miércoles, 29 de enero de 2020

Estudio en negro


Siempre me da una gran pereza comenzar una nueva novela de J.C. Somoza. Sé que me va a meter en un mundo diferente, sin dejar de ser éste, en otra realidad, que sigue siendo ésta. Sé que me va a exigir enfrentarme a una historia que no es la de la prosa cotidiana, sin escaparse de la cotidianeidad.
También sé que no me va a defraudar.
Y luego está el esfuerzo de escribir algo sobre la novela, algo que vaya más allá del “leérosla”, sin desvelar lo que él “oculta” desde el comienzo para que se asome poco a poco a lo largo de sus páginas.
Pues bien: en “Estudio en negro”, José Carlos Somoza cabalga a lomos de la magia del teatro, del gran teatro del mundo, para que Sherlock Holmes (“¿el primer investigador de la historia moderna de la literatura?”, al menos el primero que leímos en nuestra adolescencia) descubra y denuncie el poder omnímodo (o casi) de quienes pueden jugar con nosotros como si fuéramos las piezas de una gran partida de ajedrez viviente (y muriente) .
Vamos, que la leáis … y la disfrutéis.

Dos perlillas:

“Tengo natural pavor a la policía, casi más del que siento por los malhechores, porque con estos últimos siempre cabe la posibilidad de recurrir a la policía. Dicho de otra forma: frente al mal aún me queda el consuelo de que el bien me defienda, pero ¿quién puede defenderme del bien?”

“Yo no me había enterado de nada, aún sumida en la confusión, con el reloj estúpidamente en la mano funcionando estéril porque, sin que el reloj lo supiera, el tiempo ya no existía. Pero, como siempre, los últimos en enterarse de esto son los relojes”.

martes, 21 de enero de 2020

El 30, huelga


Tenía yo para mí que en cualquier momento me podían convocar para una gran manifa anti-algo, un encierro reivindicativo, una acampada de protesta, alguna acción rápida de interrupción del tráfico, o de la actividad diaria de un banco, o del paseo de un político, …
Pero, mira por dónde, se me convoca a una huelga. A mí. Ya viejo y, sobre todo, jubilado.
Me asaltan las preguntas (antes que las respuestas), quizás fruto de mi ingenuidad, quizás fruto de mi experiencia.
¿Ese día no puedo echar mi siestecita?
¿Prohibido hacer la compra, cocinar, limpiar la casa, comer, …?
¿No voy a leer el periódico, ni ir de vinos, ni pasear con mis amigos?
¿No me podré duchar, ni ir a la gimnasia o al baile que me toca?
¿No podré hacer esos kilómetros diarios que me tiene mandados el médico? ¿Y las pastillas, las tomo o no?
¿Tampoco puedo cuidar a los nietos?
¿Ese día no hay ni sudoku, ni partida de cartas? ¿El club y el hogar estarán cerrados?
¿Ni coger el metro o el autobús?, ¿ni conducir?.
¿No puedo leer ni ver la tele? ¿ni ir a clase?
¿Tengo que apagar el móvil para toda la jornada?
Y, sobre todo, ¿me van a descontar la parte correspondiente de la pensión?

Porque todo esto es lo que hacemos los jubilados.

El día 30 prometo estar muy atento para aprender de cara a la próxima convocatoria de huelga.

jueves, 16 de enero de 2020

"Desde San Sebastián"


Mediados de enero, a media mañana, en el Registro Civil de Bilbao. Necesito un papel. Cuando llego, el dispensador me da un ticket de espera que dice “C086”.
La ventanilla que más se me aproxima va en el “C072”. Me siento y comienzo a hacer un sudoku. Deberíais probar esta técnica para rellenar tiempos “muertos”.
Muy poco después comienza el runrún: que si “siempre es igual”, que si “aquí no trabaja nadie”, que si “no les importa que perdamos un día de trabajo”, que si “no hay derecho”.
Tan alto (el runrún) que me vuelvo para decir a una pareja que yo acostumbro a venir no menos de una vez al año y nunca he estado más media hora. Así ha sido siempre. Pero, levanto la vista y veo las ventanillas vacías por el lado de los funcionarios, los números que no avanzan, y la razón del runrún.
Un señor se pone más nervioso que el resto y, educadamente (eso sí) se dirige al mostrador y pregunta por qué no avanzan los números del “C”. Y entonces empieza a oírse desde el otro lado del mostrador que “estamos desbordados”, que “no damos abasto”, que “estamos superados”.
Debo reconocer que esta vez voy a estar más de media hora y así lo hago en voz alta. La situación tiene un efecto beneficioso para mí: cuando empieza a andar el “C” son muchos los que se han ido y el “C086” no tarda en aparecer en la ventanilla.
Me dirijo hacia allá y veo que de mi izquierda sale un señor que se orienta hacia el mismo lugar. Lleva su número en la mano y por eso lo veo “C121”.
Llegamos casi a la par y, mientras entrego mi ticket, él se dirige hacia la funcionaria y dice:
- Hola
- Hola, ¿qué tal estás? – no le deja seguir la funcionaria. Trae – le dice, señalando lo que tiene en la mano.
El parece azorado (no creo que lo estuviera; supongo que era una escena ya ensayada múltiples veces) y me dice:
- Yo no quería colarme.
- No sé lo qué quería, pero de hecho se está colando – le respondo. Y si quiere preguntamos a esos de ahí atrás – le digo señalando la sala de espera.
Ella, la funcionaria, acude en su ayuda:
- Es un amigo – susurra.
- Faltaría más – le digo en voz más alta. No iba usted a colar, supongo, a un enemigo.
Ahí se quedan las cosas. La funcionaria se retira a su mesa de trabajo y se pone a hacer mi papel.
El hombre se va hacia la sala, pero no sin antes murmurarme por lo bajito:
- Es que soy abogado y ella me conoce.
Me callo y sólo pienso: He aquí un verdadero hombre de ley, un amante de la justicia, que sabe muy bien cómo funciona la Justicia.
Cuando me entrega el papel está mal hecho, tiene un error y, en ese momento, oigo lo más gracioso de todo este suceso:
- Ya me puede perdonar, pero es que alguien ha intervenido en mi ordenador desde San Sebastián, y me ha cambiado los datos.
Antes de salir observo que el abogado está esperando aún. Lo van a hacer con mucha discreción, cuando salga el único testigo directo de su ”fechoría”, yo.
Que sólo hablo de UNA situación, de UNA funcionaria, de UN abogado. No queráis atribuirme a mí ninguna generalización.

sábado, 11 de enero de 2020

El "hombre del orden"


Cada cierto tiempo, sin periodicidad definida, tengo la desdicha de toparme con el “hombre del orden”.
El “hombre del orden” es más camaleónico que Mortadelo (el de Filemón). Tanto que, a veces, incluso se disfraza de “la mujer del orden”.
Pero no tardo en reconocerlo. Una pequeña parada en seco, una pequeña reflexión y ¡zás!, ya lo tengo. Y es que lo conozco bien. Por repetitivo. Aunque cambie el lugar, el tiempo, la situación, sigue siendo “el hombre del orden”.
El “hombre del orden” es alguien que siempre empieza así:
- “Vamos a hacer ESTO”.
- “Y lo vamos a hacer ASÍ” – sigue.
Y, como siempre es un “demócrata convencido”, culmina con:
- “A no ser que alguien tenga una propuesta mejor”.
Y desde ahí llama al orden. Porque él es un hombre (o mujer) “ordenado”. Es decir, como muy bien indica ese participio, ha recibido muchas órdenes.
Y busca, porque los necesita, que los demás sean “sub-ordinados”. O sea, que estén bajo el orden. (No exageremos, sólo son “consejos por el bien de todos”, líneas de trabajo “para que todo discurra por los mejores cauces”)
Lo que “el hombre del orden” no nos dice nunca es que no se trata de el orden. Sino de SU orden. Claro que yo ya lo se y a mí no me engaña. (Admito que “el hombre del orden” puede llegar a engañarse a sí mismo).
Y cuando alguien se desvía de aquellos “ESTO” y “ASÍ” por los que había comenzado, ese alguien no está haciendo otra propuesta de orden, dice él, sino saliéndose del común de los “sub-ordinados”.
¿Será posible que no caiga en la cuenta de que ese que actúa de tal manera está haciendo (con hechos, no con palabras) una nueva propuesta, tal como él, “demócrata convencido” había sugerido?
¡Ah, “el hombre del orden”! ¡Qué peligro!.
Generalmente acaba imponiendo su orden … siempre que quepa en el de quienes le ordenan, porque suele ser el último de una cadena de órdenes.
Cadena … esclavitud … libertad …
Procura no convertirte ni en “el hombre del orden” ni en “la mujer del orden”. Y empieza por no seguir mi orden. Busca el tuyo. Y desenmascara todos los que vayas encontrando en tu camino.
Yo también lo intentaré.