vivir para la vida, para lo que llamamos vida sin más pretendidas profundidades.
Parecería banal el conjunto de estas tres ideas. Pero os aseguro que no lo es. Si yo no fuera tan vago y tan inconstante, podría desarrollar un tratado entero sobre la muerte a partir de ellas.
Decía D. Juan (el de Carlos Castaneda, el de las enseñanzas, aquel brujo-chamán, que quizás no fue más que un personaje literario) que llevamos la muerte sobre el hombro izquierdo y que si fuéramos suficientemente rápidos para volver la cabeza, la veríamos antes de que desapareciera de nuestra vista. Tenía razón.
Buen finde.
Y pensaos muy bien lo del domigo. De cualquier forma nos vamos a equivocar…

martes, 15 de noviembre de 2011

El azar


He acabado de leer “La cola de la serpiente”, de Leonardo Padura. Estaba recién salida, calentita aún, cuando la compré la semana pasada. Aunque no es lo último que ha escrito. Es un poco decepcionante. No es una mala novela, pero se tiene la sensación de estar ante una “novelita”, un cuento largo. No es de ninguna manera una de las novelas a las que Padura me tiene acostumbrado. Y, cuando uno llega al final, descubre que así lo plantea el propio Padura en una “Nota del autor” que Tusquets ha dejado para el final del libro. ¿A propósito? Un poco de trampa creo que hay. Y, si no, leed: “La noveleta escrita en 1998 fue publicada en Cuba –donde se deben aprovechar las oportunidades editoriales cuando aparecen y como aparezcan – como complemento de un volumen que abría la novela Adiós, Hemingway.”

No ha estado mal releer “Antígona” de Sófocles. Esta obra de teatro siempre es recomendable.
Aparte lecturas, hoy le doy vueltas a la importancia del azar en nuestras vidas. ¿Qué, si no el azar, puede hacer que se crucen las vidas de un porofesor jubilado que toma café a la mañana en un bar de Santutxu y de un loco iraní treintañero con un cuchillo? Yo conocía a Kepa a quien veía muchas veces por el barrio y con el que me saludaba sin saber porqué. ¿Alguien podía siquiera imaginar que un jovencito de “¿sabéis dónde cae Irán?” emigraría (supongo en qué condiciones) de su tierra y llegaría un día a las nueve y media de la mañana a un bar de Santutxu para matar a alguien que se había jubilado anticipadamente para no tener que estar a esa hora en su lugar de trabajo? Jugadas del destino (de eso habla Antígona), el azar como el mayor tirano que decide sobre vida y muerte,…
No creo que seamos fruto del azar, no quiero creer que no tenemos ninguna autonomía en nuestra vida y que todo está marcado ya, pero de ahí a no ver la importancia del azar …

domingo, 6 de noviembre de 2011

Ha muerto Don Ángel

Ha muerto Ángel, “Don Ángel”, “Don Ángel, el del taller”. Recuerdo que cuando yo llegué a Otxarkoaga con 25 años, él era ya un “señor mayor”. Trabajaba en la Escuela, en los viejos barracones del centro del barrio y comíamos juntos casi todos los días de labor.
Recuerdo nuestras “discusiones” sobre “estos jóvenes de ahora que no valéis para nada” a lo que yo respondía:” ya, para juventud la vuestra que fuisteis tan mantas que perdisteis una guerra y así nos va ahora”. Eran “discusiones” desde el respeto, el cariño, la complicidad en un trabajo común.
Me imagino, más de una vez, a los jóvenes de hoy diciéndonos a los que ya somos “señores mayores”: mirad lo que nos habéis dejado. Así que hay demasiadas cosas que se repiten en el paso de las generaciones.
Ángel era “tan mayor” ya entonces (1972) que tenía un año más que mi padre. Ambos se conocían porque los dos eran de Sestao. Conmigo tres. Los dos –conmigo tres- se dedicaron a trabajar con chavales, a ayudar a muchos a promocionarse en la vida, a encontrar un trabajo con el que vivir dignamente. Ninguno de los dos –conmigo tres- cambiaron el mundo. Los dos –conmigo tres- hicieron muchas cosas mal, se equivocaron muchas veces y repartieron más de un sopapo equivocado. Los dos acertaron otras muchas veces.
Pero yo, desde aquí, como soy el único que queda de los tres quiero honrarles a ambos. Hoy especialmente a  Ángel (que para mí nunca fue “Don”, quizás porque éramos de Sestao). Mi trabajo con chavales también se ha acabado, como acabó un día el suyo. Ojalá dentro de 30 años a alguien le quede el recuerdo. Poco más podemos dejar.

Y volver, volver, volver

No me apetece nada ni siquiera pensar en lo que ha significado la vuelta al trabajo para cumplir ese 15%  que debo currar en la Escuela y que he acumulado en dos meses.
De momento me ha sentado mal. Salvo la posibilidad de ver, charlar y echar una pequeña mano en algún caso a quienes fueron mis compañeros –y más- de cursos pasados, salvo eso, que se puede hacer en un ratito o dos, el resto para tirar.
Empecemos por constatar que, cuatro meses después, todavía hoy la vida empieza antes de las 8,30 de la mañana, mucho antes. Luego que las sillas para trabajar son incómodas y atacan a la espalda, que los ordenadores parece que ordenan en vez de obedecer, que en mi casa voy mucho más rápido, que el tiempo es lo que dice un reloj (llevaba 4 meses sin ponérmelo)… Demasiado. ¡Qué le vamos a hacer!  Es la diferencia entre ir a un trabajo con algún sentido o ir a un trabajo porque hay que ganarse el sueldo. El trabajo real, según mi experiencia, es siempre una mezcla de los dos, pero esta vez lo segundo puede con lo primero.
Por otro  lado, como esta semana empiezan las tertulias literarias a las que asisto, me he “tenido que” leer “Silas Marner”, de Georges Elliot. Es una novela inglesa, victoriana, de fines del siglo XIX. Os podéis imaginar la aprensión con la que acudí a sus páginas. Me equivoqué. Es realmente interesante, con una muy aguda percepción de la sicología de los hombres y las mujeres. La historia es muy sencillita, pero el análisis que Elliot construye a partir de ella se lee con gusto y con una sonrisa cómplice, la que alguien pone cuando piensa “ya me parecía a mí que aquí había gato encerrado”. No os voy a decir que la leáis, pero para esos ratos sueltos sin demasiadas complicaciones,…
De todas formas, leed,… que se os va a olvidar.
Nota.- Esta entrada apuntádsela al sábado. No pudo ser porque no tenía Internet