Pensaba, y dejaba por escrito entre
mis apuntes, hace un par de días que “Nuestra señora de la esperanza” de David
Monthiel, si por la forma en que estaba escrita fuera, no pasaría la prueba de
las 40 páginas. (Ya sabéis: si para la página 40 no me ha enganchado, la dejo y
santas pascuas).
Y es que no es de recibo que en esas
páginas haya tenido que recurrir tres veces al diccionario de la RAE para
descubrir que la palabra buscada no existía (en el diccionario, claro). Y es
que vale que el argot sirve para situar la acción, ayuda a comprender al
personaje, significa que el autor está al cabo de la calle; vale que el argot
puede (y más, quizás, en una novela negra que se mueva por entre las clases
populares) ser un arma literaria. Pero, ¿tanto argot…?.
Revolviendo por la Red, unos días
después he encontrado un “alma gemela” que dice esto: “No me ha resultado una
lectura fácil. Lo que se puede considerar un gran acierto es la inclusión del
lenguaje gaditano en la trama, pero ese mismo acierto es el que me ha sacado de
la historia en numerosas ocasiones. He tenido que buscar palabras en Google,
releer dos y hasta tres veces algunos diálogos que se me hacían de difícil
comprensión… Parece mentira que hablando el mismo idioma no puedan ser más
distintos el castellano que yo utilizo del usado en Cádiz.” (tomado del blog
“El taquígrafo” del 15 de dic. del 2019)
Pero, a pesar de la dificultad (que poco a
poco se vuelve menor) ocurría que el relato se movía por caminos que me
apetecían leer: El concejal de obras públicas, de un partido (IZQ) de
izquierdas, es asesinado (el tema puede ser manido), cuando forma parte de una
corporación municipal de izquierdas (¿populista?), cuya alcaldesa, de Poder
Popular, encarga la investigación, de forma clandestina, a un “pobre” detective
marginal (el detective no tanto, pero el entorno de la investigación, resultan
novedosos).
“¿A ti te
parece lo más normal que un concejal dimita por un caso de corrupción y a los
dos días aparezca muerto?
“Tenemos
que desenmascarar las sucias maniobras que pretenden echarnos del Ayuntamiento”.
“Su muerte
es parte de la guerra sucia, algo connatural a un sistema corrompido que ha llegado
demasiado lejos”.
Y en la novela se habla de la “venezonalización de Cádiz”, lugar
donde, si no lo he dicho ya, sucede la acción.
Después de acabada, no me
arrepiento de haber seguido con ella hasta el final. Para mí ha sido la primera
novela negra (puramente negra: empieza con un crimen y, después, investiga la
sociedad donde se ha cometido), que se mueve en el entorno de los movimientos
nacidos alrededor del 15-M, de los partidos que hoy se dicen más a la izquierda
y que, incluso, están en las alcaldías de más de una ciudad. ¿También hay que
decir que en el entorno de “los nuevos mandarines de la nueva política”?
Lo hace sin paños calientes y sin
cebarse con las miserias de esta nueva “clase”, poniendo de manifiesto que también
en ese mundo hay celos, envidias, mentiras, ansias de poder,…
Creo que quien escribe tiene, sin
embargo, aprecio (cuando menos) por esa izquierda que lucha por cambiar la
ciudad, alrededor de la alcaldesa. Algunos de sus personajes son enormemente
entrañables.
Para quienes no guarda afecto alguno
(parece) es para los responsables (a los que identifica) de “el largo período especial que vivía la
ciudad y que había producido a los tres chavales detenidos, a parados de larga
duración, camellitos, chapús en negro,
tabaco de contrabando, ropa de tercera
mano, lotería clandestina, carros de la compra llenos de hidratos de carbono y
cartones de leche, viejos que recogían colillas, pensiones que daban de comer a
tres chiquillos, baratilleros diarios en la plaza de Abastos, embarazos
adolescentes, prostitución de baja intensidad, colas en los servicios sociales
para solicitar ayuda y pagar la casa, la luz, el agua y una economía sumergida
digna de una patria de submarinistas”.
Tampoco respeta mucho alguna
institución. Como es norma de la novela negra: “-Claro, los gobiernos pasan –entonó irónico–, la policía permanece. Hay
justicia.
Merece la pena leerla. Las dificultades están compensadas con demasía.