Varios sucesos de
estos últimos días me han hecho pensar en cuánto de distorsionada está la
impresión que tenemos sobre el tiempo pasado en ese corto recorrido que es la
historia de cada uno. Aunque sea de casi 70 años.
La velocidad que ha
llegado a alcanzar el paso del tiempo produce unos errores de apreciación que,
a veces, no me extraña que nos haga sentirnos medio mareados.
Difícil imaginar
que alguno de nosotros vivió sin aparato de televisión en el centro de la sala de estar (que se llamaba
entonces, ahora salón). Sin embargo yo recuerdo muy bien que antes del año
1960, cuando yo ya tenía doce años, nunca había visto una tele en una casa, y
que los dos años siguientes sólo la ví en casa de los vecinos (que eran
“ricos”).
Mi primer
ordenador, y fui un “avanzado”, no fue anterior a 1982, cuando yo ya tenía ¡34!
años. O sea, que he vivido más de la mitad de mi vida sin ordenador. La web es
de 1990, y aquí llegaría a ser popular un poco más tarde, cuando yo ya tendría
¿50? años. Pongamos que sólo 45.
El primer móvil con el sistema operativo Android se
vendió en octubre de 2008. Y como en este terreno yo no fui pionero, porque me
pillaba “mayor”, debo suponer que comencé a usar un móvil Smartphone antes del 2010, o sea hace 5 años. (Y un
móvil de los primeros, yo no empezaría hace más de 10 años).
Pero, las impresiones que
tenemos (que tengo yo en muchos momentos) es que todo esto ha estado ahí a lo
largo de toda mi vida.
Para que veamos que también la sensación contraria, las
cosas cambian cada poco tiempo, un ejemplillo de mucha actualidad: cada año que
pasa empezamos antes con las luces, los adornos o los preparativos en la ciudad
de la Navidad. Lo decimos hoy, lo dijimos el año pasado, y el anterior…
Pues bien, he
encontrado esta cita en una novela que acabo de leer: “caen gotas de las estrellas de Navidad grandes y amarillas suspendidas
entre las fachadas de los edificios… Llevan colgadas un par de semanas, a pesar
de que falta casi un mes para la Navidad.”
Un cálculo rapidísimo nos hará comprender que los adornos
de Navidad de la ciudad (Estocolmo, en este caso) se colocaron un mes y medio
antes de que llegaran las fiestas. Bastante antes de que lo que sucede ahora. Y
resulta que la novela “Roseanna” está escrita en 1965, un poco después de que
la tele llegara a mi casa.
Cuando en el año 90
del pasado siglo algún “despistado” me pedía consejo para empezar a leer novela
negra, siempre le remitía –obligatoriamente- a “los suecos”.
“Los suecos" (cuyo nombre no conseguí ni pronunciar ni, mucho menos, aprender) eran Maj
Sjöwall y Per Wahlöö y
lo que yo recomendaba era “Asesinato en el Savoy” y “Los terroristas”, las dos
únicas novelas suyas traducidas hasta entonces (los autores eran peligrosos
porque pertenecían al partido comunista).
En el último mes se
ha producido la coincidencia de recibir noticias de que habían reeditado en
castellano la primera de sus diez novelas con el inspector Martin Beck,
“Roseanna”, una especie de ganas de volver a leerlos, que me ronroneaba los
últimos tiempos, y el que esta novela en concreto fuera una de las
“homenajeadas” en “Irène” por Pierre Lemaitre.
No creo que ésta
sea la mejor novela de la serie. Tampoco que sea el prototipo de lo que yo
entiendo por novela “negra”. Pero es una novela muy digna en la que, por lo que
dicen, significa el comienzo del giro de la novela policiaca hacia la novela
negra.