viernes, 25 de noviembre de 2016

Marcos Ana

Ha muerto Marcos Ana, poeta español de ya 96 años y viejo luchador antifranquista. Este sí que merece que nuestra memoria lo honre.
Aunque no sea más, trascribo uno de sus poemas:

(sueño de libertad)


Si salgo un día a la vida

mi casa no tendrá llaves:

siempre abierta, como el mar,

el sol y el aire.

Que entren la noche y el día,

y la lluvia azul, la tarde,

el rojo pan de la aurora;

La luna, mi dulce amante.

Que la amistad no detenga

sus pasos en mis umbrales,

ni la golondrina el vuelo,

ni el amor sus labios. Nadie.

Mi casa y mi corazón

nunca cerrados: que pasen

los pájaros, los amigos,

el sol y el aire.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Haz leña del árbol caído

Escucho y leo reacciones diversas a la muerte de Rita Barberá y se me calienta la cabeza y se me encienden los dedos que no pueden enfriarse de otra manera que golpeando este teclado.
Aquello de qué bueno era (el difunto), sólo es verdad si el difunto era bueno y cuando era malo era malo. Y tengo la certeza moral, que no basta para enviar a nadie a la cárcel, pero si para escribir en mi blog, la certeza, decía, de que Rita Barberá no fue buena, al revés fue mala: se dejó corromper y corrompió; se lucró con dineros públicos (y privados a los que favoreció); causó mucho dolor porque todo ello lo hizo a costa de los que necesitaban una vida más digna; fue una lacra para los valencianos, y para los demás.
No fue buena, y ya nunca lo podrá ser. Que, al menos, conste así en la historia, y que todos aquellos que hoy hablan de ella con “respeto” tengan un día que reconocer a quién respetaban (y a quién no).
No hagamos leña del árbol caído. Esa afirmación no es muestra de misericordia, sino de vivir sin frío. Porque cuando hace frío, del árbol caído se hace leña, que se amontona en la leñera y termina en el fuego de una estufa dando calor. Y nunca un árbol caído habrá sido más útil.
Me duele pensar que ella se ha ido de rositas y que su ¿gran? fortuna (no sé cuál será su tamaño) irá a parar a manos de sus herederos legales, que no va a ser ni el pueblo valenciano, ni ningún otro pueblo. Así ha sido siempre con los bienes acumulados por cualquier dictador o por cualquier ladrón que no haya sido juzgado. Así, me temo, va a ser.

Todos esos que andan diciendo ahora que “pobre, lo que habrá tenido que sufrir en los últimos tiempos, lo mal que lo habrá pasado…”, mejor harían preocupándose de que todo lo que robó vuelva a los robados. Eso sí sería honrar su memoria.

martes, 22 de noviembre de 2016

Patria

El nivel de alabanzas vertidas por la crítica (la que yo había y he leído), la necesidad (alguna vez) de ser correcto políticamente en lo literario (madre, ¡qué horror!... y ¡qué error!, cuando ya se han cumplido casi 70 años y nadie espera de ti ninguna corrección), me llevaron a empezar una novela de ¡630! páginas. Algo que me tenía estrictamente prohibido y que alguna vez había que saltarse a la torera.
Luego, la facilidad de la lectura, la curiosidad por lo que este señor dice que ha pasado y por lo que supone que va a pasar, el tema-asunto de la pacificación en Euskadi y, un poco, el dejarse llevar, me han conducido hasta el final.
Así que hace un par de días acabé “Patria” de Fernando Aramburu. Y tentado he estado de no escribir nada sobre ella. Por no comprometerme, o sea.
No me ha gustado. He leído que literariamente está muy pensada y trabajada. ¿Tanto como para que yo no sólo no lo haya apreciado, sino que incluso para que me parezcan defectos lo que a otros les parecen aciertos? Esto de las lecturas es así.
Sus constantes cambios de narrador, de primera a tercera persona y a la inversa, sin saber casi nunca muy bien quién es esa tercera persona, me parecen injustificados. La mezcla continua, en un mismo párrafo, del estilo directo y el indirecto, me han producido la sensación de que el autor no sabía resolver muy bien la situación desde uno de ellos y por eso atajaba. Sus ¿cientos? de oraciones (subordinadas) no acabadas no me parece que lo hayan sido para ahorrar papel, sino más bien para dejar bajo la responsabilidad del lector aquello que no tenía demasiada enjundia en la narración. Porque en esas 630 páginas he echado a sobrar demasiadas.
Esto de las lecturas es así. Lo que a uno le parece bueno a otro le deja frío.
Y, por lo que respecta a lo narrado, me ha parecido pretenciosa, excesivamente pretenciosa. ¿Conoce tan bien Aramburu a los etarras y sus familias, a sus víctimas y sus familias, a la gente de LAB o de la Kale Borroka? O, ¿abusa de los tópicos, tanto que construye su narración sobre ellos?. Porque si hubiera contado una historia… pero, no, pretende contar la historia. O yo he leído muy mal. Que todo puede ser.

Está claro que no me ha gustado y así lo digo.

sábado, 19 de noviembre de 2016

"Aquí llama un vecino y te cierra un local"

Quizás alguno de vosotros recuerde aquel: “aquí […] llama un vecino y te cierra un local”, que motivó la entrada de mi blog del 19 de mayo del año pasado (soy un poco presuntuoso) y mi decisión inamovible de “no te voy a votar a ti ni a tu partido, por permitirte estar ahí, hasta que la distancia entre mi casa y los seis “bares de abajo”, incluido pub con derecho a conciertos,  sea la misma que hay entre tu casa y los consiguientes bares y pub”.
Pues bien. Esta noche he recordado aquella entrada de mi blog (y cuidado que tengo una memoria torpe). Más en concreto, me he acordado dos veces durante la noche del hoy coordinador de Políticas de Movilidad, Medio Ambiente, Vivienda y Desarrollo Saludable del Ayuntamiento de Bilbao.
La primera de ellas hacia las dos de la mañana, la segunda hacia las cuatro. Y perdonadme que no sea más exacto porque las circunstancias no eran las más apropiadas  para ser ni objetivo, ni cuidadoso con los detalles. No os resultará muy difícil disculpar esta falta de precisión, como tampoco os lo será imaginar en qué términos “cariñosos” me he acordado de él.
Vamos que, casi debajo de mi casa, enfrente justo de una magnífica plaza para fumar en las noches agradables de cualquier fin de semana, mientras te tomas algo y dado que dentro del bar no se puede fumar, casi debajo -decía- hay uno de eso bares con conciertos en directo. Uno de esos lugares indispensables para que el turismo llegue a Bilbao, para que los jóvenes de la ciudad no tengan que marcharse a la cama temprano, para que la cultura (sexo, drogas & rock-and-roll) empape el tiempo de ocio de nuestros conciudadanos, para que el negocio aflore y contribuya a que nuestra ciudad sea más europea, para que se priorice el Ambiente a la Vivienda.
A eso de las dos ha debido tener lugar un breve receso para salir a fumar y para que los concertistas se tomen algo. Y sobre las cuatro ha debido acabar la audición musical de las singulares guitarras, batería…
Así que a eso de las dos, primero, y segundo sobre las cuatro, una porrada (todos los que tratábamos de dormir en el entorno de la plaza) de aburridos contribuyentes, ciudadanos no concienciados, hemos debido soportar bellas canciones cantadas a coro, gritos, alguna carrera, llamadas… y la extraña sensación de no comprender (y hasta maltratar… de pensamiento) a nuestro electo edil.
Ah! dormir en el pueblo.
También allí de vez en cuando los perros nos dan la noche… pero yo no he elegido a ningún edil.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Otoño



Muchas hojas muertas por el suelo. Gris casi plomizo, salpicado a intervalos por claros de luz. Olor a leña quemada. Humo en las chimeneas. Los mismos caminos, abiertos a los mismos futuros. Los mismos silencios, quizás más profundos por la falta de trinos jóvenes. El otoño.
Los mismos resquemores, las mismas envidias, los mismos quereres. Los mismos deseos, un poco más apagados en conjunción con la tierra sin fruto.
Poco cambia en el pueblo: la luz, el sol menos tempranero y más fugaz, la falta de ajetreo de los lugareños, la misma lejanía de los grandes acontecimientos.
Ni Rajoy, ni Trump, ni los sirios, ni las grandes decisiones del Banco Mundial. Nadie pasa por aquí. O a nadie se le ve pasar. Y “ojos que no ven…”. Es el otoño.
Y antes fue el verano y mañana será el invierno. Pero, aquí sólo se mueve la quietud en un ligero bamboleo de caderas que no necesitan pies para ir a ninguna parte.
Ya no tardaré en volver a la ciudad.


Hoy, por lo demás, es día de rendir reconocimiento a Leonard Cohen y a Francisco Nieva, menos conocido éste último por el público en general, pero nombre de gran prestigio en el teatro español.