sábado, 25 de noviembre de 2017

La violencia justa

¿Aprobamos (en nuestro fuero interno, claro)que la mejor forma de librarnos de los proxenetas, los violadores de niños, o los maltratadores de mujeres sería eliminarlos, acabar con ellos?
¿Deseamos una muerte dura, dolorosa y fruto de la tortura para quien ha prostituido a mi hija, ha violado a mi niño o ha maltratado y abusado de la mujer que amo?
Y, por consiguiente, ¿apostamos por la existencia de un cuerpo socialmente constituido, aprobado y mantenido, que nos libre de semejantes monstruos, aniquilándolos?
O, en su defecto, ¿nos gustaría contar con la colaboración activa de algún superhéroe vengador, de algún personaje, tierno y duro a la vez, invencible por los “malos”, capaz de cualquier violencia que nos saque las castañas del fuego?
Y, si fuéramos uno de esos superhéroes, o uno de los violados, abusados, prostituidos, y estuviéramos inmersos en la tarea de matar a quien lo hizo, ¿cuáles serían nuestros sentimientos, nuestras reflexiones?
“- Los malos sobreviven y nos ganan porque no respetan ningún código ético, porque hacen trampas, porque engañan y se saltan todas las reglas. […] Le diste a aquel hijo de puta lo que se merecía porque sabías que la Justicia nunca sería lo bastante justa con él.”
De eso va “La violencia justa”, de Andreu Martín.
Os hacéis una idea de que es novela para adultos.
Por su puesto hay una violencia justa. A estas alturas del partido, ya está muy claro: derrocar al dictador, desarmar al que va a disparar contra inocentes, ¿torturar al terrorista hasta que confiese dónde va a estallar la siguiente bomba?


La novela es dura y escabrosa a veces.

¿Tomarte la justicia por tu mano?
“- Siglos de civilización nos han enseñado que la venganza no acaba con los violentos. Que tenemos que respetarlos, que tienen derecho a un abogado defensor, que tienen derecho a mentir para defenderse, y a someterse a un juicio imparcial donde el juez pueda fallar a su favor.
-Nos han castrado […] No han hecho inútiles, unos eunucos, cobardes, indefensos. Nos han desarmado. El animal que llevamos dentro […]es tan sabio como la sabia naturaleza, mucho más sabio que los filósofos, que los legisladores, los jueces y los políticos”

Recuerdo muy poco de mi iniciación en la novela negra. Probablemente no sería capaz de daros muchos títulos de aquel inicio, pero sí algunos nombres que me engancharon para la causa: Hammett, Chandler, Himes, Higsmith, Maj Sjöwall y Per Wahlöö,   y Vázquez Montalbán. Junto a ellos se alineaban Jordi Sierra i Fabra y Andreu Martin.
Así que no pude resistirme, cuando supe que este último, a sus 68 años (¿se debería haber jubilado ya? – me pregunté), había recibido el premio RBA del 2017.
Esta novela no os defraudará. A veces, quizás se os haga un poco excesiva. Pero no defraudaría ni a los lectores de bestsellers, ni a los de novela romántica. Cuánto menos a vosotros, amantes de la novela negra, quizás hoy diría mejor del thriller.

Os comento, para quien le interese, que en el otro lado de la balanza debo colocar hoy “Quédate este día y esta noche conmigo “, de Belén Gopegui. Es una autora que me gusta, pero esta novela, que no he acabado, me parece más bien un ensayo filosófico, con Google como receptor-interlocutor. Tanto que a punto he estado de coger papel y boli para tomar apuntes y tratar así de entender de qué iba.


miércoles, 22 de noviembre de 2017

Suicidio asistido

Si tu pareja, tu hijo, o tu amigo te repiten que ya no pueden más, que no aguantan tanto dolor, y, sobre todo, que nada les une ya a una vida de sufrimiento, vacía, sin esperanza ni futuro.
Si tu pareja, tu hijo o tu amigo, te suplican que acabes con su vida, que los mates porque ellos no pueden ni hacerlo.
¿Qué harías? Yo lo tengo muy claro. Ahora no se si llegado el momento sería capaz, tendría semejante valentía, pero hoy por hoy, hoy que no es más que una pregunta retórica, lo tengo ciertamente muy claro.
Y entonces, lees la noticia: J.A. G.L. ha sido condenado a siete años de prisión por matar a su madre. Y sus palabras: “Quitarle la vida a la persona que más quiero es un peso que voy a llevar toda mi vida”.
La justicia (la misma justicia injusta de siempre) lo ha condenado a siete años, pero el día que mató a su madre él ya se había condenado de por vida a vivir en la cárcel de su acción.
La pregunta surge inmediata: ¿hasta cuándo alguien habrá de enfrentarse a solas con semejante trance?; ¿hasta cuándo una justicia justa no regulará estas situaciones, que se harán cada vez más habituales?; ¿para cuándo establecer socialmente (es decir, entre todos) las condiciones idóneas para un suicidio asistido?
No será fácil la regulación. Hay muchos problemas por el camino. Por supuesto. Pero hay que empezar. Ya.
Si algún partido quiere mi voto en las próximas elecciones que sepa que irá para aquellos que se comprometan a empezar las gestiones que nos hagan avanzar rápidamente en este terreno.

Y si nadie escucha esta demanda, habrá que “meter ruido”, Los “viejos activos” tenemos aquí un gran “campo de trabajo”.

martes, 14 de noviembre de 2017

Problemas de viejos

Era una conversación intrascendente, de las que se tienen tomando una caña.
En un momento que ahora no lograría aislar, sin que yo recuerde por qué, él se dirigió hacia mí y (poned aquí tono de voz de “condescendencia con el abuelete”) me dijo:
- Pero si vosotros no tenéis ningún problema. Loa mayores tenéis todo resuelto ya.
Pude repetir por enésima vez un encogimiento de hombros, una sonrisa forzada y un silencio aquiescente (ese bajo el cual escondo muchas veces un “será gilipollas este tontodelculo”).
Pero, no. Debía andar yo caliente, y eso que aún era la primera caña de la tarde. Así que el discurso me salió fluido, sin cortes, sin que nadie se atreviera a interrumpirme:
-Pues mira, por ponerte algún ejemplo: la corrupción política; la inflación, el paro y la precariedad del trabajo; el agudizamiento de las desigualdades sociales; el auge de la ultra derecha; el aumento del número de pobres; el elevado riesgo de exclusión social; el control de la economía por las grandes fortunas, las multinacionales y los bancos; la escasez de vivienda a precios asequibles; un sistema de educación clasista y utilitarista; la desigualdad de las mujeres, de los inmigrantes, de los menores excluídos; la polución y el cambio climático; la discriminación de las minorías étnicas; el encarecimiento de la electricidad y la gasolina; la poca credibilidad de la prensa; los modelos a imitar que nos propone la televisión; el escaso compromiso con el cambio de todo lo que antecede; …
(Silencio)
O, ¿es que nos habéis echado fuera de esta sociedad?
(Más silencio)
Claro que luego tenemos problemas que parecen ser más específicos de los viejos: la devaluación progresiva de las pensiones; pensiones “de risa”; la escasez de residencias; unos servicios sociales pobres y poco profesionalizados; la ayención tardía y deficiente de Osakidetza;…
Pero, estos son problemas que los de 30, 40 ó 50 años compartís con nosotros, ¿no? O, ¿de quién tiráis para aguantar vuestras crisis y necesidades? o ¿quiénes nos vais a aguantar cuando llegue el tiempo de hacerlo?
(Más silencio. Todo silencio)
¿O crees que la primera vez que me pagaron la pensión de jubilación, me dieron el título de “el tonto del pueblo”?

La tertulia en torno a la caña se había echado a perder, así que me levanté y me fui. No sin antes haber pagado mi consumición.

Aviso para sociólogos: muy pronto, si no ya ahora, el tramo de edad “65 años y más” no servirá para afinar en los análisis de la realidad. No estamos para semejante reducción.

viernes, 3 de noviembre de 2017

Otra de viejos

Desde hace ya más de un mes parece insolidario, “intemporal”, y hasta casi imposible, escribir de otra cosa que no sea Catalunya.
Pero, salvo algunos ratos (demasiado largos, a veces) y algunos trozos de mí mismo, mi solidaridad, mi inmersión en el tiempo y mis posibilidades (elegidas) han girado en torno a las “personas mayores”, que dicen ellos, o sea “viejos”, que digo yo.
En realidad es algo mucho más importante, presente y decisivo, como lo son otros tantos asuntos “olvidados” en el agujero tramposo de una actualidad dirigida: la corrupción, a favor de quién se van a hacer los presupuestos de este año, aquí y allá (si se hacen); el pacto escolar y las líneas maestras de la educación que se están trabajando en Euskadi; el paro (130.000 parados en el País Vasco); la huelga de Bershka (y alguna otra) (mientras Amancio Prada obtiene unas ganancias de 1.256 millones de euros en dividendos, solo en 2017). Sin olvidar la triste marcha del Bilbao Basket.
Volvamos. A lo que importa ahora. Resulta que llevo un par de meses liándome (a poquitines) en Hartu-emanak (una asociación de “mayores” empeñados en procurarse y promocionar un envejecimiento activo.
Las personas mayores de 64 años somos muchas y cada vez más. Sólo en Bizkaia hay más de 230.000, es decir: uno de cada cinco bizkaínos.
Y cada vez duramos más en esta condición: que la esperanza de vida pasa ya de los 80 años. Si tuvierais tiempo (¡ja!) y ganas para asistir a alguno de los encuentros de estas gentes veríais que es verdad que muchos “estamos hechos unos chavales”.
Así que nos planteamos que, pasados los 64 años y salidos (algunos dicen que sacados, pero allá ellos, que yo me he salido muy a gusto) del mundo del trabajo productivo (productivo, sobre todo, para los que lo mangoneaban), nos quedan una porrada de años por delante, que no podemos perderlos, que no podemos dejar de ser tan personas como lo fuimos o lo quisimos ser, que no podemos ser, exclusivamente, una carga para las generaciones siguientes, que tenemos un montón de riqueza acumulada en experiencia, que… No os imagináis cuántos “ques”. Porque ahora tenemos tiempo, mucho tiempo, para pensar, discutir, escribir,…
Voy a dejar este rollo aquí. Citando a Enrique Gil Calvo. Suyas son las palabras que siguen: “Contra la tentación del retiro pasivo todavía dominante, cuando se acerca el final de la vida queda una última tarea pendiente a realizar de forma intransferible, que es envejecer con autoridad, respeto ajeno y propio orgullo, para de esa forma poder morir más tarde con dignidad”.
Es lo que comúnmente viene llamándose envejecimiento activo.
Aunque ya he escrito sobre esto de forma suelta en otras entradas, no quisiera que nadie se enfadara ni se me “querellara” por el asunto de los “viejos”. Sabéis que me gusta definirme como viejo. Trato de explicarme a continuación.
Me ha costado casi una vida llegar a viejo.
Y en cuanto creí haber llegado, comencé a oír voces (muchas voces) que me lo recriminaban porque “viejos son los trapos”, “viejas son las cosas”, pero “las personas no somos viejos”.
Tuve que preguntar qué era yo, entonces, a dónde había llegado.
Unos me dijeron que era una persona mayor: Pero yo ya era “mayor desde el año 1950, cuando nació mi hermana, que me hizo “el hermano mayor”.
Otros me dijeron que yo  era un jubilado: Eso era cierto. Yo venía del mundo del trabajo, y lo acababa de dejar. Pero, mientras estuve trabajando, salvo en determinadas circunstancias,  no me definía a mí mismo como un trabajador. Lo era, pero había definiciones  de mí mismo más importantes, más interesantes: padre, esposo, amigo, ciudadano,…
Por fin, unos terceros me dijeron que había entrado en la tercera edad: ¿En la tercera? – dije. ¿Y, cuáles son las dos anteriores? Yo había oído hablar de niñez, adolescencia, juventud, madurez y ahora resultaba que estaba todavía en la tercera. ¿Cuál era la tercera? Y, además,  aquello me sonaba a “Tercer mundo”. Y no me gustaba.
Como nada de lo que me decían me convencía me fui al diccionario de la Real Academia y leí:
 viejo, ja
Del lat. vulg. veclus, y este del lat. vetŭlus, dim. de vetus.
1. adj. Dicho de un ser vivo: De edad avanzada. Apl. a pers., u. t. c. s. (usado también como sustantivo)
 Y seguían otras veinte acepciones que no vienen al caso.
Era lo que yo pensaba de mí mismo: “soy de edad avanzada” Así que empecé a reivindicar el título de viejo. Sólo para mí. Hay otras personas de edad avanzada a las que ese título no les gusta, les irrita, incluso les parece ofensivo. A ellas no las llamo nunca viejos.
Y cuando creía tenerlo claro, llega todo este asunto del “envejecimiento activo”.
O sea, vamos, que resulta que estoy envejeciendo continuamente. Desde que nací estoy metido en un proceso que no va a acabar nunca, hasta la muerte. Todo el día metido en un proceso que no tiene fin, que nunca llega a ninguna situación estática. Más o menos, sería como estar todo el tiempo yendo a la playa, pero sin llegar nunca. No me gusta demasiado.
Así que voy a seguir reivindicando para mí el estatuto de viejo, y, si encuentro otros como yo, intentaremos formar entre  todos  un movimiento de viejos activos.

Otro día os cuento sobre los viejos catalanes.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Taxi

Creo que “Taxi” es otra gran novela de Carlos Zanón.
Su lectura me ha presentado dos dificultades (que no he podido salvar): de una parte la cultura musical de la que hace gala y que a mí me falta me ha hecho suponer que estaba perdiendo matices en algunas ocasiones. De otra parte (una vez más) el desconocimiento de la geografía de Barcelona no me ayudaba, en otras ocasiones, a situarme en los largos (o, quizás, cortos) viajes del taxi y del taxista.
Escribir ahora sobre ella, añade una tercera dificultad: no sabría situarla rotundamente en ningún género de novela: tiene de novela amorosa, psicológica, road movie, negra, de aventuras,…

Pero esto último, pienso, no es negativo. No hace que la novela desmerezca ni un poco. Su creación de personajes, no sólo ese taxista apodado Sandino, sino también alguna de las mujeres que rodean su actividad diaria, ese Jesús (carpintero, hijo de María y nieto de Ana), los “malos”; el cambio de punto de vista, cambiando el narrador o los receptores del relato; su intriga y la “velocidad” que imprime a una narración que no quieres abandonar hasta el final;… y alguna otra virtud, me hacen afirmar que “Taxi” es un novelón que no deberíais dejar pasar por alto.
Esta sí que es una novela y no lo de Puigdemont vs. Rajoy