Este
ha sido un verano “pobre” en lecturas. Primero tres novelas seguidas que no
llegaron más allá de la página 40, cuyos títulos ni recuerdo, aunque sé que
estaban sacadas de esas listas que alguna prensa publica sobre lo mejor para leer
este verano, o de las listas de libros más vendidos (y se supone, claro, que
leídos) o de lugares semejantes.
Luego
una de Gutiérrez Maluenda que me hizo descubrir que, curiosamente y sin ninguna
premeditación, no es la primera vez que acudo a él para leer algo bien escrito,
desengrasante, sin gloria, pero con capacidad para retomar el gusto por la
buena escritura y el suspense.
Y
después, ya sí, tres o cuatro títulos interesantes en distinto grado.
En
tiempos de oscuridad es bueno volver a alguna luz del pasado (más o menos
reciente), así que me enganché a Carlos Bassas del Río y su “Soledad”: una
buena novela, sorprendente y cargada de desesperanza y tristeza; negra por su
clarividencia al situar la tragedia en un marco social de pobreza, de machismo
y de falta de cualquier expectativa de cambio.
Piensa la
madre “la niña duerme en su habitación.
La muerte no
es hasta que alguien la hace verbo; sólo entonces, al encarnarse, se concreta,
estalla en toda su magnitud y su onda expansiva llega a todos los rincones;
sólo entonces alcanza el grado de absoluta, de irremediable, de irreparable.”
“Los
asquerosos” de Santiago Lorenzo es también una novela extraña y curiosa tanto
por cómo está contada como, sobre todo, por lo que cuenta. La historia relatada
puede ser cualquier cosa menos habitual.
Crítica
ácida de muchas de nuestras estupideces, utiliza, casi hasta con exceso,
metáforas, imágenes, comparaciones muy inteligentes.
“Otro, muy asnal se presentaba con
la leyenda (en la camiseta) Oxford University, desprestigiando a un claustro
que no le habría admitido en la casa sabia ni como cadáver donado”
“Todo
había que dárselo hecho. Llegarían a adultos sin conocerla compleja receta del
bocadillo de chorizo”
A
“Lluvia fina” de Luis Landero le tenía
ganas. Y mis expectativas se han cumplido. La historia relatada, la que quiere
reconstruir la realidad de lo ocurrido, va creciendo a medida que cada
personaje cuenta su interpretación de la misma. Y lo hace a través de la
construcción de unos personajes y de unos diálogos maravillosos.
Los
que tenemos tanta capacidad de olvidar la historia como para reconstruirla
desde nuestra imaginación y no dudamos en transformar la realidad pasada en
algo que dicen que no fue así, no deberíamos perdernos esta novela. Y cada día
que pasa (o cada dos días) me doy cuenta de que somos legión, o sea, casi
todos.
Lástima
que este artificio no pueda ser soportado.
“La
caída de Madrid” de Rafael Chirbes es lo último que acabo de leer. Ninguna
quiniela sobre las mejore novelas del autor la incluiría. No me ha parecido una
novela “redonda” y, sin ninguna duda, he leído cosas suyas mejores.
Lo
cual no quita para qué esté muy bien escrita, con un juego de narradores,
que alterna la primera y la tercera persona, que se sigue sin ninguna
dificultad y que añade profundidad, sentimiento, subjetividad a lo que está
aconteciendo (alguna parte de lo que está aconteciendo( en la víspera de la
muerte de Franco.
Las
dos Españas (o tres o cuatro) que “esperan” el acontecimiento y que muestran lo
que han sido, lo que son y buena parte de lo que quieren ser, esas Españas,
digo, muy bien retratadas a través de un elenco de personajes amplio, bien
elaborado y de mucho calado.
No
son estas malas fechas para recordar ciertas efemérides.
“Tenía la sensación de que había
empezado a acabarse un tiempo en el que uno dominaba el mundo porque dominaba
cuanto ocurría entre las cuatro paredes de su casa, o de su empresa, que, al
fin y al cabo, era parte de la casa, y, de repente, resultara imposible abarcar
nada, y cada hombre se convirtiera en un juguete en manos de fuerzas
desmesuradas. Paradójicamente, se habían mezclado en los últimos años bonanza
económica e inseguridad de una manera casi imperceptible al principio y, luego,
creciente: la primera huelga en la empaquetadora en el sesenta y siete, el
conato de incendio provocado del almacén de artesanía en el setenta, las
discusiones cada vez más agrias con los jurados de empresa, los gestos hoscos
de los trabajadores más jóvenes, que, en vez de saludar como hacían los
veteranos, miraban fijamente hacia la máquina cuando él pasaba a su lado; la
silicona tapando todas las cerraduras de la fábrica de muebles la mañana en que
se convocó la primera jornada de huelga, y los empleados, quietos, en la
explanada, negándose a entrar cuando los bomberos consiguieron abrir las
puertas utilizando los alicates.”