De las últimas seis novelas que he tenido entre manos, cuatro
no las he terminado y las otras dos no me han abierto suficientemente el
apetito de dedicarlas un rato de reflexión y reseña posterior. Así que hago el
silencio sobre todas ellas.
Cuando se deja de leer por casi cualquier motivo (una etapa
del tour, un sudoku, cualquier folleto, o, simplemente unos ronquidos), cuando
una novela se te cae de las manos no produce más allá de una pequeña decepción.
Cuando son varias seguidas se corre el riesgo de mandar a paseo a lectura.
De momento volveré a refugiarme en Pierre Lemaitre, que
últimamente es un valor seguro y ya veremos qué pasa.
Por el contrario, hoy he recuperado el “paseo largo” (de más
de 10 kilómetros). Y para hacerlo he decidido que fuera por un sendero distinto
de los que ya conocía. Me he armado de cachaba y valor y, con sólo un par de
referencias conocidas, me he lanzado a recorrerlo.
Ha habido varios momentos de cruces de caminos, de esos que
(como en la vida)te crean perplejidad y dudas. ¿Por cuál sigo? Entonces –hoy ha
funcionado perfectamente – han aparecido esas marcas en un palo, en una piedra,
en un árbol, que indican por dónde avanza el pequeño o gran recorrido que
quieres hacer.
Y hoy, como otras veces, he pensado en quién se habrá “molestado”
en pintar todas esas señales. ¿Son obra de la Administración? ¿O hay alguna
especie de ONG que se llame algo así como “Ayuda al senderista ingenuo”? El
caso es que he vuelto a quedarme con las ganas de saber a quién darle las
gracias por su trabajo y a quién comunicarle que su labor ha tenido sentido.
Si sabéis a quién debería dirigirme…