Tercer día
de playa en Castro. La playa debe seguir ahí, aunque no he ido a verlo. La foto
que acompaña esta entrada no hace justicia a la realidad, sobre todo porque no
está mojada. Y la realidad es como un charco y una cortina de agua. Sirimiri,
¿no?
Decía ayer
Jonan que en Benidorm estaban “secos” y que se iban al cine. Por la cosa de que
con el pago de la entrada parece que se aseguraban un par de horas de aire
acondicionado.
Las razones
para ir al cine siempre han sido de lo más variadas. Si no que se lo digan a
todos los que tuvieron que buscar las “fila de los mancos”. O aquellas sesiones
dobles (que recuerdo sin mucho esfuerzo) en los cines de Madrid en tardes
dominicales de un frío que pelaba o de una lluvia interminable (que también
allí llovía. Mi penúltimo paraguas, que aún hoy uso, lo compré en Madrid en mi
último viaje hace ya… eso sí que no lo recuerdo).
O sea, casi
cuatro horas de calor y a cubierto. Una película de amor y otra del Oeste. La
tarde pasada.
Es como
ahora con la tele y las razones que nos llevan a verla. Son tantas las veces
que está encendida sin que nadie la mire
siquiera… Pero, alguien tocó en un momento dado un mando a distancia y a nadie
se le ocurrió volver a hacerlo antes de la hora de ir a la cama.
¿Qué fue de
aquellas tardes en la sala de casa de Sestao, cuando mi madre me veía sentado y
me decía: “hijo, enciende la tele”. “¿Para qué?”, preguntaba yo. “¿Tú vas a verla?” “No, yo no. Pero tú querrás
verla”. Y la encendía. Y, como entonces no había mando a distancia, allí se
quedaba, encendida… hasta la hora de ir a la cama.
Retomando
el asunto: que si alguien quiere “mojarse”, dejar de “estar seco”, no tiene más
que darse una vuelta por aquí, por “el Norte”, que dicen.
Esta vez he
podido disfrutar de un par de días SEGUIDOS de playa, de sol, de calor, del
agua del mar. ¿Habrá sido un pequeño lujo? Tumbarse a sentir los rayos de sol
tonificando los viejos huesos, en silencio pero escuchando “maravillosas”
conversaciones alrededor (y ahora con los móviles, escuchando también
monólogos), con los ojos cerrados, pero sin dejar de ver cómo se mueven los
labios de esa señora mayor que lee a unos metros, en la tranquilidad que espía
a esos niños que desembarcan sus aparejos demasiado cerca, solo, opero en medio
de una gran multitud, tumbarse… es (o ha sido) un pequeño lujo.
¿Podré
repetirlo en breve? O, este tiempo, este Norte, este sirimiri,…
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