Hoy ha muerto, víctima del coronavirus
en última instancia y de alguna otra enfermedad contraída a lo largo de sus
muchos años de lucha (por lo que sé o creo saber) Luis Sepúlveda.
Y yo me siento “obligado” a rendirle
desde aquí un pobre, pero cálido, homenaje.
Su obra más conocida “Un viejo que
leía historias de amor” me es desconocida, pero leerla será mi verdadero
homenaje. Sigo pensando que lo mejor que se puede hacer por un escritor es
leerlo.
Hace unos meses, en uno de esos
periplos por las librerías de Bilbao me tropecé con “Historia de un caracol
que descubrió la importancia de la lentitud” Lo compré y se lo regalé a una
niña de 9 años. No le gustó. Me había equivocado de regalo. Quizás era
demasiado elogio de la lentitud para su edad. Pero, no importa, quizás algún
día le ocurra como tantas veces a mí mismo, que uno vuelve sobre algo que no le
gustó porque aquel no era su momento.
Lo más remarcable de mi relación con
la obra de Luis Sepúlveda es que son muchas las veces que he leído su “Historia
de una gaviota y del gato que le enseñó a volar”. No sólo la he leído yo, la
han leído muchos de los que fueron mis alumnos.
Quizás todavía anden rodando por ahí aquellas
fichas de trabajo que elaboré a partir del gato y la gaviota para trabajar en
mis clases la lengua española, la geografía, o la ética de la amistad, del
esfuerzo y del amor al medio ambiente.
Leeré al viejo que leía historias de
amor. Sin tardar mucho. Volveré a hacer presente, y, por tanto, vivo a Luis
Sepúlveda que tantas horas gratas me ha hecho pasar.
¡¡¡Larga vida a sus novelas!!!
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