miércoles, 17 de febrero de 2016

El periódico y los pelos de punta

Hacía ya un tiempo que venía yo con ganas de escribir un rato al hilo de esas pequeñas noticias, que a modo de “sueltos para rellenar”, aparecen todos los días en el periódico.
Hoy, de nuevo, mis pelos se han puesto de punta y trato de aparcar mi mala leche con el peine de mi escritura.

Antonio Banderas se va a vivir “unos añitos” a Inglaterra con su nuevo amor. Y, para que todo vaya bien, se ha comprado un “casoplón” (así lo define el periódico) de más de 3 millones de euros, oye. Con gimnasio y sala de cine, oye. Estoy seguro, muy seguro (sin acudir a las hemerotecas) de que Banderas está en contra de la piratería… en Internet.

El ex dueño de Marsans, Díaz Ferrán “sólo” robó algo más de 4 millones de euros a unos pobrecitos que querían veranear. Pues, para que se entere, le han caído DOS años de cárcel. Lo mismo que le suele caer al “robagallinas” de turno, ¿no?. ¡Qué suerte tener a la Justicia de cara!... y sin venda (que nunca la ha usado, por mucho que sus iconos reverenciables nunca nos dejen ver el color de sus ojos).

En Florida se han subastado cinco botellas de vino por un valor de 144.000 euros. O sea, casi 30.000 cada botella. O sea, mis ingresos familiares anuales (los míos y los de mi cónyuge sumados) = una botella de vino. Dicen los médicos que una copa de vino al día es buena para la salud. Lo que no nos habían dicho era que se trataba de una copa de 3.000 euros (sólo lo de dentro, sin el continente).

Y, acabo, resulta que parece que los Beckham (David y Victoria) andan así, así. O sea, que a lo mejor se separan. Y en ese caso van a tener que repartirse la fortuna que han amasado juntos. Dicen “las malas lenguas” (pérfidas y envidiosas, ellas) que cerca de un BILLON (sí, con “B”) de dólares (140 millones de euros sólo el año pasado). Supongo que estarán buscando una aplicación de Android que tenga una calculadora en la que quepan muchas cifras. Me pilla un poco lejos, pero creo que un billón tenía trece cifras.

Claro que siempre sería posible que algún legislador, amante de los ojos de la Justicia, medio borracho y en compañía de una legión de “sin techo”, se quedara con todo lo que sobrepase las cinco cifras y así les fuera más sencilla la división.

Hay días que leer el periódico pone los pelos de punta y requiere el tiempo que sólo los jubilados tenemos.

lunes, 15 de febrero de 2016

Consumidor

Ya sé que nuestra vida de consumidores da para muchos comentarios, muchas desventuras, muchas quejas y muchas ganas de volver a la prehistoria, antes de que hubiera a nuestro alrededor un mundo de grandes corporaciones productoras, de bancos, aseguradoras, cadenas de supermercados, etc.
Ahí van un par de perlas recientes que he padecido (¿) –ya con mucho humor- en poco tiempo.
El horno de casa se ha estropeado. Cosa de una placa electrónica, así que no ha habido forma de “meterle mano”, si no era comprando una placa que costaba más que un horno entero.
Llamada al servicio técnico de la marca del aparato, y constatación –ya nos hacíamos una idea- de que por venir a ver lo que pasaba y hacernos un presupuesto nos iban a cobrar más de cincuenta euros (IVA incluido). Y sin hacer nada, tú. Es como si uno fuera a pedir trabajo y, por hacerlo, cobrara.
Milagros del Internet, aparece un técnico que no cobra salida ni presupuesto. Vamos, uno que necesita trabajar como sea. Viene a casa y, aparte de decirnos que el arreglo (la dichosa placa) nos va a salir un pastizal, nos indica que la causa del estropicio puede haber sido una subida, un pico, de tensión. ¿Por qué no llaman ustedes al seguro?
Por hacerlo nada se pierde. En el seguro son todo amabilidades. Tanto que nos mandan GRATIS al mismo servicio técnico que ya nos cobraba más de cincuenta euros por venir a conocernos. Y llega el técnico, mira el horno, los papeles del mismo, y nos dice que nos llamarán del seguro.
Unos días después, por si se les ha olvidado, este servidor de ustedes llama al seguro y le dicen que ya me iban a llamar y que sí, que quizás sea por una subida de tensión, pero que el horno tiene ya siete años y medio y que en mi seguro hay una cláusula que indica que ellos no se hacen cargo de ningún electrodoméstico de más de siete años. O sea, que a un electrodoméstico cuando cumple siete años lo dan por muerto.
Yo, que soy un leído, no había leído aquella clausula, pero la leí. Allí estaba. Y me dije: seamos positivos, los seguros presionarán a los fabricantes de tal forma que los consumidores estamos seguros durante siete años. Que no es poco. Casi dos legislaturas, si no tardan demasiado en empezar a formar gobierno.
Como las “desgracias” no vienen solas, mi e-reader empezaba a fallar, además de que me llegó (de fábrica, que se dice) sin luz en la pantalla. Yo lo había comprado por Internet en un gran almacén con tienda en Bilbao, y no acababa de decidirme a llevarlo a arreglar. Pero, estaba tardando demasiado en cargar los libros para su lectura y moverse por ellos era un pequeño suplicio.
Bueno, al grano. Esta tarde una señora simpática me ha atendido con mucha amabilidad, no me ha puesto ninguna pega (y eso que yo ya había imaginado todas las que me podía poner y tenía respuesta preparada para cada una de ellas,… como si el aparato funcionara mal por mi culpa,… que estos aparatos nos hacen sentirnos culpables con mucha facilidad,… que ser consumidor a veces es muy sufrido y nada fácil de sobrellevar). Me ha indicado que lo mandaban a fábrica y, con una sonrisa de oreja a oreja (¿se estaba quedando conmigo?) ha ratificado oralmente lo que yo estaba leyendo en el resguardo de la operación: se comprometen a devolvérmelo en el plazo de DOS MESES.
Yo compro las cosas, lo que sea, para utilizarlo ya. ¿Qué hago yo estos dos meses? Sin leer se puede pasar, pero si le ocurre a mi máquina de afeitar, ¿me quedo con barba de dos meses? Si le ocurre a mi cocina, ¿como frío, bocatas y ensaladas, durante dos meses? Y, si le pasa a mi radiador eléctrico, ¿lo enciendo en primavera?

No os preocupéis. No podrán con nosotros. Somos más fuertes. Y siempre habrá una tele en casa si se nos estropea la de 40 pulgadas.

jueves, 11 de febrero de 2016

En la orilla

Acabo de terminar “En la orilla” de Rafael Chirbes. Novela difícil de leer, dura, oscura, oscura, oscura (para no calificarla de “novela negra”). Novela impresionante, porque impresiona todo lo que cuenta y cómo lo hace. Absolutamente pesimista. No se salva ni dios y, si la leéis comprenderéis que no hay en esta afirmación ni grosería, ni mala educación, porque realmente no se salva ni dios.
Al finalizarla, quedan tantos comentarios, tantas discusiones, tantas apreciaciones, que lo mejor que puedo hacer es dejaros tres textos entresacados:

“Nunca se te ocurre pensar que las cosas no son eternas y pueden cambiar de un día para otro. Cómo se te va a ocurrir que tu infierno pueda ser quedarte fuera de la maldición de Yahvé, en un lugar que está en el exterior de las páginas del libro de anotaciones de pedidos, del bloc de albaranes, lejos de las máquinas y las herramientas, y que es inversa expresión contemporánea de la maldición bíblica: No podrás ganarte el pan con el sudor de tu frente. Un pliegue diabólico e inesperado. Descubres la irritante placidez de las mañanas sin despertador, el día como una pradera que se extiende hasta el horizonte, tiempo sin márgenes, paisaje sin accidente que lo acote, ningún rebaño pasta en esa extensión que se te hace infinita, no avistas la figura de ningún edificio, la silueta de un árbol. Tú solo caminando en la nada. La maldición divina de ganar el pan con el sudor de la frente acaba pareciéndote muy placentera, el ruido de despertadores, el agua de grifos y duchas en el baño, el gorgoteo de la cafetera, el ajetreo del tráfico matinal, el murmullo de las conversaciones en la barra de la cafetería en la que te tomas el cruasán, las voces de unos y otros en la nave, las discusiones entre compañeros, el zumbido de las máquinas, el bocadillo y la cervecita de media mañana.”

“Seguramente la cosa tiene algo de justicia distributiva, las familias más pobres de los países más miserables son las más ricas en cadáveres. No tienen dinero, ni villa en Cap Ferrat, ni de un modesto plan de pensiones disfrutan, pero son propietarias de una rica variedad de macabra biomasa: muertos por accidente laboral, por sobredosis, por desnutrición, por sida, por cirrosis, por hepatitis C, por violencia de género, o callejera; muertos porque, hartos de todo, se pegan un tiro o se cuelgan de un olivo. Son propietarios de un variado patrimonio de cadáveres que defienden con uñas y dientes.”

“El hombre, digan lo que digan curas, políticos y filósofos, no es portador de luz, es siniestro reproductor de sombras”.

Y, por acabar con algo más suave y, además, de rabiosa actualidad (creo que se dice así por la rabia que te entra), esta otra cita:


“Los hombres enseñamos los relojes. Desde mi tumbona veo cómo estiran el brazo a cada movimiento, para que se los vean, jodidos horteras, las pulseras abrazándoles las muñecas requemadas, ya sabes, muchos de ellos albañiles recién llegados, como tú. Por los relojes sabes de qué pie político cojean: un Rolex gordo con muchos cronómetros y barómetros, si son tirando a pepé, gente de derechas; y si lo que les llama es el pesoe, un estilizado Patek Philippe, que es el que usa Felipe González. Patek Philippe, un buen Cohíbas, un trasero brasileiro en forma de manzana reineta, y un vermut con oliva rellena y un chorro de ginebra, el cielo. Felipe, el más consecuente: al fin y al cabo, el socialismo es riqueza, bienestar, pasta para todo el mundo”.