viernes, 16 de agosto de 2013

Lector de carteles

Soy un lector empedernido, que lee casi todo lo que se pone a tiro. Los carteles pegados en las paredes son una de mis aficiones. Pero, últimamente tengo que reprimir mis ganas, porque cada vez son más los que están escritos  en una lengua que no domino (y que, creo, a veces me domina).
Supongo que con motivo de las fiestas, Santutxu está lleno de carteles que no sé de quién son y que sí sé que no son para mí, porque están en euskera, sólo en euskera.
No hace muchos años que traté de explicar a la gente de LAB donde trabajaba que nunca podrían ser el sindicato que yo votase si sus carteles estaban escritos pensando en excluirme. ¿Quién quiere ahora excluirme de las fiestas de Bilbao?
Como me temo quiénes son, me voy a unir a esa petición de cuentas claras que hacía Mekatxiss el pasado 14. Pero, voy a ir más lejos: me gustaría saber cuánto del dinero de mis impuestos se va en subvenciones para quienes tratan de excluirme. Las entidades privadas que utilicen la lengua que les venga en gana. Claro que esas no quieren perder clientes.

Ya sé que éste es un tema muy espinoso. Lo seguirá siendo mientras algunos no (se) aclaren la diferencia entre la posibilidad y la obligación de hablar euskera (no digo ya nada de la de “sentir en …”), y se establezca cuáles son y deben ser sus fuentes de financiación.
¿Has leído bien, no? Yo no quiero que los carteles desaparezcan. Quiero libertad de expresión. Lo que quiero es saber si los estoy pagando yo. Nada más.

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