lunes, 30 de noviembre de 2015

El secreto de la modelo extraviada

“En este asunto anda implicado un estructuralista”
Recoger una de las escenas más hilarantes de “El secreto de la modelo extraviada“, de Eduardo Mendoza es una forma de empezar a hablar de esta deliciosa novela. Descacharrante. Tanto o más que aquella “El enredo de la bolsa y la vida”, que comentaba en este mismo blog allá por mayo del 2012.
Eduardo Mendoza sigue escribiendo con una prosa fluida, rápida (a veces profusa en los elementos de una descripción) y punzante. Muy punzante, de vez en cuando. Así que no perderse es último capítulo. Construye unos personajes imposibles, irreverentes, más allá de cualquier norma de cordura, tratados, unas veces, con sumo cariño y, otras hasta con un desprecio malévolo, según de trate, correlativamente, de individuos desfavorecidos por todo tipo de fortuna o aquellos que se aprovechan de cualquier cercanía al poder. “Estar cerca del poder es un peligro  – declara como si se tratara de un axioma uno de esos personajes periféricos – … para el que está cerca”.
A fuer de haceros perder, a quienes la leáis, la sonrisa, la risa y la carcajada que esa espléndida escena de cuatro variopintos travestís reunidos en amigable charla podría provocaros, y pensando en aquellos que se van a perder su lectura, acabo de trasladar las palabras de la novela que siguen a ese “estructuralista” con el que empezaba mi entrada:
“… un estructuralista.
- ¿Y eso qué es? – preguntó la Filo.
- Uno que hace mucho ejercicio y cuando está cachas se exhibe en taparrabos como Arnold Schwarzenegger – explicó Fortunata.”

Os quedan otras muchas escenas que disfrutar, muchas sonrisas, alguna carcajada y alguna reflexión.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Jubilatas presentes y futuros

Hay una especie de “ley universal” que indica que cuando uno vive una situación determinada (el embarazo suele ser un buen ejemplo) se le multiplican los “compañeros de situación” en sus ocupaciones diarias, en sus paseos habituales y hasta en las lecturas de la prensa. “Compañeros de situación” o aquellos que desean serlo.
Eso me ocurre. Pero no estoy embarazado. Lo que sí estoy es jubilado y, a mi alrededor “pululan” jubilados y/o quienes desearían serlo.
Con estos últimos las conversaciones siempre incluyen una especie de pequeño “reproche” que viene a decir algo así como: “ya, tú sí, pero yo. ¿Llegaré a jubilarme, cuándo, cómo,… habrá dinero…?”

En 1960 mi padre cumplió cuarenta años. Si en aquel momento alguien le hubiera preguntado por su jubilación, casi ni hubiera sabido de qué le hablaban. Seguro que alguna vez había pensado en lo que sería su vida después del trabajo, pero más bien sus razonamientos irían por trabajar hasta el fin de su vida.
Cuando murió, con 87 años, había disfrutado de más de 20 años con una cierta seguridad económica (posiblemente la mayor de su vida), que le permitía pasar con dignidad sus días, gastar lo necesario en sus muy pequeños “vicios”, hacer la caridad a la que se sentía obligado, disfrutar por primera vez de unas vacaciones anuales junto al mar (él que nunca “tuvo pueblo”) y ahorrar un poco “por si acaso, por lo que pueda pasar”.
Mi padre fue, a este nivel, un privilegiado. Aquella generación que pasó por una guerra cruel, una posguerra dura y muchas horas de trabajo, no llegaría tan entera a los ochenta de edad.
Hoy somos muchos más los que disfrutamos (o disfrutaremos) de 20 y más años de jubilación, con una pensión digna y suficiente para vivir los un poco menos pequeños “vicios” diarios, para salir de vacaciones cerca del mar (más de un millón de viajes programados por el Imserso para la temporada 2015-16), quizás, incluso, para ahorrar un poquito, por si acaso. La caridad la hemos institucionalizado.
Y esta es la tendencia. Así que…

Una última reflexión: más importante que el cuándo suceda la jubilación es la cantidad de tiempo que te quedará una vez jubilado. Y esa será cada vez mayor, a juzgar por la marcha de la historia. Que cada vez nos morimos más tarde, aunque siempre sea pronto para morir.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

De historias y preguntas

Centros de interés muy dispersos estos últimos días, como si los ¿últimos? coletazos del calor del verano nos impidieran el recogimiento interior del otoño.
Siguen por ahí los emigantes-refugiados. Continúan “sobrándonos” refugiados, aunque aún sólo hayamos acogido a tres. Nos siguen “sobrando” pobres de los de cartel en la acera con una ortografía que, si se pudieran comer las faltas, dejarían de pasar hambre y con verdadera necesidad de una vida medianamente digna.
Ayer, sin ir más lejos, me crucé con uno de ellos que había dejado su sitio en la acera y caminaba por la calle, no se hacia dónde, con muy “malas pintas”, sucio (y todo eso) y hablando a grito pelado… por un móvil. Ya. A saber cuál será su tarifa, si tiene contrato o simplemente una tarjeta para que puedan llamarle, si el móvil lo paga él o la mafia que alquila su “trabajo”, etc. Pero ese individuo debería tener una vida medianamente digna.
En estos días he releído “Pedro Páramo”. Por quinta o sexta vez, que se lee rápido y facilito. Si aún no la conocéis ya estáis perdiendo… porque la primera lectura es la más ingrata. A partir de la segunda, es una delicia que aumenta cada vez que se lee.
Y ahora estoy con “Fiebre de caballos”. Es una novelita de juventud que escribió Leonardo Padura, con veintipocos años, y que se ha vuelto a editar recientemente. Los del club de fans de Leonardo debéis leerla. Los demás podéis escaquearos esta vez.
Luego ha estado rondando mi cabeza todo este asunto del independentismo catalán. Menudo lío en el que están todos. Ya se que repito algo muy oído, pero ¿no podríamos escuchar a los catalanes, a ver qué dicen?. ¿No podrían sentarse algunos hombres y mujeres sensatos, “viejos” (igual algún joven cumple el requisito), y dialogantes y ponerse de acuerdo? Y si no llegan a hacerlo, ¿no pueden repartir en dos trozos ( o más) Cataluña-Catalunya y facilitar a los ciudadanos que vivan y trabajen en el lado que quieran?.
Ni las ideas, ni los sentimientos, ni los razonamientos pueden o deben estar por delante de las voluntades de los individuos, puestas de acuerdo.
En este popurrí, hace hoy una semana en la Escuela Profesional de Otxarkoaga celebramos (porque yo también estuve allí) el final de un año de conmemoración del 50 aniversario de su fundación.
Debo confesar que me resultó un acto entrañable (aunque sólo estuve en la segunda parte, la de los canapés, y me perdí la primera, la de los discursos político-educativo-religiosos), entrañable por la gente a la que ví y abracé.
Los que empiezan una cosa son muy importantes: los emprendedores, los padres, los promotores…; los que la dirigen también son importantes. Pero, sin que esto les reste un ápice, los que dedican dos o treinta años al funcionamiento de esa “cosa”, los que día a día, durante cincuenta años, están “al pie del cañón”…
Os dejo con una muy leída poesía de Bertolt Brecht:

Preguntas de un obrero que lee

¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir?
¿En qué casas de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada la Muralla China?
 La gran Roma está llena de arcos de triunfo.
¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los Césares?
¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo tenía palacios para sus habitantes?
Hasta en la legendaria Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba,
los que se hundían, gritaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su flota fue hundida.
¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años
¿Quién venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.

Tantas preguntas.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Vertedero

Acabo de leer “Vertedero” de Manuel Barea y me a gustado. Algunas partes, mucho. Tanto que ha merecido la pena leer la novel entera.
Como cuando el protagonista hace esta afirmación tan rotunda: “en este sitio ninguno de nosotros tiene razón de ser” (no creo que una novela sea el lugar apropiado para matizar la influencia del “sitio” donde uno nace y vive). O cuando dice: “porque necesitamos comprender que las situaciones jodidas son producto de la gente, la gente sosegada, la gente impávida y egoísta, no de unos pocos dementes, los que se ceen que hacen labores humanitarias y creen ser buenos samaritanos y solo joden un poco más al prójimo, un poco cada día, cada noche, como estos dos que vienen en la fuera borda” cargada de droga.

Pero no me atrevo a valorar el conjunto. Porque el conjunto necesita una lectura más “atenta” y continuada que la que yo le he dedicado.
Cada vez “me tropiezo” con mayor frecuencia con autores que parecen necesitados de experimentar con las reglas de la construcción de un relato. Y revuelven y mezclan a su gusto narradores, tiempos, sensaciones-hechos-pensamientos, el estilo directo y el indirecto,….
Y valorar el resultado, entonces, no es fácil. Ni tampoco lo que a mí me interesa ya, a estas alturas, dejada de lado cualquier vocación profesoral.
Dejo constancia, no obstante, de que “Vertedero” se lee con mucha facilidad, sin trabas, aunque con ciertas perplejidades que al lector (a este lector) le han hecho preguntarse a veces: ¿ahora por dónde vamos?.
Como la vida misma.

Después de esta novela, vuelvo a releer “Pedro Páramo”.