sábado, 26 de agosto de 2017

No soy un monstruo

Entre vainas, calabacines, que este año se prodigan sin que parezcan tener final, alguna cebolleta, pimientos, tomates, que esta vez están muy sabrosos y espléndidos; en medio de una geografía que parece hecha de polvo acumulado, bajo un buen sol y ninguna lluvia, aunque aquí sí que refresca y las mañanas resultan muy agradables; en varias “siestas” generosas me he leído “No soy un monstruo” de Carme Chaparro.
No ha resultado empresa difícil. El asunto de la búsqueda policial de unos niños desaparecidos, raptados – a lo que parece – por un asesino en serie, y el haber elegido una novela que construye su relato usando varios escenarios simultáneos y vistos desde varios personajes (incluso utilizando distintos narradores) le permiten crear suspenses que se alargan en el tiempo que dura la narración, aunque el momento de la historia sea el mismo.
Ese suspense bien prolongado hace que, por momentos, resulte difícil abandonar la lectura. En ese sentido, “No soy un monstruo” es novela de leer de uno o pocos tirones y se sigue sin rechistar.
Dicho lo cual, debo añadir que tiene dos graves defectos: es todo excesivo, exagerado, no hay posturas, sentimientos, verdades… medias. Si se sufre se sufre hasta morir y si no se duerme se está en vela durante días.
El segundo defecto me parece más serio: la solución final, la prueba que provoca el desenlace, se la saca de la manga. No la explica, a no ser que yo me haya perdido algo (que todo es posible en tardes de verano, y a la hora de la siesta).
Eso hace que haya terminado con la sensación de que me han colado una mala novela.


martes, 15 de agosto de 2017

Jubilarse escribiendo

Ya son varias las veces que he hecho en este blog, siempre de pasada, comentarios sobre la “jubilación” de los escritores.
Cuando se han seguido, con bastante fidelidad a lo largo del tiempo (mucho tiempo ya), las novelas de algunos de ellos (Camilleri, Leon, Markaris, Allende,…) cuesta no ilusionarse con la publicación de una nueva novela suya.
El caso es que se está convirtiendo en asunto común que esa “última novela publicada” no tenga mucho que ver con su producción anterior.  Es como si en ella “echaran el resto”… y ya no les quedaba mucho. Salvo, eso sí, oficio, humanidad, capacidad crítica. Insuficiente para construir una historia de las que merecen la pena.
Y da mucha rabia. Por dos razones: por la desilusión que se va instalando poco a poco, progresivamente, en el lector, junto a la consideración de que se ha perdido el tiempo en esa última lectura; y por la empatía que se siente con los autores, que va disminuyendo porque uno no acaba de entender las verdaderas razones para seguir publicando: no puede ser su situación económica (al menos eso creo), no puede ser esa historia que uno lleva dentro y no acaba nunca de parir (porque no hay historia), no puede ser la necesidad de reconocimiento, el que no se olviden de mí, el “aquí sigo estando” (porque son inteligentes). Entonces, ¿qué?
Los viejos creemos que tenemos mucho que decir. Siempre. Y no debe ser del todo verdad. Al menos expresado de esa manera. Es posible que tengamos poco, pero interesante. Y que ese poco, pero interesante podamos repetirlo muchas veces. Y ahí nuestra obligación es la de repetirnos. Nuestra ventaja que no nos apremia el tiempo (porque no tenemos que inventar nada, aunque el tiempo que quede sea breve). Y nuestra autocomplacencia que sabemos hacerlo (más sabe el diablo por viejo…).
Pero, en este caso, hay lectores. Gente que espera una historia que le remueva, que le emocione, que le deje con la sensación de haber “aprovechado” el tiempo, también escaso, que le queda.

Hay que saber jubilarse. Sin duda. Quizás sea el tiempo de volverse a los relatos breves. Quizás.

viernes, 11 de agosto de 2017

Más allá del invierno

Creo que todos los que hayamos leído alguna vez a Isabel Allende estaremos de acuerdo en que escribe “bonito”. Que se la lee muy a gusto.
Además, supongo que coincidiremos en su maestría creando personajes. Sobre todo, esos personajes femeninos hechos de dolor, humillaciones, vejaciones y sufrimiento. Y de constancia, fuerza, aguante, tenacidad e, incluso ternura.
Esas mujeres que trasmiten la vida, la cultura, los valores, la etnia,…
Pero, aparte de eso, poco más he encontrado en “Más allá del invierno”.

¿Deberían los escritores jubilarse obligatoriamente?

sábado, 5 de agosto de 2017

Tercer día de playa

Tercer día de playa en Castro. La playa debe seguir ahí, aunque no he ido a verlo. La foto que acompaña esta entrada no hace justicia a la realidad, sobre todo porque no está mojada. Y la realidad es como un charco y una cortina de agua. Sirimiri, ¿no?

Decía ayer Jonan que en Benidorm estaban “secos” y que se iban al cine. Por la cosa de que con el pago de la entrada parece que se aseguraban un par de horas de aire acondicionado.
Las razones para ir al cine siempre han sido de lo más variadas. Si no que se lo digan a todos los que tuvieron que buscar las “fila de los mancos”. O aquellas sesiones dobles (que recuerdo sin mucho esfuerzo) en los cines de Madrid en tardes dominicales de un frío que pelaba o de una lluvia interminable (que también allí llovía. Mi penúltimo paraguas, que aún hoy uso, lo compré en Madrid en mi último viaje hace ya… eso sí que no lo recuerdo).
O sea, casi cuatro horas de calor y a cubierto. Una película de amor y otra del Oeste. La tarde pasada.
Es como ahora con la tele y las razones que nos llevan a verla. Son tantas las veces que está encendida sin  que nadie la mire siquiera… Pero, alguien tocó en un momento dado un mando a distancia y a nadie se le ocurrió volver a hacerlo antes de la hora de ir a la cama.
¿Qué fue de aquellas tardes en la sala de casa de Sestao, cuando mi madre me veía sentado y me decía: “hijo, enciende la tele”. “¿Para qué?”, preguntaba yo. “¿Tú  vas a verla?” “No, yo no. Pero tú querrás verla”. Y la encendía. Y, como entonces no había mando a distancia, allí se quedaba, encendida… hasta la hora de ir a la cama.
Retomando el asunto: que si alguien quiere “mojarse”, dejar de “estar seco”, no tiene más que darse una vuelta por aquí, por “el Norte”, que dicen.
Esta vez he podido disfrutar de un par de días SEGUIDOS de playa, de sol, de calor, del agua del mar. ¿Habrá sido un pequeño lujo? Tumbarse a sentir los rayos de sol tonificando los viejos huesos, en silencio pero escuchando “maravillosas” conversaciones alrededor (y ahora con los móviles, escuchando también monólogos), con los ojos cerrados, pero sin dejar de ver cómo se mueven los labios de esa señora mayor que lee a unos metros, en la tranquilidad que espía a esos niños que desembarcan sus aparejos demasiado cerca, solo, opero en medio de una gran multitud, tumbarse… es (o ha sido) un pequeño lujo.

¿Podré repetirlo en breve? O, este tiempo, este Norte, este sirimiri,…

viernes, 4 de agosto de 2017

Una comedia canalla

La segunda novela de Iván Repila (“El niño que robó el caballo de Atila”) me impactó. Tanto que me prometí a mí mismo leer en cuanto pudiera su primera novela, novela de la que ya alguien me había hablado elogiándola. Me impactó, dejándome la pregunta sobre si el autor nos tomaba el pelo o no.
Pues bien. He terminado (a rastras) “Una comedia canalla” y digo que me la podía haber evitado, que no me hubiera perdido nada. Eso sí me hubiera quedado siempre con las ganas de leerla. Y me pasará lo mismo con la tercera, pero no tiene por qué pasaros a vosotros.
Hay quien la recomienda, pero a mí me ha parecido una enorme gamberrada (inteligente), en la que no me cabe duda de que el “gamberro” lo pasó muy bien (escribiéndola), pero los demás sólo encontraremos algunos pequeños detalles para reír. Quizás ni eso: sonreír.

Para lo que queda de mes volveré a mis lecturas de verano: esas de las que esperas muy poco y que te hacen pasar el tiempo con dignidad, agradablemente, sin más pretensiones que la de estar bien escritas.