jueves, 11 de febrero de 2016

En la orilla

Acabo de terminar “En la orilla” de Rafael Chirbes. Novela difícil de leer, dura, oscura, oscura, oscura (para no calificarla de “novela negra”). Novela impresionante, porque impresiona todo lo que cuenta y cómo lo hace. Absolutamente pesimista. No se salva ni dios y, si la leéis comprenderéis que no hay en esta afirmación ni grosería, ni mala educación, porque realmente no se salva ni dios.
Al finalizarla, quedan tantos comentarios, tantas discusiones, tantas apreciaciones, que lo mejor que puedo hacer es dejaros tres textos entresacados:

“Nunca se te ocurre pensar que las cosas no son eternas y pueden cambiar de un día para otro. Cómo se te va a ocurrir que tu infierno pueda ser quedarte fuera de la maldición de Yahvé, en un lugar que está en el exterior de las páginas del libro de anotaciones de pedidos, del bloc de albaranes, lejos de las máquinas y las herramientas, y que es inversa expresión contemporánea de la maldición bíblica: No podrás ganarte el pan con el sudor de tu frente. Un pliegue diabólico e inesperado. Descubres la irritante placidez de las mañanas sin despertador, el día como una pradera que se extiende hasta el horizonte, tiempo sin márgenes, paisaje sin accidente que lo acote, ningún rebaño pasta en esa extensión que se te hace infinita, no avistas la figura de ningún edificio, la silueta de un árbol. Tú solo caminando en la nada. La maldición divina de ganar el pan con el sudor de la frente acaba pareciéndote muy placentera, el ruido de despertadores, el agua de grifos y duchas en el baño, el gorgoteo de la cafetera, el ajetreo del tráfico matinal, el murmullo de las conversaciones en la barra de la cafetería en la que te tomas el cruasán, las voces de unos y otros en la nave, las discusiones entre compañeros, el zumbido de las máquinas, el bocadillo y la cervecita de media mañana.”

“Seguramente la cosa tiene algo de justicia distributiva, las familias más pobres de los países más miserables son las más ricas en cadáveres. No tienen dinero, ni villa en Cap Ferrat, ni de un modesto plan de pensiones disfrutan, pero son propietarias de una rica variedad de macabra biomasa: muertos por accidente laboral, por sobredosis, por desnutrición, por sida, por cirrosis, por hepatitis C, por violencia de género, o callejera; muertos porque, hartos de todo, se pegan un tiro o se cuelgan de un olivo. Son propietarios de un variado patrimonio de cadáveres que defienden con uñas y dientes.”

“El hombre, digan lo que digan curas, políticos y filósofos, no es portador de luz, es siniestro reproductor de sombras”.

Y, por acabar con algo más suave y, además, de rabiosa actualidad (creo que se dice así por la rabia que te entra), esta otra cita:


“Los hombres enseñamos los relojes. Desde mi tumbona veo cómo estiran el brazo a cada movimiento, para que se los vean, jodidos horteras, las pulseras abrazándoles las muñecas requemadas, ya sabes, muchos de ellos albañiles recién llegados, como tú. Por los relojes sabes de qué pie político cojean: un Rolex gordo con muchos cronómetros y barómetros, si son tirando a pepé, gente de derechas; y si lo que les llama es el pesoe, un estilizado Patek Philippe, que es el que usa Felipe González. Patek Philippe, un buen Cohíbas, un trasero brasileiro en forma de manzana reineta, y un vermut con oliva rellena y un chorro de ginebra, el cielo. Felipe, el más consecuente: al fin y al cabo, el socialismo es riqueza, bienestar, pasta para todo el mundo”.

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