jueves, 27 de agosto de 2015

Chispazos

Quedan muy pocos días de este tiempo de verano, de ese sol que funde todos los colores en uno solo, de vacaciones para los grandes pensamientos, de molicie mayor o menor, de un calor que no invita a la frescura de nuevas e ingeniosas reflexiones.
Queda poco para que nos vayamos llenando del tiempo de las reflexiones profundas, de la incursión en las raíces históricas, de la búsqueda de las causas económicas y políticas, del establecimiento de las relaciones con fenómenos más amplios y globales.
Queda poco para disfrutar, sin dejar de ser socialmente correcto, del hacer de un bloguista (al menos, éste) más preocupado de la chispa sencilla (quizás simple) que de la sesuda intervención.
Así que aprovechémoslo.
Esta mañana me he cruzado con un joven grande, metido en una camiseta negra y no me he resistido a leer lo que allí estaba escrito. Mira que mis hijos me tienen dicho que lo que pone en las camisetas no es para leerlo, que hacerlo es más o menos una falta de educación. Nunca lo he comprendido, ni respetado. Mi inveterada costumbre de leer cuanto esté a mi alcance puede más que las recomendaciones de los jóvenes.
Pues bien, decía: “España es cojonuda”. Sic.
Ha encendido en mi cabeza miles de chispas, pero, al final, después de pasar por un tamiz muy ancho todos los improperios “ad personam”, se me quedaba una. ¡Habrase visto semejante declaración nacionalista! Es claro que los medios nos van a seguir bombardeaando durante algo más de un mes, con el nacionalismo catalán, el vasco no necesita presentación, del francés ni hablamos, con decir que es la patria de Nicolás Chauvin, de quien proviene el chauvinismo,… Y del español, ¿qué me decís del español? Es muy posible que allá en Bilbao (escribo en Villatomil) no sea “descarado”, pero por aquí, puedo asegurarlo, he visto hasta perros con collares de los colores de la bandera española. No muy distinto de aquellas correas de reloj que en los años sesenta se paseaban por Euskadi afirmando que eran mexicanas (verde, rojo y blanco).
Esto de los nacionalismos es muy curioso. Si le llamas nacionalista a uno de fuera es para insultarle, si es a uno de dentro para honrarle. “Ni abertzale naiz… Y a mucha honra”. Es sobre todo curioso en un mundo en el que tanta gente quisiera no haber nacido donde le ha tocado (casi ninguno de nosotros lo querría), y por eso los mozambiqueños (por decir alguien) atraviesan un continente entero de naciones para llegar a “otro sitio”; o los “desplazados” sirios atraviesan Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría, en busca del Norte. ¿Serán ellos nacionalistas?
“España es cojonuda”. Sic
Esta mañana recuperaba, una vez más, textos cantados por Georges Moustaki. Un hombre nacido en Alejandría (Egipto), en el seno de una familia judeo-griega originaria de la isla de Corfú, criado en un ambiente multicultural (judío, griego, italiano, árabe y francés) un cantautor políglota (principalmente en francés, pero también en griego e inglés, y, ocasionalmente, en alemán, árabe, español, italiano, portugués, yiddish y hebreo).
Ese hombre se presentaba “Avec ma gueule de métèque, de juif errant, de pâtre grec” (Con mi jeta de “meteque”, de judío errante, de pastor griego → “meteque” es un extranjero domiciliado en la ciudad, protegido por la ley, y sometido de manera general a las mismas obligaciones militares y fiscales que los ciudadanos, sin estar admitido, sin embargo, en la ciudadanía)
El cantaba:
“Je ne sais pas où tu commences
Tu ne sais pas où je finis”
(Yo no sé dónde comienzas tú.
Tú no sabes dónde acabo yo).
A falta de mejores antídotos y por si es posible aún huir de la estupidez, he colocado en mi habitación una foto de mis abuelos paternos. La única que tengo. A él nunca lo conocí (tampoco a los maternos); a ella la llamaba abuela. Quizás fuera fruto de la represión del nacionalismo franquista que en Sestao, en los años cincuenta no hubiera amamas. Quizás, simplemente, siempre fue así en Sestao. Ella había nacido en Sestao. Él era oriundo de Lechedo. Muy cerquita de aquí, de donde escribo. Burgalés, vamos.

Y, acabo, con otra de las chispas que ha brotado ante la camiseta del joven y que tenía que ver con la educación. Pregunta: ¿en educación la inclusión excluye todo lo no incluido?

No os volváis locos con la pregunta, ni en la búsqueda de una respuesta, por favor. Disfrutad de este tiempo tan breve ya.

jueves, 20 de agosto de 2015

Larga vida a Lina Morgan

A mediados de los años sesenta, en Bilbao no había Aste Nagusi (ni móvil, ni internet, ni tantas otras cosas que nos parece que han existido siempre).
Pero, sí había fiestas. Unas fiestas que esperábamos con verdadera ansiedad por dos de sus componentes: las barracas y el teatro (otros añadían los toros) Y es que ninguno de las tres se podían disfrutar en otra época del año.
Eran, por centrarme en lo que hoy me interesa, días para poder asistir a alguna representación teatral: Miller, Tennessee, Shakespeare, algún autor que se le medio escapaba a la censura, algún clásico español,… y para muchos de nosotros Lina Morgan (y Juanito Navarro, tanto monta, monta tanto) y/o (nunca había dinero para todo) Paco Martínez Soria. Entonces nos permitíamos dejar a la puerta del teatro nuestras miradas críticas con “aquellas españoladas”.

Pero, sobre todo, en mi caso, Lina Morgan (que no hacía teatro, sino Revista). Recuerdo que fue de las muy pocas veces que fui al teatro con mis padres. Casi seguro que eran ellos los que pagaban la entrada.
Creo recordar que fue la única actriz a la que, años después, quise ver en Madrid acompañado de buenos amigos, aunque sin entradas. Porque generalmente, al teatro iba solo.
A Lina Morgan le debo muchos buenos ratos. No necesitaba más que asomarse por el foro, haciendo como que entraba al escenario, para que todo el teatro estallase en una carcajada (incluyendo la mía). El silencio se rompía desde el primer momento y ya apenas se podía seguir lo que decía. No importaba. La risa dominaba las dos horas que seguían.

Hoy, que ha muerto, rindo tributo a su memoria desde mi blog.

domingo, 16 de agosto de 2015

Nos vemos allá arriba

Molicie. Sinónimos: blandura, suavidad, pereza, indolencia, flojera, relajo.
Pues eso es lo que me entra cada vez que pienso en el blog. Claro: el verano. Dejémonos estar: es tiempo de molicie.
Baste, por esta vez, comunicar que acabo de terminar “Nos vemos allá arriba” de Pierre Lemaitre y que es una gran novela. Lejos de la negrura de las que hasta ahora conocía de él, pero una gran novela.
Sólo os dejo unos trocitos de ella, que, como sólo se trata de copiar sin pensar, se escapan del relajo estival:
“En el fondo, una guerra mundial no es más que un intento de asesinato generalizado en un continente”
“Para un militar no hay nada peor que una guerra que se acaba”.
Pero, no os vayáis a pensar que es una novela de guerra.
Termino con una solemne definición (que no insulto). Quizás os resulte fácil cambiar a “L.” por algún otro:

“L. era un imbécil esférico: lo volvieras hacia donde lo volvieras, siempre se mostraba igual de idiota”

miércoles, 5 de agosto de 2015

Tradiciones de verano

El verano, tradicionalmente, es un tiempo sin noticias. Así que este año, para no ser menos, nos contentamos con saber y hablar de este tiempo extraordinariamente caluroso que estamos padeciendo, de los emigrantes sin papeles y de poco más. Temperaturas record, como casi todos los años, que aquí “en el pueblo” no se padecen apenas porque, si a las primeras horas de la tarde no hay quien pare en la calle, por la noche refresca y “hay que echar una mantita” para dormir. Emigrantes que mueren una y otra vez, de formas repetidas, ya conocidas o de formas rocambolescas, pero que mueren más de la cuenta.
Y este verano sin noticias parece que lo van a aprovechar para colarnos de rondón los Presupuestos Generales de 2016. Cosas sin importancia, vamos. Las decisiones más determinantes del próximo “ejercicio económico”, o sea de lo que vamos a poder comprar, comer, viajar,…

El verano, tradicionalmente, es el tiempo de ir a pasar unos días al pueblo con la familia. Y este verano, por primera vez, me cabe la posibilidad de que lo hagan mis hijos. Así que el pasado fin de semana nos juntamos en casa ama y aita y su perra, el hijo mayor y sus dos perros y el pequeño con su chica y su perra. Total nada: cinco adultos humanos y cuatro perros.
Ya sé que esto es posible hacerlo en la ciudad. Pero en aquel piso, una vez entrados todos, qué hacemos, cómo nos movemos.  En el pueblo hay calle, están las eras de los vecinos o la familia, el río pasa por ahí abajo y en el piso de arriba se puede descansar “de tapadillo”. Además no importa si se mancha.
Es otro mundo.
El verano, tradicionalmente, es tiempo de leer (ya os contaré) y de escribir. Así que os dejo aquí, en la columna de la derecha, en el epígrafe de cuentos y relatos, lo último que he escrito: “bucle homicida”. Al que le interese que lo pinche y lo lea allá.

Que todo siga tradicionalmente bien a lo largo del resto del verano.