sábado, 29 de septiembre de 2018

No acaba la noche y La investigación

Este último mes ha estado cargado de sol, playa y mar, además de las noticias de todos los días que ya conocéis.
También alguna lectura. Así que dejo constancia de que he abandonado en la página "40" "Habana réquiem" de Vladimir Hernández y de que sí he llegado al final de "La investigación" y "No acaba la noche".

“No acaba la noche” es la primera novela de Cristina Fallaras (2006). Ágil, bien escrita, de fácil lectura, aunque el ambiente en el que discurre el relato me resulta vitalmente tan extraño, que podría estar situado en cualquier lugar del mundo o de la galaxia. Sólo el asunto de la pornografía infantil lo ata a algo que me suena cercano.
Las mujeres, posiblemente, se sentirán más  implicadas en la novela: un catálogo de mujeres, independientes, cultas e inteligentes, se desmorona sacando a la superficie dos tipos de mujer: la que sigue dependiendo de un hombre o de los hombres y las que son cómplices de esa dominación o la repiten desde sus propias circunstancias.
La novela tampoco dejará indiferentes a los periodistas investigadores.
Casi con seguridad el mal sabor de boca que deja lo narrado será común para la mayoría de los lectores.




“La Investigación”, de Philippe Claudel es una novela bella por su escritura, de lectura fácil, ágil y amena.
Es, más que otra cosa, una novela enigmática. Con varias posibles lecturas e interpretaciones, exige una lectura más profunda, sosegada e intensa que la que yo acabo de realizar en este ambiente aún de fin de verano, entre el mar, la playa y el sol en un Benidorm, que es, en sí mismo, toda una novela negra.
“La investigación”, si la leéis, no os defraudará. Más aún, si os dejáis llevar por su prosa, casi con seguridad se os hará más de un nudo en la garganta y más de una interrogación en la cabeza.
“Aquella situación no tenía el menor sentido”.
“La vida real no puede desorientarte de ese modo ni poner en tu camino a personajes tan inquietantes como los que desde el día anterior se divertían jugando con él, matándolo de hambre, mortificándolo, haciéndolo esperar, desmoralizándolo, atemorizándolo… Aunque… <<¿Aunque qué?>>, empezó a preguntarse. La vida real, que siempre le había parecido una sucesión monótona y agradablemente aburrida de repeticiones, mostraba quizá, bajo cierta luz o en determinadas condiciones, aspectos insospechados, angustiosos, incluso trgágicos.” Mi perplejidad mientras leía no era menor a la del protagonista de la historia. Un protagonista que llegaba a decir: “Esto no es la realidad. Estoy en una novela, o en un sueño, y encima ni siquiera es uno de los míos, sino el de otra persona, alguien retorcido, perverso, que se divierte a mi costa”.
Y casi para acabar, esta reflexión del Investigador, que me ha dejado “con el culo al aire”:
“A menudo tratamos de comprender lo que se nos escapa con los términos y los conceptos que nos son propios. Desde que se distinguió del resto de las especies, el hombre no ha dejado de medir el universo y las leyes que lo rigen con la vara de su mente y las imágenes creadas por ella, sin percatarse de las limitaciones de su enfoque. Y, sin embargo, sabe perfectamente que un colador no es un buen recipiente para el agua. Entonces, ¿por qué persiste en engañarse creyendo que su mente puede captarlo y comprenderlo todo? ¿Por qué no acepta, por el contrario, que su intelecto es un vulgar colador, es decir, un utensilio que presta innegables servicios en determinadas circunstancias, para acciones concretas y en situaciones dadas, pero que es inútil en muchas otras, porque no está  hecho para eso, porque está agujereado, porque innumerables elementos lo atraviesan sin que ni siquiera consiga retenerlos para observarlos, aunque sea unos instantes?”