jueves, 26 de junio de 2014

Sin tiempo para la envidia

Ha roto el sol. Las nubes se han ido y el mar está ahí, a la vista. El horizonte se llena de agua y el azul juega a imponerse. La temperatura es muy agradable y la sombra se agradece, si hay que sentarse un rato.
Sobre la mesa unos  “digestivos”.
Conversación fluida, y a veces atropellada, sobre lo sagrado (la clase política) y lo profano (el quehacer rutinario de cada día); repaso  distendido de la actualidad: desde hoy hasta hace varios meses; recorrido por los amigos y los enemigos (esos que no lo son, porque no se lo merecen y no vamos a malgastar en ellos nuestro tiempo, pero que lo serían si pensásemos en ellos); crítica, a veces acerba, de algunos retazos de lo cotidiano; recuerdo compartido de lo que nos ocupa, de lo que nos preocupa y –pensamos- de lo que debería  entrar en alguna de estas dos categorías. Tarde gloriosa, presagio de lo que viene. ¿Se puede pedir más?

Mis mejores deseos del mejor de los veranos, con quienes más queráis, para eso que para muchos empieza mañana y otros… ya no tenemos nunca: VACACIONES

miércoles, 25 de junio de 2014

La mirada del observador


Una de las fuentes en las que buceo para ir recogiendo los títulos de las novelas que luego voy a leer es el blog “Un libro al día” que podéis encontrar en http://unlibroaldia.blogspot.com/
En su presentación dice que es un blog sobre libros, escrito por gente a la que le apasionan los libros. Y cada día aparece una nueva reseña.
Una muestra clara de la imposibilidad de “estar al día” la encontré cuando cogiendo, al azar, la semana del 17 al 22 de junio me encontré con las reseñas de seis libros, que valoraban como muy recomendables todos ellos, de los cuales “me sonaba” uno de los autores y ninguno de los títulos.
Así las cosas no me extenderé en muchas consideraciones que me vienen a la cabeza. Sólo utilizaré lo escrito hasta aquí, como preámbulo a lo que sigue.
Porque fue en este blog donde me encontré con “La mirada del observador” de Marc Behm (sábado, 7 de junio de 2014) a la que valoraban como Imprescindible. Decían de la novela cosas como:


“En algún lugar se la clasifica como una de las cinco mejores novelas negras de la historia o, incluso como la mejor de todas (puede que tal prestigio tenga que ver con que en 1983 Le Monde la considerase como la mejor historia policíaca de los diez años anteriores).
“La mirada del observador es una road-story escrita con agilidad y eficacia callejera, soez cuando es necesario, pero también con una elegancia y hasta exquisitez apreciables. Y un sentido del humor zumbón, característico, por lo que se ve, de Behm. Es una novela sobre la paternidad y sus escurridizas obligaciones y certezas. Una novela sobre la desesperanza, sobre el asesino transcurrir del tiempo y sobre cómo el mundo nos pasa por encima si no somos capaces nosotros de pasar por encima de él. Es, por supuesto, una historia de amor. O más de una.”


No podía dejarla escapar.

“La mirada del observador” no es una novela negra tal como solemos entenderla, más bien se trataría de una historia criminal; es una novela extraña, bella, que crea en el lector una sensación de perplejidad que va en aumento y que no cesará ni con el final. Es una novela que merece la pena leer por su sencillez, por lo simple que parece y lo compleja que resulta. Además está muy bien escrita y, aunque a veces nos perdamos en la geografía de los EE.UU., en ningún momento dejamos de saber lo que está ocurriendo. Eso sí, no nos lo podemos llegar a creer.

martes, 17 de junio de 2014

Fin de semana en lmágenes

Navegando en una paleta de colores

La paz es posible a mediodía

Y luego la belleza de muchas sencilleces combinadas

Perfecta convivencia entre juventud y  madurez
La tierra dará sus frutos a partir de nuestro trabajo con las semillas

ATARDECE


miércoles, 11 de junio de 2014

299

No hace mucho escribía una entrada bajo el título de “301”. Hoy mi vergüenza –ajena- tiene una cifra ligeramente inferior. “Sólo” 299.
299 votos para la sinrazón. 299 votos para defender dos cosas: que el actual (¿o ya no lo es?) se vaya de rositas y el próximo entre por la puerta grande.
Si Juan Carlos no tiene nada que ocultar, ¿para qué quiere, para qué necesita un aforamiento?. ¿Para qué le resulta interesante una ley que impida a cualquiera indagar en su pasado y denunciar, si la hubiere habido, cualquier corrupción, cualquier enriquecimiento indebido, cualquier apropiación injusta? Si no renuncia a una ley así, será – y a nadie que sea inteligente  se le escapa – porque algo tiene que ocultar.
Y el siguiente, Felipe, va a llegar a donde va a llegar para demostrarnos una vez más que uno es lo que según donde nace. Ni esfuerzo, ni trabajo, ni méritos, ni voluntad de los que le rodean, ni-ni (aquí sí que hay ni-ni-ni-ni).
Pero ellos hacen bien. ¿Por qué no aprovecharse? Lo trágico, lo vergonzoso es lo de los 299. Y de algunos no se podía esperar otra cosa. Son amiguetes. Pero, ¿y de los que sí podíamos esperar otra cosa? No me extraña nada que alguno de ellos no quiera ni presentarse a secretario general de semejante despropósito. Aunque, por lo que han dicho (y hecho) tampoco ésta es la razón de no presentarse.
Sólo queda una solución, harto improbable de que vaya a suceder: que los 299 terminen trabajando en el lugar de aquellos 301 asesinados en una mina de Turquía. Con los dos nombres que aparecen más arriba sumarían, justo,  los 301.


¿Se nota que estoy muy cabreado con este asunto?

lunes, 9 de junio de 2014

Margen de error

Se acerca el verano. No será malo recomendar alguna de esas novelas que se leen de tirón, con mucha facilidad y que, si no nos ponemos excesivamente exigentes en los detalles, pueden ser un complemento ideal para los ratos de sol, los ratos de sombra, descansar un ratito con algo interesante, bien escrito, con una dosis bastante aceptable de suspense y otra de “negritud”.
Así es “Margen de error” de Berna González Harbour.
Para que hagáis un poco de boca os dejo tres textitos entresacados de ella. El último pensando especialmente en los que vais a terminar el curso con preocupaciones más serias sobre los caminos de la educación y los entresijos de los políticos, empeñados en cargársela.


“Lo llamaron “Plan Futuro”. Grandes planes de futuro y adaptación para un universo nuevo… Nuevas sedes, nuevos nombres para los cargos, traslados de gente… Ya sabes cómo es el mundo de los negocios: Si tienes que hacer algo desagradable, envuélvelo bien, dale un nombre, intégralo en una filosofía nueva, véndelo como si hubieras encontrado el Potosí. ¿Te tengo que contar todo ese rollo.”

"- Varios amigos míos trabajan allí por trescientos euros al mes. Cobran una mierda,  pero se enteran de todo.(Están despidiendo a los trabajadores que llevan muchos años.)
- Me da que tendrán futuro.
- Uno brillante. Cuando se carguen a esos veinte mil que cobran dos mil euros al mes, entrarán ellos por seiscientos.”

“- Tía que en mi cole quieren que vengas a hablar. Que si nos puedes venir a contar cosas de tu trabajo, de ser policía y eso.

Amargamente sonrió. Cuánta candidez. Tenían charlas preparadas para las escuelas. La persecución de los bandidos, el respeto a la ley, el mundo dividido en buenos y malos, la eficacia policial,… Y en ocasiones, se lo había llegado a creer.”

miércoles, 4 de junio de 2014

El gran espectáculo del PSOE

Menudo espectáculo nos estaba ofreciendo el PSOE antes de la abdicación de Juan Carlos.
¿No se trata de una lucha, despiadada – aunque educada- por el poder, por conseguir o mantener la mayor cota de poder posible, bajo las apariencias del servicio a la sociedad, la purificación del partido, el bien de los ciudadanos…? Elección por el comité, por los afiliados del partido, por todos los ciudadanos, primarias y luego no se qué… Y que sigan los numeritos circenses.
Si no de trata de eso, de lucha pura y dura por el poder, bien que lo parece.
Y no es de extrañar. Al fin y al cabo los contendientes que aparecen son los “barones” (sí con “b”) y alguna baronesa. O ¿alguno de vosotros ha visto que aparezca entre los posibles llamados a regenerar el partido alguien que no sea un profesional de la política? Pongamos por caso un trabajador del metal o de la construcción en activo, una trabajadora del comercio en paro, un profesor de instituto o –incluso- de la universidad, un profesional autónomo de la fontanería o de la carpintería,… es decir: alguien con un patrimonio similar al tuyo y con un sueldo o pensión que no supere la media de los sueldos y pensiones.
Yo no he visto a nadie así.
Y en medio de todo esto el rey abdica.
Y el que esto escribe se encuentra con que un partido “esencialmente republicano” se coloca del lado de los que van a apoyar la coronación del siguiente rey, en virtud de no sé qué sensatez y de no sé qué servicio coyuntural a la sociedad española.
Sin que les importe un pito que él, y yo, y tú, sigamos siendo súbditos (a nuestra edad) antes que ciudadanos. Claro que “barón” suena a título nobiliario. Y si no lo es, me disculpo por mi ignorancia, me corregís y vuelvo a repetir que quizás no sea, pero lo parece.

Todo esto dicho con mucha rabia y con mucha pena.

martes, 3 de junio de 2014

El niño que robó el caballo de Atila.


Mientras leía “El niño que robó el caballo de Atila”, de Iván Repila, y, definitivamente, al acabar la novela, acudían a mi mente los ecos de dos ideas sobre la creación artística que manejé durante muchos años, y en las que aún creo.
Muchas veces expliqué a mis alumnos que la buena literatura “suena bien”, que no siempre debe estar cimentada sobre ideas fácilmente comprensibles, de esas que uno analiza y desmenuza.
Usaba frecuentemente mi admiración por la poesía de Dámaso Alonso. Y confesaba, sin rubor, que, a pesar no haber podido entender nunca al completo uno solo de sus poemas, lo leía con frecuencia porque “me sonaba bien”.
Y, a modo de justificación, les preguntaba y me preguntaba cómo se entendía la música de aquel cantante, de lengua inglesa o francesa, que tanto les gustaba. Jamás me ha preocupado entender qué decían los Beatles (si es que decían algo, que no lo se).
Ello no quita el esfuerzo por entender lo que sí hay de comprensible. Pero, para que sea posible hacerlo, muchas veces hay que “estar en la onda”, hay que conocer sus antecedentes, el ambiente en que se creó, …Así, a mí no me resultó costoso entender el Godot de Becket, el cepillo de dientes de Jorge Díaz o el “8½” de Fellini.
Sólo los ecos de esas dos ideas me hacen respetar la novela leída. Sólo ellos me libran (o le libra a él, tampoco lo sé) de concluir que Repila nos toma el pelo.
“El niño que robó…” suena bien. Por momentos, muy bien y algunos pasajes, considerados no como parte de un conjunto, sino como un todo, resultan muy interesantes.
Resuenan ideas tan atractivas como la lucha por la libertad, la solidaridad, la necesidad de que alguien muera para que otro sea libre, la necesidad de catarsis por parte del héroe antes de dirigir la revolución, el cuidado que el hermano mayor le debe al menor, la necesidad de la violencia, la comunión con la tierra,… Demasiado.

Ahora bien, ¿me habrá tomado el pelo Iván Repila? Por si consigo aclararme un poco (que tampoco me importa mucho “a estas horas”) y, como ésta es su segunda novela, voy a ver si leo la primera sin tardar mucho.