viernes, 3 de noviembre de 2017

Otra de viejos

Desde hace ya más de un mes parece insolidario, “intemporal”, y hasta casi imposible, escribir de otra cosa que no sea Catalunya.
Pero, salvo algunos ratos (demasiado largos, a veces) y algunos trozos de mí mismo, mi solidaridad, mi inmersión en el tiempo y mis posibilidades (elegidas) han girado en torno a las “personas mayores”, que dicen ellos, o sea “viejos”, que digo yo.
En realidad es algo mucho más importante, presente y decisivo, como lo son otros tantos asuntos “olvidados” en el agujero tramposo de una actualidad dirigida: la corrupción, a favor de quién se van a hacer los presupuestos de este año, aquí y allá (si se hacen); el pacto escolar y las líneas maestras de la educación que se están trabajando en Euskadi; el paro (130.000 parados en el País Vasco); la huelga de Bershka (y alguna otra) (mientras Amancio Prada obtiene unas ganancias de 1.256 millones de euros en dividendos, solo en 2017). Sin olvidar la triste marcha del Bilbao Basket.
Volvamos. A lo que importa ahora. Resulta que llevo un par de meses liándome (a poquitines) en Hartu-emanak (una asociación de “mayores” empeñados en procurarse y promocionar un envejecimiento activo.
Las personas mayores de 64 años somos muchas y cada vez más. Sólo en Bizkaia hay más de 230.000, es decir: uno de cada cinco bizkaínos.
Y cada vez duramos más en esta condición: que la esperanza de vida pasa ya de los 80 años. Si tuvierais tiempo (¡ja!) y ganas para asistir a alguno de los encuentros de estas gentes veríais que es verdad que muchos “estamos hechos unos chavales”.
Así que nos planteamos que, pasados los 64 años y salidos (algunos dicen que sacados, pero allá ellos, que yo me he salido muy a gusto) del mundo del trabajo productivo (productivo, sobre todo, para los que lo mangoneaban), nos quedan una porrada de años por delante, que no podemos perderlos, que no podemos dejar de ser tan personas como lo fuimos o lo quisimos ser, que no podemos ser, exclusivamente, una carga para las generaciones siguientes, que tenemos un montón de riqueza acumulada en experiencia, que… No os imagináis cuántos “ques”. Porque ahora tenemos tiempo, mucho tiempo, para pensar, discutir, escribir,…
Voy a dejar este rollo aquí. Citando a Enrique Gil Calvo. Suyas son las palabras que siguen: “Contra la tentación del retiro pasivo todavía dominante, cuando se acerca el final de la vida queda una última tarea pendiente a realizar de forma intransferible, que es envejecer con autoridad, respeto ajeno y propio orgullo, para de esa forma poder morir más tarde con dignidad”.
Es lo que comúnmente viene llamándose envejecimiento activo.
Aunque ya he escrito sobre esto de forma suelta en otras entradas, no quisiera que nadie se enfadara ni se me “querellara” por el asunto de los “viejos”. Sabéis que me gusta definirme como viejo. Trato de explicarme a continuación.
Me ha costado casi una vida llegar a viejo.
Y en cuanto creí haber llegado, comencé a oír voces (muchas voces) que me lo recriminaban porque “viejos son los trapos”, “viejas son las cosas”, pero “las personas no somos viejos”.
Tuve que preguntar qué era yo, entonces, a dónde había llegado.
Unos me dijeron que era una persona mayor: Pero yo ya era “mayor desde el año 1950, cuando nació mi hermana, que me hizo “el hermano mayor”.
Otros me dijeron que yo  era un jubilado: Eso era cierto. Yo venía del mundo del trabajo, y lo acababa de dejar. Pero, mientras estuve trabajando, salvo en determinadas circunstancias,  no me definía a mí mismo como un trabajador. Lo era, pero había definiciones  de mí mismo más importantes, más interesantes: padre, esposo, amigo, ciudadano,…
Por fin, unos terceros me dijeron que había entrado en la tercera edad: ¿En la tercera? – dije. ¿Y, cuáles son las dos anteriores? Yo había oído hablar de niñez, adolescencia, juventud, madurez y ahora resultaba que estaba todavía en la tercera. ¿Cuál era la tercera? Y, además,  aquello me sonaba a “Tercer mundo”. Y no me gustaba.
Como nada de lo que me decían me convencía me fui al diccionario de la Real Academia y leí:
 viejo, ja
Del lat. vulg. veclus, y este del lat. vetŭlus, dim. de vetus.
1. adj. Dicho de un ser vivo: De edad avanzada. Apl. a pers., u. t. c. s. (usado también como sustantivo)
 Y seguían otras veinte acepciones que no vienen al caso.
Era lo que yo pensaba de mí mismo: “soy de edad avanzada” Así que empecé a reivindicar el título de viejo. Sólo para mí. Hay otras personas de edad avanzada a las que ese título no les gusta, les irrita, incluso les parece ofensivo. A ellas no las llamo nunca viejos.
Y cuando creía tenerlo claro, llega todo este asunto del “envejecimiento activo”.
O sea, vamos, que resulta que estoy envejeciendo continuamente. Desde que nací estoy metido en un proceso que no va a acabar nunca, hasta la muerte. Todo el día metido en un proceso que no tiene fin, que nunca llega a ninguna situación estática. Más o menos, sería como estar todo el tiempo yendo a la playa, pero sin llegar nunca. No me gusta demasiado.
Así que voy a seguir reivindicando para mí el estatuto de viejo, y, si encuentro otros como yo, intentaremos formar entre  todos  un movimiento de viejos activos.

Otro día os cuento sobre los viejos catalanes.

3 comentarios:

  1. Me parece una reflexión interesante. Tal vez yo también me anime a utilizar para mí el nombre de "viejo".

    En sí no es denigrante, aunque ha habido personas que lo han desacreditado utilizándolo como insulto equivalente a persona inútil e inservible que solo hace molestar y lo mejor es que se vaya (al otro barrio). Y desgraciadamente esta idea se ha implantado en la sociedad para la palabra "viejo"

    ResponderEliminar
  2. Hace 4 ó 5 años que reivindico la palabra "viejo" para hablar de mí mismo.
    Así que comprenderás mi sorpresa y alegría cuando hace apenas 15 días leía estas palabras:
    "Así, poco a poco se irá construyendo un nuevo lenguaje retórico, inherente al universo semántico de las personas mayores, y capaz por ejemplo de rehabilitar el uso de términos como `viejo´y `vejez´. Pero esa creación de un discurso nuevo sólo será posible si son los propios mayores quienes recuperan su voz y la elevan en público, tomando la palabra ante los demás. Una tarea reservada a los profetas precursores, también pioneros en este nuevo uso de las viejas palabras."
    La cita, copiada textualmente es de Enrique Gil Calvo y es el párrafo final de la Ponencia presentada en el I Seminario - Taller sobre el Empoderamiento y la Participación Social, organizado por hartu-emanak en abril de 2004.
    Anímate.

    ResponderEliminar
  3. Me encanta escuchas la palabra "viejo" "vieja" dichas por los argentinos, con esa musicalidad y cariño fonético al que le añaden "mi vieja"... "mi viejo", a esa yo también me apunto.

    ResponderEliminar