miércoles, 28 de octubre de 2020

El espejo de nuestras penas

 


Adondequiera que miraras, no veías más que caras y más caras. «Un inmenso cortejo fúnebre- se dijo Louise-, convertido en el espejo de nuestras penas y nuestras derrotas».

Es la visión que ofrece un enorme gentío escapando de las ciudades que van a sufrir la invasión de los soldados alemanes. Es la huida de los franceses ante el avance del ejército alemán en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Es el decorado en el que transcurre la historia que Pierre Lemaitre cuenta en “El espejo de nuestras penas”.

“- Excelente.

El director estaba contento. Sólo tenía tiempo de leer las conclusiones y las de ese informe lo tranquilizaban”.

“… ¿Sabían ustedes que hace poco Alemania lanzó en paracaídas unas cincuenta chicas, menos llamativas que los hombres, con la única misión de hacer señales a las fuerzas alemanas mediante espejos, y también con humo, como los indios, para mostrarles las posiciones francesas? Fueron detenidas, pero el daño estaba hecho. Incluso se ha podido constatar que algunos campesinos infiltrados colocan a sus vacas en los campos de manera que muestren el camino a los soldados alemanes. ¡Cuál no sería la sorpresa de los oficiales franceses cuando descubrieron perros entrenados por traidores para ladrar en morse!...”

Dos textos breves, que sirven de ejemplo del fino humor que recorre la novela. Humor que. a veces, se vuelve ácido, corrosivo con actividades que poco bueno dicen de quienes las llevan a cabo.

Novela sencilla, que no simple, muy lejos de la truculencia violenta de las novelas negras de Lemaitre (la serie sobre el comandante Camille Verhoeven), aquella violencia desmedida que a ratos nos podía hacer odiar el pertenecer a la misma raza humana que los que la protagonizaban.

“El espejo de…” está impregnada de ternura, de una gran ternura que sobresale por encima del sexo o la edad, que está más allá de las posiciones vitales que uno mantiene en la sociedad que vive, más allá incluso de las ideologías políticas. Una ternura abierta, incluso, a los animales.

Enormes los personajes, sobre todo ese Desiré fuera de cualquier oficio o beneficio: personaje que en la vida real se hace pasar por quien no es, interpretando eso: un personaje. Ello le permite ser en un espacio muy breve de tiempo lingüista, político, periodista o sacerdote. Desiré es posiblemente el personaje que a todos nos hubiera gustado ser, el deseado (que es la traducción española del “Desiré” francés).

Y toda esa ternura en un mundo real. Como contraste amargo,  esos dos episodios que ponen los pelos de punta: los aviones alemanes ametrallando la larga columna de los que huyen o el soldado francés ejecutando al preso tachado de anti patriota.

No se pierde el tiempo leyendo una novela amable como ésta.

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