Siempre me da una gran pereza
comenzar una nueva novela de J.C. Somoza. Sé que me va a meter en un mundo
diferente, sin dejar de ser éste, en otra realidad, que sigue siendo ésta. Sé
que me va a exigir enfrentarme a una historia que no es la de la prosa
cotidiana, sin escaparse de la cotidianeidad.
También sé que no me va a defraudar.
Y luego está el esfuerzo de escribir
algo sobre la novela, algo que vaya más allá del “leérosla”, sin desvelar lo
que él “oculta” desde el comienzo para que se asome poco a poco a lo largo de
sus páginas.
Pues bien: en “Estudio en negro”,
José Carlos Somoza cabalga a lomos de la magia del teatro, del gran teatro del
mundo, para que Sherlock Holmes (“¿el primer investigador de la historia moderna
de la literatura?”, al menos el primero que leímos en nuestra adolescencia) descubra
y denuncie el poder omnímodo (o casi) de quienes pueden jugar con nosotros como
si fuéramos las piezas de una gran partida de ajedrez viviente (y muriente) .
Vamos, que la leáis … y la
disfrutéis.
Dos perlillas:
“Tengo natural pavor a la policía, casi más del
que siento por los malhechores, porque con estos últimos siempre cabe la
posibilidad de recurrir a la policía. Dicho de otra forma: frente al mal aún me
queda el consuelo de que el bien me defienda, pero ¿quién puede defenderme del
bien?”
“Yo no me había enterado de nada, aún sumida en
la confusión, con el reloj estúpidamente en la mano funcionando estéril porque,
sin que el reloj lo supiera, el tiempo ya no existía. Pero, como siempre, los
últimos en enterarse de esto son los relojes”.