martes, 8 de octubre de 2019

Novelas en verano


Este ha sido un verano “pobre” en lecturas. Primero tres novelas seguidas que no llegaron más allá de la página 40, cuyos títulos ni recuerdo, aunque sé que estaban sacadas de esas listas que alguna prensa publica sobre lo mejor para leer este verano, o de las listas de libros más vendidos (y se supone, claro, que leídos) o de lugares semejantes.

Luego una de Gutiérrez Maluenda que me hizo descubrir que, curiosamente y sin ninguna premeditación, no es la primera vez que acudo a él para leer algo bien escrito, desengrasante, sin gloria, pero con capacidad para retomar el gusto por la buena escritura y el suspense.

Y después, ya sí, tres o cuatro títulos interesantes en distinto grado.

En tiempos de oscuridad es bueno volver a alguna luz del pasado (más o menos reciente), así que me enganché a Carlos Bassas del Río y su “Soledad”: una buena novela, sorprendente y cargada de desesperanza y tristeza; negra por su clarividencia al situar la tragedia en un marco social de pobreza, de machismo y de falta de cualquier expectativa de cambio.

Piensa la madre “la niña duerme en su habitación.
La muerte no es hasta que alguien la hace verbo; sólo entonces, al encarnarse, se concreta, estalla en toda su magnitud y su onda expansiva llega a todos los rincones; sólo entonces alcanza el grado de absoluta, de irremediable, de irreparable.”

“Los asquerosos” de Santiago Lorenzo es también una novela extraña y curiosa tanto por cómo está contada como, sobre todo, por lo que cuenta. La historia relatada puede ser cualquier cosa menos habitual.

Crítica ácida de muchas de nuestras estupideces, utiliza, casi hasta con exceso, metáforas, imágenes, comparaciones muy inteligentes.

Otro, muy asnal se presentaba con la leyenda (en la camiseta) Oxford University, desprestigiando a un claustro que no le habría admitido en la casa sabia ni como cadáver donado”
“Todo había que dárselo hecho. Llegarían a adultos sin conocerla compleja receta del bocadillo de chorizo”

A “Lluvia fina” de Luis Landero  le tenía ganas. Y mis expectativas se han cumplido. La historia relatada, la que quiere reconstruir la realidad de lo ocurrido, va creciendo a medida que cada personaje cuenta su interpretación de la misma. Y lo hace a través de la construcción de unos personajes y de unos diálogos maravillosos.

Los que tenemos tanta capacidad de olvidar la historia como para reconstruirla desde nuestra imaginación y no dudamos en transformar la realidad pasada en algo que dicen que no fue así, no deberíamos perdernos esta novela. Y cada día que pasa (o cada dos días) me doy cuenta de que somos legión, o sea, casi todos.

Lástima que este artificio no pueda ser soportado.


“La caída de Madrid” de Rafael Chirbes es lo último que acabo de leer. Ninguna quiniela sobre las mejore novelas del autor la incluiría. No me ha parecido una novela “redonda” y, sin ninguna duda, he leído cosas suyas mejores.

Lo cual no quita para qué esté muy bien escrita, con un juego de narradores, que alterna la primera y la tercera persona, que se sigue sin ninguna dificultad y que añade profundidad, sentimiento, subjetividad a lo que está aconteciendo (alguna parte de lo que está aconteciendo( en la víspera de la muerte de Franco.

Las dos Españas (o tres o cuatro) que “esperan” el acontecimiento y que muestran lo que han sido, lo que son y buena parte de lo que quieren ser, esas Españas, digo, muy bien retratadas a través de un elenco de personajes amplio, bien elaborado y de mucho calado.

No son estas malas fechas para recordar ciertas efemérides.

“Tenía la sensación de que había empezado a acabarse un tiempo en el que uno dominaba el mundo porque dominaba cuanto ocurría entre las cuatro paredes de su casa, o de su empresa, que, al fin y al cabo, era parte de la casa, y, de repente, resultara imposible abarcar nada, y cada hombre se convirtiera en un juguete en manos de fuerzas desmesuradas. Paradójicamente, se habían mezclado en los últimos años bonanza económica e inseguridad de una manera casi imperceptible al principio y, luego, creciente: la primera huelga en la empaquetadora en el sesenta y siete, el conato de incendio provocado del almacén de artesanía en el setenta, las discusiones cada vez más agrias con los jurados de empresa, los gestos hoscos de los trabajadores más jóvenes, que, en vez de saludar como hacían los veteranos, miraban fijamente hacia la máquina cuando él pasaba a su lado; la silicona tapando todas las cerraduras de la fábrica de muebles la mañana en que se convocó la primera jornada de huelga, y los empleados, quietos, en la explanada, negándose a entrar cuando los bomberos consiguieron abrir las puertas utilizando los alicates.”