Mediados de enero, a media mañana, en
el Registro Civil de Bilbao. Necesito un papel. Cuando llego, el dispensador me
da un ticket de espera que dice “C086”.
La ventanilla que más se me aproxima
va en el “C072”. Me siento y comienzo a hacer un sudoku. Deberíais probar esta
técnica para rellenar tiempos “muertos”.
Muy poco después comienza el runrún:
que si “siempre es igual”, que si “aquí no trabaja nadie”, que si “no les
importa que perdamos un día de trabajo”, que si “no hay derecho”.
Tan alto (el runrún) que me vuelvo
para decir a una pareja que yo acostumbro a venir no menos de una vez al año y
nunca he estado más media hora. Así ha sido siempre. Pero, levanto la vista y
veo las ventanillas vacías por el lado de los funcionarios, los números que no
avanzan, y la razón del runrún.
Un señor se pone más nervioso que el
resto y, educadamente (eso sí) se dirige al mostrador y pregunta por qué no
avanzan los números del “C”. Y entonces empieza a oírse desde el otro lado del
mostrador que “estamos desbordados”, que “no damos abasto”, que “estamos
superados”.
Debo reconocer que esta vez voy a
estar más de media hora y así lo hago en voz alta. La situación tiene un efecto
beneficioso para mí: cuando empieza a andar el “C” son muchos los que se han
ido y el “C086” no tarda en aparecer en la ventanilla.
Me dirijo hacia allá y veo que de mi
izquierda sale un señor que se orienta hacia el mismo lugar. Lleva su número en
la mano y por eso lo veo “C121”.
Llegamos casi a la par y, mientras
entrego mi ticket, él se dirige hacia la funcionaria y dice:
- Hola
- Hola, ¿qué tal estás? – no le deja
seguir la funcionaria. Trae – le dice, señalando lo que tiene en la mano.
El parece azorado (no creo que lo
estuviera; supongo que era una escena ya ensayada múltiples veces) y me dice:
- Yo no quería colarme.
- No sé lo qué quería, pero de hecho
se está colando – le respondo. Y si quiere preguntamos a esos de ahí atrás – le
digo señalando la sala de espera.
Ella, la funcionaria, acude en su
ayuda:
- Es un amigo – susurra.
- Faltaría más – le digo en voz más
alta. No iba usted a colar, supongo, a un enemigo.
Ahí se quedan las cosas. La
funcionaria se retira a su mesa de trabajo y se pone a hacer mi papel.
El hombre se va hacia la sala, pero
no sin antes murmurarme por lo bajito:
- Es que soy abogado y ella me
conoce.
Me callo y sólo pienso: He aquí un
verdadero hombre de ley, un amante de la justicia, que sabe muy bien cómo
funciona la Justicia.
Cuando me entrega el papel está mal
hecho, tiene un error y, en ese momento, oigo lo más gracioso de todo este
suceso:
- Ya me puede perdonar, pero es que
alguien ha intervenido en mi ordenador desde San Sebastián, y me ha
cambiado los datos.
Antes de salir observo que el abogado
está esperando aún. Lo van a hacer con mucha discreción, cuando salga el único
testigo directo de su ”fechoría”, yo.
Que sólo hablo de UNA situación, de
UNA funcionaria, de UN abogado. No queráis atribuirme a mí ninguna
generalización.
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