En la vida llega un
momento en el que uno deja de aprender. Porque las neuronas ya no le dan
o porque no tiene ningún interés en seguir haciéndolo. Quizás, mantiene algunos
campos del conocimiento, que para él fueron muy importantes, en alerta; quizás,
surgen campos nuevos, diferentes, en los que aún le “pica la curiosidad”. Pero,
en general, ya no es prioritario seguir aprendiendo.
Oigo desde aquí (ya llevan rato pidiendo la palabra o, faltas de educación
democrática, alzándose por encima de las demás) las voces de todos esos “de la
tercera edad”, defensores a ultranza de que “nunca se deja de aprender”;
“la vida no se acaba hasta el último segundo”; “siempre es tiempo para crecer y
mejorar”; etc., etc. Son ganas de martirizarse, de no aceptar lo evidente, de
no tener una actitud tranquila, no competitiva (ni siquiera contigo mismo), de
no gozar (que ya va siendo hora) de lo que uno es y tiene sin pensar en lo que
aún no es ni tiene.
Mi vejez no significa cese de la curiosidad, dejadez de
cualquier esfuerzo intelectual o manual, abandono de cualquier novedad, negativa ante toda empresa distinta. Ni mucho menos. Pero el aprendizaje ya no es
compulsivo, inmediato, maltratador de la ignorancia ajena. Ya no establece
líneas claras de separación entre lo que tú sabes y lo que el otro ignora,
entre lo que te interesa saber y lo que no “sirve” para nada.
Lo curioso es que estas reflexiones de mañana del domingo,
cuando el domingo se distingue del lunes sólo porque en el pueblo hay algo más
de gente (los del finde) o porque hoy viene a visitarte el hijo (que significa,
siempre, más fiesta… y menos tiempo para el aprendizaje, a no ser que sea “importante”
seguir al día de los contrastes generacionales), estas reflexiones, decía,
nacen de algo tan simple como el afeitado de uno de mis vecinos.
Ved: tengo un vecino de 88 años, que (salvo cuando el tiempo
climatológico lo confina en un trabajo de recogida que no permite perder el
tiempo en otras cosas) los domingos se afeita temprano y sale al portal con “el
traje del día de fiesta”, se sienta y espera a que otro vecino, más joven y con
coche, lo acerque a la “ciudad” a echar la partida. Esta es una de las señales “pueblerinas”
de que hoy es domingo.
Pues bien, esta mañana, después de charlar un rato con él, y
como resumen de unas cuantas charlas vespertinas del verano, concluía yo en el
reconocimiento de la sabiduría de una vida no dedicada al aprendizaje, pero que
no ha prescindido de él.
Trabaja (sigue trabajando) la tierra, aunque, desde que yo lo
conozco, “este es último año”, porque “¿qué necesidad tengo yo ya de seguir
matándome?” y, “porque ya estas piernas no me dan para más”. Saca de ella una
pequeña producción de (entre otras cosas) patatas, cebollas, alubias, y nueces (éstas de los árboles),
que luego “vende” para sacar un dinerito. Produce también otras verduras para
su consumo particular.
Pero, hoy, domingo, se prepara para su partidita y (aunque no
me lo ha dicho) por si vienen compradores a su casa (al portal). Porque los
domingos es frecuente ver cómo un coche se detiene junto a su puerta y el
conductor sale cargado de bolsas, sacos o cajas.
Él no acude al mercado. Los compradores acuden a él. Y, para
concluir, que a esto venía todo lo anterior, siempre (por lo que él me cuenta)
se produce el mismo diálogo, más o menos así:
- ¿Me puedes poner dos sacos de patatas?
- No –dice él. Te tendrás que conformar con uno. Porque no
tengo tantas. Porque me ha pedido fulanito y menganito y tengo muchos
compromisos.
Cambiad el producto, las cantidades, las formas del diálogo,
pero quedaos con el fondo: si te doy todo lo que me pides, no tengo para otro
comprador, o sea que pierdo un “cliente” para futuros años; si no te doy nada,
te pierdo a ti. Si te doy todo lo que me pides, cuando hagas propaganda boca a
boca (que es la única que hago) vas a decir que se puede venir en cualquier
momento, que siempre hay y voy a vender menos y voy a tener que estar más tiempo con la
mercancía dando vueltas en el “almacén”; si te doy menos, vas a decirles a tus
amigos que se den prisa, que no hay para todos… y que no regateen con el
precio, que está suficientemente ajustado al mercado.
Nuestro viejo (escrito con todo el cariño del mundo),
¿habrá estudiado alguna vez marketing?
Y yo, ¿habré aumentado mi conocimiento, habré aprendido algo
(sin importancia) de una mañana de domingo, que sólo existe porque es el
colofón de toda una semana, de un día de otoño en el que se precipita todo lo
esperado durante un verano?
Y, si no lo he hecho, ¿qué más da?.