Ya sé que nuestra vida de consumidores da para
muchos comentarios, muchas desventuras, muchas quejas y muchas ganas de volver
a la prehistoria, antes de que hubiera a nuestro alrededor un mundo de grandes
corporaciones productoras, de bancos, aseguradoras, cadenas de supermercados,
etc.
Ahí van un par de perlas recientes que he padecido (¿) –ya
con mucho humor- en poco tiempo.
El horno de casa se ha estropeado. Cosa de una placa
electrónica, así que no ha habido forma de “meterle mano”, si no era comprando
una placa que costaba más que un horno entero.
Llamada al servicio técnico de la marca del aparato,
y constatación –ya nos hacíamos una idea- de que por venir a ver lo que pasaba y
hacernos un presupuesto nos iban a cobrar más de cincuenta euros (IVA incluido).
Y sin hacer nada, tú. Es como si uno fuera a pedir trabajo y, por hacerlo,
cobrara.
Milagros del Internet, aparece un técnico que no
cobra salida ni presupuesto. Vamos, uno que necesita trabajar como sea. Viene a
casa y, aparte de decirnos que el arreglo (la dichosa placa) nos va a salir un
pastizal, nos indica que la causa del estropicio puede haber sido una subida,
un pico, de tensión. ¿Por qué no llaman
ustedes al seguro?
Por hacerlo nada se pierde. En el seguro son todo
amabilidades. Tanto que nos mandan GRATIS al mismo servicio técnico que ya nos
cobraba más de cincuenta euros por venir a conocernos. Y llega el técnico, mira
el horno, los papeles del mismo, y nos dice que nos llamarán del seguro.
Unos días después, por si se les ha olvidado, este
servidor de ustedes llama al seguro y le dicen que ya me iban a llamar y que sí, que quizás sea por una
subida de tensión, pero que el horno tiene ya siete años y medio y que en mi
seguro hay una cláusula que indica que ellos no se hacen cargo de ningún
electrodoméstico de más de siete años. O sea, que a un electrodoméstico cuando
cumple siete años lo dan por muerto.
Yo, que soy un leído, no había leído aquella
clausula, pero la leí. Allí estaba. Y me dije: seamos positivos, los seguros
presionarán a los fabricantes de tal forma que los consumidores estamos seguros
durante siete años. Que no es poco. Casi dos legislaturas, si no tardan
demasiado en empezar a formar gobierno.
Como las “desgracias” no vienen solas, mi e-reader
empezaba a fallar, además de que me llegó (de fábrica, que se dice) sin luz en
la pantalla. Yo lo había comprado por Internet en un gran almacén con tienda en
Bilbao, y no acababa de decidirme a llevarlo a arreglar. Pero, estaba tardando
demasiado en cargar los libros para su lectura y moverse por ellos era un
pequeño suplicio.
Bueno, al grano. Esta tarde una señora simpática me
ha atendido con mucha amabilidad, no me ha puesto ninguna pega (y eso que yo ya
había imaginado todas las que me podía poner y tenía respuesta preparada para
cada una de ellas,… como si el aparato funcionara mal por mi culpa,… que estos
aparatos nos hacen sentirnos culpables con mucha facilidad,… que ser consumidor
a veces es muy sufrido y nada fácil de sobrellevar). Me ha indicado que lo
mandaban a fábrica y, con una sonrisa de oreja a oreja (¿se estaba quedando
conmigo?) ha ratificado oralmente lo que yo estaba leyendo en el resguardo de
la operación: se comprometen a devolvérmelo en el plazo de DOS MESES.
Yo compro las cosas, lo que sea, para utilizarlo ya.
¿Qué hago yo estos dos meses? Sin leer se puede pasar, pero si le ocurre a mi
máquina de afeitar, ¿me quedo con barba de dos meses? Si le ocurre a mi cocina, ¿como
frío, bocatas y ensaladas, durante dos meses? Y, si le pasa a mi radiador eléctrico, ¿lo enciendo en
primavera?
No os preocupéis. No podrán con nosotros. Somos más
fuertes. Y siempre habrá una tele en casa si se nos estropea la de 40 pulgadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario