jueves, 27 de febrero de 2014

Retraso acumulado

Aprovechando que hace una mañana entrada en aguas, desagradable, de las que te confinan en casa, os subo uno de esos relatillos que de vez en cuando escribo.
Os lo dejo aquí y, si la técnica no me juega una mala pasada, se quedará permanentemente entre las "páginas" que aparecen en la columna de la derecha.

Retraso acumulado

Primero fue el saludo del hombre de la mirada triste. Interrumpió su marcha para preguntarse de qué conocía aquella mirada. Luego, la mujer gorda ocupó todo el espacio de acera disponible y no la dejó pasar. Aceleró el paso.
Desde la cancela del metro vio cómo se alejaba el tren que debería haber cogido. El panel de información indicaba que faltaban 6 minutos para la llegada del próximo.
Cuando se bajó en la estación que combinaba con la parada de autobuses ya sabía que había perdido el último del día. Corrió, pero sólo para ver las luces traseras del autobús alejándose por  la carretera.
Aquel día ya no llegaría al pueblo.
A media mañana del día siguiente comenzó su viaje. La carretera se llenaba de coches, que se desplazaban al campo, para pasar el fin de semana. Los atascos aumentaban el retraso acumulado del trasporte público. A ese paso no llegaría antes de que la administración de lotería cerrara sus puertas y se quedaría sin poder jugar al número al que confiaba su suerte desde hacía varios años.
Llamó a su hermana en el pueblo, pero el teléfono estaba fuera de cobertura. Buscó en un billete pasado de fecha el número de la administración y lo marcó con ansiedad. Al otro lado, una melodía sonó una y otra vez sin que hubiera respuesta. Ella no podía saber que en aquel mismo instante el empleado estaba concentrado en contar los décimos que le quedaban y el dinero recogido en las ventas, para cerrar la caja de aquella semana.
Sólo le quedó la resignación y la intranquilidad.

Tampoco aquel sábado su número salió premiado.

lunes, 24 de febrero de 2014

Las fotos

Algún lector atento se habrá dado cuenta d que ayer, al subir un par de poemas de Antonio Machado, prometía yo un par de fotos en homenaje a él y a la tierra a la que dedicó parte de su vida. Y comprobaría (el lector) que las fotos brillaban por su ausencia.
Aquí están:



domingo, 23 de febrero de 2014

Machado, Antonio

Ayer se cumplieron 75 años de la muerte de Antonio Machado. Pero ayer yo tenía complicado el acceso a su poesía y a mi blog. Aproveché para recordar el disco de homenaje de Joan Manuel Serrat, que, sin ser santo de mi devoción, creo que fue mi primer contacto con Machado.
Tiempos aquellos en los que una dictadura nos impedía incluso encontrarnos con los poetas que podían serle incómodos. ¡Qué grado supremo del absurdo!
Así que hoy, con un día de retraso, os dejos con un par de poesías suyas (de Machado, Antonio) y un par de fotos de la tierra a la que cantó. Y, aparte de esto, si alguno necesita recuperar un poco de esperanza en medio de cualquier desesperación, no tendrá ninguna dificultad para encontrar en la Red aquellos maravillosos versos de “A un olmo seco”.

Caminante
Caminante, son tus huellas 
el camino, y nada más;
 
caminante, no hay camino,
 
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
 
y al volver la vista atrás
 
se ve la senda que nunca
 
se ha de pisar.
 
Caminante, no hay camino,
 
sino estelas en la mar.

La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.

El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero.
Será un joven lechuzo y tarambana,
un sayón con hechuras de bolero;
a la moda de Francia realista,
un poco al uso de París pagano,
y al estilo de España especialista
en el vicio al alcance de la mano.

Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahur, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste
cuando se digna usar de la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas.

El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero,
el vacuo ayer dará un mañana huero.

Como la náusea de un borracho ahito
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.

Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.

Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.


domingo, 16 de febrero de 2014

Ruido de cañerías


Acabo de terminar de leer “Ruido de cañerías”, de Luis Gutiérrez Maluenda. No me voy a empeñar en recomendárosla, aunque se trate de una novela suficientemente interesante como para perder con ella un par de tardes, sin demasiado quehacer.
Si conocéis a su detective, Atila, ésta es una más de las novelas de la serie. La tercera, creo, porque en esta serie llevo mucho retraso (que todo no se puede leer). Es una novela de esas que sabes que no te va a descubrir nada nuevo, pero te va a resultar agradable y te va a reconfirmar muchas de las cosas que ya sabes. No le pides nada más.
Os dejo un par de textos suyos:

“Si quiere consolarse, piense que todos nosotros, de una forma o de otra, estamos manipulados, cuando no, usados de la manera más descarada. Usted es un hombre afortunado, lo he manipulado yo, y lo he hecho por una causa noble. (el subrayado es mío) Y mire, los actos de un político, en cualquier circunstancia fuera del ámbito de la política, llevarían a su responsable a la cárcel, pero estamos hablando de política, mis actos no sólo no me llevarán a la cárcel, sino que están plenamente justificados y cualquiera de mis compañeros e incluso de mis rivales, en su fuero interno, los aplaudirían”
“¿Recuerdas aquellos versos que de pequeños íbamos cantando por la calle?: Y llegaron los Sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”

martes, 11 de febrero de 2014

El hombre que amaba a los perros


Grande. En su concepción, en la documentación y el tratamiento de la historia, en su belleza literaria y en su volumen (600 páginas)
Aunque sea la única sin Mario Conde, he tenido la sensación de estar ante la más negra de todas las novelas de Leonardo Padura.
Los temas de la verdad, el gobierno sobre los hombres y las tierras, el miedo, la absoluta renuncia a uno mismo a favor de la revolución, recorren la ficción novelada sobre el asesinato de Trotsky, decretado por Stalin y ejecutado por Ramón Mercader. Sin dejar de incidir en la problemática, cuando menos, de la Cuba más actual.
¿Excesivamente maniquea? ¿Demasiado prolija y machacona en algunos detalles?

. Aún así, si fuera mentira, de todas maneras lo convertiremos en verdad. Y eso es lo que importa: lo que la gente cree.
. La más burda de las mentiras, dicha una u otra vez sin que nadie la refute, termina por convertirse en una verdad.
. Sin miedo no se puede gobernar ni empujar a un país hacia el futuro.
. Si escuchar cierta música occidental, creer en cualquier dios, practicar yoga, leer determinadas novelas consideradas ideológicamente dañinas o escribir un cuento de mierda sobre un pobre tipo que siente miedo podía significar un estigma y hasta implicar una condena,…
.Aquel manejo turbio de los ideales, la manipulación y ocultamiento de las verdades, el crimen como política de un Estado, la cínica construcción de una gran mentira me provocaban indignación y más y nuevos temores.
. Y en adelante recuerda, cada cabrón segundo de tu vida, que lo más importante es la revolución y que ella merece cualquier sacrificio. Tú eres el Soldado 13 y no tienes piedad, miedo, no tienes alma. Tú eres un comunista de pies a cabeza, Ramón Mercader.
Y por encima de todo, una y otra vez repetida, la sensación de haber desaprovechado la posibilidad de poner en pie la más bella de las utopías: “Lo cierto era que leyendo y escribiendo sobre cómo se había pervertido la mayor utopía que alguna vez los hombres tuvieron al alcance de sus manos, zambulléndome en las catacumbas de una historia que más parecía un castigo divino que obra de hombres borrachos de poder, ansias de control y pretensiones de trascendencia histórica, había aprendido que la verdadera grandeza humana está en la práctica de la bondad sin condiciones, en la capacidad de dar a los que nada tienen, pero no lo que nos sobra, sino una parte de lo poco que tenemos.”

lunes, 10 de febrero de 2014

El descodificador

Seré muy, muy breve.
En mi blog, en la columna de la izquierda hay un link que lleva directo a la página de "el descodificador" en Vanity Fair.
Habitualmente merece la pena leerle. Pero, es que estos últimos días, con el asunto de la infanta, lo está bordando. ¿Que lo tiene francamente fácil? Sí, pero... sus comentarios son jocosos y atinados. Entrad y leed. Son cinco minutos.
Otra cosilla: harto de la publicidad que me está metiendo mozilla y chrome, estoy probando un nuevo navegador que se llama Qupzilla y que, de momento, me está gustando.
Tengo algunas fotos para subir, pero dentro de diez minutos juega el Athletic y voy a intentar verlo.

martes, 4 de febrero de 2014

Escenas ciudadanas (que no cívicas)

La sala de espera del departamento de vascular del hospital está a reventar. Cada vez que se abren las puertas que separan la zona de médicos del lugar de espera y aparece una enfermera, se oyen murmullos de queja por la espera. La hora de mi cita fue hace ya 45 minutos.
De repente, coincide en el tiempo la llegada de un matrimonio mayor y la salida de una enfermera para nombrar al siguiente enfermo que va a ser visitado por el médico. Un gritito de sorpresa sale de la enfermera, sonrisas, abrazos, … y petición de la citación, como si no quiere la cosa.
Luego dice el nombre del enfermo que debe pasar. Los siguientes en pasar han sido el matrimonio recién llegado.
Es la hora del enchufe

Llego a una especie de isleta con semáforo, dudando entre si respetar su rojez o arrojarme directamente a la carretera. La llegada por mi derecha de un coche de la policía me disuade de mis intenciones y me clava en el enladrillado. Habrá que esperar.
Mientras lo hago, observo cómo el coche de la policía, en cuanto me rebasa, hace un giro a la izquierda, invade la isleta, invade la carretera del otro sentido, y enfila por una dirección prohibida hacia una callejuela del Casco Viejo.
Algo está pasando, me digo. Y no me lo voy a perder (que soy un jubileta). Así que reculo sobre mis pasos y me dirijo yo también hasta el comienzo de la calle. Al llegar allí ya puedo ver lo que está sucediendo: el coche se ha detenido, un policía continúa dentro y el otro se ha bajado. Justo en este momento entra en una conocida tienda de bocadillos de jamón.

Es la hora de la merienda.