A mediados de
los años sesenta, en Bilbao no había Aste Nagusi (ni móvil, ni internet, ni
tantas otras cosas que nos parece que han existido siempre).
Pero, sí
había fiestas. Unas fiestas que esperábamos con verdadera ansiedad por dos de
sus componentes: las barracas y el teatro (otros añadían los toros) Y es que
ninguno de las tres se podían disfrutar en otra época del año.
Eran, por
centrarme en lo que hoy me interesa, días para poder asistir a alguna
representación teatral: Miller, Tennessee, Shakespeare, algún autor que se le
medio escapaba a la censura, algún clásico español,… y para muchos de nosotros
Lina Morgan (y Juanito Navarro, tanto monta, monta tanto) y/o (nunca había
dinero para todo) Paco Martínez Soria. Entonces nos permitíamos dejar a la
puerta del teatro nuestras miradas críticas con “aquellas españoladas”.
Pero, sobre
todo, en mi caso, Lina Morgan (que no hacía teatro, sino Revista). Recuerdo que
fue de las muy pocas veces que fui al teatro con mis padres. Casi seguro que
eran ellos los que pagaban la entrada.
Creo
recordar que fue la única actriz a la que, años después, quise ver en Madrid
acompañado de buenos amigos, aunque sin entradas. Porque generalmente, al
teatro iba solo.
A Lina
Morgan le debo muchos buenos ratos. No necesitaba más que asomarse por el foro,
haciendo como que entraba al escenario, para que todo el teatro estallase en una
carcajada (incluyendo la mía). El silencio se rompía desde el primer momento y
ya apenas se podía seguir lo que decía. No importaba. La risa dominaba las dos
horas que seguían.
Hoy, que ha
muerto, rindo tributo a su memoria desde mi blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario