“Adondequiera que miraras, no veías más que
caras y más caras. «Un inmenso cortejo fúnebre- se dijo Louise-, convertido en
el espejo de nuestras penas y nuestras derrotas».
Es
la visión que ofrece un enorme gentío escapando de las ciudades que van a
sufrir la invasión de los soldados alemanes. Es la huida de los franceses ante
el avance del ejército alemán en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Es
el decorado en el que transcurre la historia que Pierre Lemaitre cuenta en “El
espejo de nuestras penas”.
“- Excelente.
El director estaba contento. Sólo
tenía tiempo de leer las conclusiones y las de ese informe lo tranquilizaban”.
“… ¿Sabían ustedes que hace poco
Alemania lanzó en paracaídas unas cincuenta chicas, menos llamativas que los
hombres, con la única misión de hacer señales a las fuerzas alemanas mediante
espejos, y también con humo, como los indios, para mostrarles las posiciones
francesas? Fueron detenidas, pero el daño estaba hecho. Incluso se ha podido
constatar que algunos campesinos infiltrados colocan a sus vacas en los campos
de manera que muestren el camino a los soldados alemanes. ¡Cuál no sería la
sorpresa de los oficiales franceses cuando descubrieron perros entrenados por
traidores para ladrar en morse!...”
Dos
textos breves, que sirven de ejemplo del fino humor que recorre la novela.
Humor que. a veces, se vuelve ácido, corrosivo con actividades que poco bueno
dicen de quienes las llevan a cabo.
Novela
sencilla, que no simple, muy lejos de la truculencia violenta de las novelas
negras de Lemaitre (la serie sobre el comandante Camille Verhoeven), aquella violencia
desmedida que a ratos nos podía hacer odiar el pertenecer a la misma raza
humana que los que la protagonizaban.
“El
espejo de…” está impregnada de ternura, de una gran ternura que sobresale por
encima del sexo o la edad, que está más allá de las posiciones
vitales que uno mantiene en la sociedad que vive, más allá incluso de las
ideologías políticas. Una ternura abierta, incluso, a los animales.
Enormes
los personajes, sobre todo ese Desiré fuera de cualquier oficio o beneficio:
personaje que en la vida real se hace pasar por quien no es, interpretando eso:
un personaje. Ello le permite ser en un espacio muy breve de tiempo lingüista, político,
periodista o sacerdote. Desiré es posiblemente el personaje que a todos nos
hubiera gustado ser, el deseado (que es la traducción española del “Desiré” francés).
Y
toda esa ternura en un mundo real. Como contraste amargo, esos dos episodios que ponen los pelos de
punta: los aviones alemanes ametrallando la larga columna de los que huyen o el
soldado francés ejecutando al preso tachado de anti patriota.
No
se pierde el tiempo leyendo una novela amable como ésta.