viernes, 30 de agosto de 2013

"El resto de la vida”

He tenido que coger papel para leer una novela porque tenía mi ebook “prestado” y me he llevado una grata sorpresa. Aunque la elección – lo confieso – entre dos novelas que aún quedaban flotando en los estantes de mi biblioteca, la hice a peso. La otra, Murakami, con quien ya no tendré más remedio que enfrentarme, (porque la compré yo y hay que amortizarla), pesaba un montón. Esta era ligera. Ha sido interesante.
“El resto de la vida”, de Ángeles Caso es una historia de amor cercana al realismo mágico, una historia de “fantasmas” en la Europa desarrollada y tecnológica, una nueva revisión de un mito clásico (ésta vez el de Orfeo y Eurídice), que revolotea siempre en el fondo del relato y es otra vuelta de tuerca a esa eterna pregunta por el alcance del amor: ¿hasta dónde puede llegar?, ¿hasta más allá de la muerte? Sin esquemas religiosos a la vista.

Pero, es más. También está la pregunta de si uno puede cumplir su propia voluntad a pesar de los sentimientos del otro, hasta dónde le es posible a un hombre maltratar a una mujer, sobre qué bases se asientan las relaciones de pareja, y algún otro asunto propiciado por un final abierto (o quizás demasiado cerrado).
¿Son demasiadas preguntas para una novelita corta? En sus apenas ciento cincuenta páginas (que no llegan) hay todo eso y más: una descripción de paisajes bella en la dureza de la geografía y el tiempo, un mundo de sueños, la ciudad frente al campo, las tradiciones que aún pueden quedar de enganche con el pasado,…

Interesante y breve, se lee en un par de sentadas.

miércoles, 28 de agosto de 2013

“Mientras tenga calidad de vida…”




“Mientras tenga calidad de vida…”.  Noa tiene problemas de corazón, un pulmón que se le encharca y muchos años.
Una combinación fatal, la suma de demasiados males. Así que llevamos ya algo más de un mes, pensando en un cercano desenlace fatídico. No sabemos cuánto puede durar. Y en estos momentos se hace especialmente difícil determinar qué es eso de la “calidad de vida”. Posiblemente sea fácil decidir en una determinada situación que allí ya no hay calidad de vida, pero cuándo se pasa la frontera, la línea, que divide la calidad de la no-calidad,…, el malestar todavía esperanzado de mejoría del sufrimiento innecesario y estéril,…, la vida de la muerte. Eso no es fácil.
Hoy somos nosotros los que deberemos determinar el momento en que Noa se marchará (eufemismo tras eufemismo) con un trocito de nuestras vidas y de nuestros cariños. Mañana quizás sean otros los que tengan que decidirlo por nosotros. Y no será más fácil.

Pero, todavía hoy, mientras creamos que Noa tiene un mínimo de calidad de vida la cuidaremos, casi la mimaremos, y le seguiremos dando un trocito de nuestro cariño sin regateos.

lunes, 26 de agosto de 2013

“El año en que me enamoré de todas”

“El año en que me enamoré de todas” es, en el conjunto de las novelas que acostumbro a leer, algo extraño. No podía ser menos, dada mi relación con los premios literarios.
Suelo obviarlos y la mayor parte de las veces, cuando leo alguno, termino con la misma sensación: resulta bonito, tiene su interés, pero no acaba de engancharme, no “me pide” una buena crítica.
Adelantaré que en “El año…” hay dos novelas diferentes. Es el recurso de que el protagonista encuentre por azar una historia escrita, que, una vez leída, va a marcar la suya propia hasta iluminarla, ilustrarla, hacerla comprensible, contrastarla,…etc.

Y adelanto que esa segunda historia me ha parecido muy hermosa, conmovedora casi. Mucho más interesante que la del protagonista y su año en Madrid.
De cualquier forma esta historia de dos jóvenes tan diferentes, opuestos en muchos aspectos de la vida, tiene su interés y está bastante bien escrita, además de leerse de manera agradecida, agradecida porque resulta difícil (al menos en el cajón del que yo saco mis lecturas) encontrar una historia en la que todos los personajes son agradables, simpáticos, cordiales, … buenos, sin que lleguen en ningún momento a empalagar, sin que dejen de tener sus problemas (reales), sus dudas, sus “defectos”. Y, además, las cosas les salen bien y encuentran trabajo (no el que quisieran, ni el mejor del mundo) y se enamoran de quien deben (después de esos otros amoríos adolescentes, que a veces les hacen sufrir) y abren el futuro de par en par, aunque sea construyéndolo con los trocitos que pueden robar al pasado, en palabras del protagonista.

Novela amable, en fin, para pasar dignamente el rato.

miércoles, 21 de agosto de 2013

La boina y la gorra


Sentado en una de esas sillas de playa, oculto a la mirada de los demás detrás de unas gafas oscuras obligadas por la cantidad de luz que había en el ambiente, con un ebook en la mano para disimular, como si pudiera leer con la graduación de aquellas gafas, cosa absolutamente imposible, escuchaba sin perder palabra.
Eran dos señores mayores, mayores que yo, que habían llegado al río y habían desplegado sus sillas muy cerca de la mía, tanto que no era complicado seguir su conversación.
Hablaban sin aspavientos, con la sencillez de quien no tiene la obligación de demostrar sus postulados, con la ligereza de quien sabe que de aquella conversación no depende la marcha del mundo, con la fluidez espontánea con la que hablan dos amigos.
Habían repasado los temas de Egipto, Gibraltar, el asunto ese de la chupinera, Casillas y su suplencia, el tiempo tan raro del último año, los desahucios, los problemas de trabajo de nuestros jóvenes,  y algunos asuntos menores, por domésticos, cuando uno de ellos preguntó:
- ¿Sabes qué tienen los vascos en la cabeza?
- …
- Pues la boina. ¿Y nosotros?
- …
- Nosotros, una gorra.
Y, mientras se levantaban para dar un paseo y refrescarse en el río, completó:
- Esa es la diferencia.
Dijo “la”, ni “gran”, ni “única”.
Me quedé sin saber la etnicidad de aquel “nosotros”. Parecían castellanos, pero qué importa. Da lo mismo de dónde fueran.

Yo pensé en la boina y la gorra: distintas formas, distintos tejidos, distintas calidades (¿?), distintos precios (¿?),… y, debajo, un hombre intentando resguardarse del mismo sol, del mismo frío.
En Oña, bonito lugar.
He terminado de leer “Expediente Barcelona” de Francisco González Ledesma. Aunque lo hace de manera muy breve y tangencial, es la primera aparición del comisario Méndez, que luego se hará famoso en sus novelas. De hecho yo he leído ésta en busca de los orígenes de dicho comisario.
Pero no merecía la pena; me ha decepcionado enormemente. Es un mal “rollo” a caballo entre la novela negra y el panfleto político. De hecho no me apetece escribir más sobre ella.
Recuperaré una cita que él recuerda como de Ortega y Gasset: “Tan injusto es tratar desigualmente a los iguales como tratar igualmente a los desiguales”.

viernes, 16 de agosto de 2013

Lector de carteles

Soy un lector empedernido, que lee casi todo lo que se pone a tiro. Los carteles pegados en las paredes son una de mis aficiones. Pero, últimamente tengo que reprimir mis ganas, porque cada vez son más los que están escritos  en una lengua que no domino (y que, creo, a veces me domina).
Supongo que con motivo de las fiestas, Santutxu está lleno de carteles que no sé de quién son y que sí sé que no son para mí, porque están en euskera, sólo en euskera.
No hace muchos años que traté de explicar a la gente de LAB donde trabajaba que nunca podrían ser el sindicato que yo votase si sus carteles estaban escritos pensando en excluirme. ¿Quién quiere ahora excluirme de las fiestas de Bilbao?
Como me temo quiénes son, me voy a unir a esa petición de cuentas claras que hacía Mekatxiss el pasado 14. Pero, voy a ir más lejos: me gustaría saber cuánto del dinero de mis impuestos se va en subvenciones para quienes tratan de excluirme. Las entidades privadas que utilicen la lengua que les venga en gana. Claro que esas no quieren perder clientes.

Ya sé que éste es un tema muy espinoso. Lo seguirá siendo mientras algunos no (se) aclaren la diferencia entre la posibilidad y la obligación de hablar euskera (no digo ya nada de la de “sentir en …”), y se establezca cuáles son y deben ser sus fuentes de financiación.
¿Has leído bien, no? Yo no quiero que los carteles desaparezcan. Quiero libertad de expresión. Lo que quiero es saber si los estoy pagando yo. Nada más.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Elogio del ebook

Tomado de El Correo de hoy:

Merkel entra en campaña con lecciones de Historia

La canciller alemana ha impartido una clase en una escuela secundaria del barrio de Prenzlauer Bergr
Merkel, crecida en territorio de la extinta Alemania comunista, se presentó ante los alumnos de una escuela secundaria del barrio de Prenzlauer Berg, en el antiguo sector este de Berlín y ahora uno de los barrios de la modernidad de la capital alemana.”

Podría colocar la foto del periódico que así lo atestigua, pero no  me gusta “manchar” innecesariamente mi blog, y mucho menos, hacer propaganda gratis a cualquiera.
Ahora bien, a lo que íbamos. Que Merkel estuviera en una Escuela (parece que pública) a mediados de agosto, vale, pero ¿qué, demontres. hacían allí los alumnos? ¿En Alemania no hay vacaciones? Y luego habrá desvergonzados lenguaraces que nos dirán que el pueblo alemán no nos da ejemplo.
Esto es parte de lo que pretende el “trabajo” de Wert con los profesores de este país: que estén en la escuela ya a mediados de agosto.


Tomado de “XLSemanal” de este domingo:

En el artículo “Fototeatro ¡Arriba el telón!”. José Manuel Prada responde a una pregunta del periodista:
“XL. ¿A qué se refiere?

J.M.P. A ver, tú te vas a una web de estas piratas de libros, películas o canciones a buscar una obra concreta y, una vez ahí, te descargas otras 200. Ese acto tan hermoso de comprarte el libro pasa a ser algo banal. La tecnología digital, además de portar el virus de la destrucción de las industrias culturales, incluye el de la destrucción del temblor de la adquisición física. La magia desaparece.”
 
La magia había desaparecido hace mucho tiempo para muchas personas. Lo que no había desaparecido (querido lector, ponga usted aquí un insulto, por favor, que a mí no me gusta) es el temblor de soltar uno de esos billetes que tanto cuestan conseguir.
Cada uno de nosotros tiene derecho a que la gente más o menos pública (es decir, aquella que publica) nos caiga mal (o bien). A mí me gustaba leer a “J.M.P.”, su literatura me parecía interesante, hasta que empezó a descolgar sus ideas sociales, políticas, sexuales,…, que no sólo no comparto sino que, incluso, me parece obligado combatir. Me cae muy mal. Cada vez, peor. Quizás siga escribiendo “bien”. No lo sé porque hace mucho que no lo leo. Pero, estoy seguro de que no tiene ni idea de lo que hacemos los que nos descargamos una  (o mil) obra concreta.
La tecnología digital no porta ningún virus. Ese “acto tan hermoso de comprarte un libro”, sólo lo es cuando se paga con tarjeta, de esas que parecen tener el fondo muy a lo lejos, que no se acaban nunca.
Ayer mismo, oía yo decir: “joder, he ido a la librería, he comprado dos libros y he dejado un billete de 50 euros”. Algún mamón se está enriqueciendo con nuestra aportación y está llevando a la destrucción a “las industrias culturales”.
No tengo ninguna duda: ¡¡¡¡¡Viva el ebook y el compartir en la red lo que de verdad es cultura: ese libro que nos ayuda a ser más libres, o sea más felices (aunque sea un rato)!!!!!

No me pidáis nada de “J.M.P.: ya no tengo nada suyo. Que no me acuse de chorizo.

martes, 13 de agosto de 2013

Una mañana de domingo sin vermut


Valga el título para que, desde el comienzo, quede claro que “todo no puede ser”, que todo no se puede tener, o, como ya estaba dicho, que “no se puede comer sopas y sorber”
El padre (aquí es padre y no aita) se desgañitaba desde la orilla con el dilce convencimiento de que era una batalla perdida, aunque terminaría ganando la guerra: “Hale, chicos, salid ya que nos vamos”. Y los dos niños, al grito unánime de “ya vamos” siguen correteando entre las piedras del fondo del río en busca de pececitos, renacuajos e, incluso, de algún cangrejo perdido.
Un poco más allá, un aitite (éste sí es aitite, que no abuelo) aprovechaba la ocasión que sus nietos le brindaban para recordar aquellos tiempos en los que hacía sus propios reteles (ahora son de plástico) para remover las piedras del fondo y perseguir los cangrejos. Los renacuajos y pececillos no le interesaban. Su pequeña nieta, en aquel momento, tampoco; aunque se dirigía al nieto para trasmitirle su saber.
Otro padre jugaba con su hijo a seguir la marcha de un barco que iba a merced de la corriente, más bien escasa, de un río que, día a día, lleva menos agua. Dicen que “ahí arriba deben estar regando”.
El niño luchaba por hundir el barco con el chorro de agua de su pistola de juguete, o con las bombas en que se habían convertido los guijarros de la orilla.
El tiempo era caluroso, pero sin bochorno. La sombra de los árboles refrescante y apetecible, cuando el cuerpo ya había almacenado el calor del sol en un cielo totalmente despejado.
Una silla suficientemente cómoda, un par de sudokus (por lo de rejuvenecer la mente), varios suplementos de periódico ya pasados de fecha (que no hay tiempo para leerlo todo), el refresco intermitente del agua dulce y una buena compañía, conformaban el oasis de una mañana de domingo de agosto.
Buscarle tiempo y lugar al vermut hubiera sido, a la vez, posible y una complicación innecesaria.

De mi último “paseo musical” (algo más de 6 km.):
Rosa León me recuerda “Palabras para Julia”, poema en el que Goytisolo le dice a su hija, entre otras cosas: (cito todo de memoria)
“Un hombre solo, una mujer
así tomados de uno en uno,
son como polvo, no son nada.”
Inti Illimani, en tono más quevediano (y veraniego), compone esta rima:
Ya te conozco, mulata
mulata, yo se que dices,
que tengo unas narices

como nudo de corbata”

miércoles, 7 de agosto de 2013

La verdad sobre el caso Harry Quebert

Últimamente no me reconozco leyendo best-sellers. Pero, tengo que decir que sigo con bastante atención lo que cuenta sobre la novela negra cast@negraycriminal.com. Allí me rencontré con una recomendación muy entusiasta y un elogio encendido (mayor de lo que merece, creo) de “La verdad sobre el caso Harry Quebert”, de Joël Dicker. De otro modo, no me hubiera metido con 500 páginas, menos después de las últimas experiencias.

Se trata de una novela que ha recibido ya varios premios, entre ellos el Goncourt y el de la revista Lire.
Me ha parecido una novela excesiva, pero redonda: muy cuidada, a pesar de la dificultad que implica utilizar narradores diferentes, fuentes de información que el lector recibe desde muy diversos ángulos, saltos en el tiempo a los distintos momentos de una historia que recorre no menos de cuarenta años.
Al final de todo, algo muy importante: las explicaciones de cualquier hecho histórico, léase en este caso un asesinato, nunca son simples. Son muchos y de muy diversa índole los factores que se reúnen para llegar a comprender lo sucedido: la psicología de los personajes (y no sólo de dos de ellos, no, de muchos más, que pueden parecer secundarios y no lo son tanto), las relaciones políticas, ciudadanas, las de pareja, las creencias, las costumbres del momento y el lugar, las creencias religiosas, el azar, las ambiciones, los miedos… Esa es, posiblemente, la gran riqueza de la novela.
Muy bien escrita, muy bien estructurada, todo va encontrando su sitio. Fácil de leer en su complejidad, intrigante, mantiene siempre la duda y el interés del lector, al que los continuos giros de la historia (¿a veces demasiados?) hacen que no pierda las ganas de seguir leyendo.
El que, como siempre, 500 páginas se me hagan excesivas, es problema mío.
Pero, eso justifica que no os deje aquí ningún resumen de su contenido. Si lo queréis, acudid a la contraportada, o a cualquier blog que hable de ella.
Sí os dejo, como otras veces, un texto entresacado de la novela, porque me ha parecido novedoso (para nada desconocido), y hasta divertido. Ahí va:
“- Imagínese, Marcus, lo que cuesta un solo cartel publicitario en el metro de Nueva York. Una fortuna […]. Mientras que ahora basta […] con hacer que hablen de uno y con contar con la gente para que hable de usted en las redes sociales: tendrá acceso a un espacio publicitario gratuito e infinito. Gente de todo el mundo que se encarga, sin darse cuenta siquiera, de hacerle publicidad a escala planetaria. ¿No es increíble? Los usuarios de Facebook no son más que hombres-anuncio que trabajan gratis. Sería estúpido no utilizarlos.
- Es lo que ha hecho, ¿verdad?

- ¿Cuando le solté el millón de dólares? Sí. Paga a un tipo un salario de NBA o NHL por escribir un libro, y puedes estar seguro de que todo el mundo hablará de él.”

lunes, 5 de agosto de 2013

Que sigue siendo verano


Los que me habéis oído hablar del tema alguna vez, sabéis de mi enorme relativización de la importancia de las faltas de ortografía. Los que habéis trabajado conmigo (o sufrido sobre vosotros mi trabajo) podéis dar fe del poco valor que le he dado en mi vida de docente a la enseñanza de la ortografía.
De la ortografía, muy conscientemente, sólo me han preocupado tres cosas: las repetidas faltas denotan habitualmente un gran déficit de atención en lo que uno hace. Por eso nunca admití faltas en un texto que se estaba copiando. Las repetidas faltas de ortografía son, generalmente, señal inequívoca de que se lee muy poco. Por eso nunca me peleaba directamente contra las faltas, sino de forma indirecta, intentando potenciar la lectura (y daba buen resultado). Y, por último, sólo hay unas faltas de ortografía que importan y son aquellas que nos hacen escribir una palabra “homófona” (que suena igual, pero de muy diferente sentido: hola y ola).
Pero, lo que clama al cielo, lo que me hace gritar desde este blog es el encontrarme el sábado pasado con una enorme REVELACIÓN, en lugar de la debida REBELDÍA, nada menos que en el suplemento CULTURAL, del periódico de mayor tirada aquí (El Correo), y con letras de buen tamaño. Decía así: Aurelio Arteta Escritor. Se revela (!!!!) en su segundo libro sobre tópicos contra los que esconden actitudes…”

INSOPORTABLE  (¿conclusión de lo anterior o título de lo siguiente?)

El mismo día que el FMI aconsejaba rebajar el sueldo a todos los trabajadores en un 10% (¿nos libramos los pensionistas?), el periódico informaba de que Francisco González, presidente del BBVA cobró un 10% menos que el año pasado. En el primer semestre del año había cobrado 1´77 millones de euros. SOLO (o sea, él sólo, sin contar el sueldo de nadie más). Para los que os sentís mareados por los números en cuanto llegan a cinco cifras: en un mes cualquiera  había ganado mi pensión (y tu sueldo, no te chulees) de 10 años, sí, repito, 10 años, un mes, 10 años…
Me va a parecer más bien “título de lo siguiente”.

Hoy paseo nublado, sin calor, fresquito. Rafael Amor me ha puesto la carne de gallina. Una vez más.
También es suyo esto:
“A mí no es que no me guste el trabajo. El trabajo me gusta. Lo que ocurre es que no es bueno darse todos los gustos”.
Y esto:
“Feliz, feliz,… Yo creo que el hombre más feliz del mundo es el papa. Sí, porque es el único que se levanta y encuentra a su jefe crucificado”.

Que sigue siendo verano.