sábado, 5 de agosto de 2017

Tercer día de playa

Tercer día de playa en Castro. La playa debe seguir ahí, aunque no he ido a verlo. La foto que acompaña esta entrada no hace justicia a la realidad, sobre todo porque no está mojada. Y la realidad es como un charco y una cortina de agua. Sirimiri, ¿no?

Decía ayer Jonan que en Benidorm estaban “secos” y que se iban al cine. Por la cosa de que con el pago de la entrada parece que se aseguraban un par de horas de aire acondicionado.
Las razones para ir al cine siempre han sido de lo más variadas. Si no que se lo digan a todos los que tuvieron que buscar las “fila de los mancos”. O aquellas sesiones dobles (que recuerdo sin mucho esfuerzo) en los cines de Madrid en tardes dominicales de un frío que pelaba o de una lluvia interminable (que también allí llovía. Mi penúltimo paraguas, que aún hoy uso, lo compré en Madrid en mi último viaje hace ya… eso sí que no lo recuerdo).
O sea, casi cuatro horas de calor y a cubierto. Una película de amor y otra del Oeste. La tarde pasada.
Es como ahora con la tele y las razones que nos llevan a verla. Son tantas las veces que está encendida sin  que nadie la mire siquiera… Pero, alguien tocó en un momento dado un mando a distancia y a nadie se le ocurrió volver a hacerlo antes de la hora de ir a la cama.
¿Qué fue de aquellas tardes en la sala de casa de Sestao, cuando mi madre me veía sentado y me decía: “hijo, enciende la tele”. “¿Para qué?”, preguntaba yo. “¿Tú  vas a verla?” “No, yo no. Pero tú querrás verla”. Y la encendía. Y, como entonces no había mando a distancia, allí se quedaba, encendida… hasta la hora de ir a la cama.
Retomando el asunto: que si alguien quiere “mojarse”, dejar de “estar seco”, no tiene más que darse una vuelta por aquí, por “el Norte”, que dicen.
Esta vez he podido disfrutar de un par de días SEGUIDOS de playa, de sol, de calor, del agua del mar. ¿Habrá sido un pequeño lujo? Tumbarse a sentir los rayos de sol tonificando los viejos huesos, en silencio pero escuchando “maravillosas” conversaciones alrededor (y ahora con los móviles, escuchando también monólogos), con los ojos cerrados, pero sin dejar de ver cómo se mueven los labios de esa señora mayor que lee a unos metros, en la tranquilidad que espía a esos niños que desembarcan sus aparejos demasiado cerca, solo, opero en medio de una gran multitud, tumbarse… es (o ha sido) un pequeño lujo.

¿Podré repetirlo en breve? O, este tiempo, este Norte, este sirimiri,…

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