martes, 11 de febrero de 2014

El hombre que amaba a los perros


Grande. En su concepción, en la documentación y el tratamiento de la historia, en su belleza literaria y en su volumen (600 páginas)
Aunque sea la única sin Mario Conde, he tenido la sensación de estar ante la más negra de todas las novelas de Leonardo Padura.
Los temas de la verdad, el gobierno sobre los hombres y las tierras, el miedo, la absoluta renuncia a uno mismo a favor de la revolución, recorren la ficción novelada sobre el asesinato de Trotsky, decretado por Stalin y ejecutado por Ramón Mercader. Sin dejar de incidir en la problemática, cuando menos, de la Cuba más actual.
¿Excesivamente maniquea? ¿Demasiado prolija y machacona en algunos detalles?

. Aún así, si fuera mentira, de todas maneras lo convertiremos en verdad. Y eso es lo que importa: lo que la gente cree.
. La más burda de las mentiras, dicha una u otra vez sin que nadie la refute, termina por convertirse en una verdad.
. Sin miedo no se puede gobernar ni empujar a un país hacia el futuro.
. Si escuchar cierta música occidental, creer en cualquier dios, practicar yoga, leer determinadas novelas consideradas ideológicamente dañinas o escribir un cuento de mierda sobre un pobre tipo que siente miedo podía significar un estigma y hasta implicar una condena,…
.Aquel manejo turbio de los ideales, la manipulación y ocultamiento de las verdades, el crimen como política de un Estado, la cínica construcción de una gran mentira me provocaban indignación y más y nuevos temores.
. Y en adelante recuerda, cada cabrón segundo de tu vida, que lo más importante es la revolución y que ella merece cualquier sacrificio. Tú eres el Soldado 13 y no tienes piedad, miedo, no tienes alma. Tú eres un comunista de pies a cabeza, Ramón Mercader.
Y por encima de todo, una y otra vez repetida, la sensación de haber desaprovechado la posibilidad de poner en pie la más bella de las utopías: “Lo cierto era que leyendo y escribiendo sobre cómo se había pervertido la mayor utopía que alguna vez los hombres tuvieron al alcance de sus manos, zambulléndome en las catacumbas de una historia que más parecía un castigo divino que obra de hombres borrachos de poder, ansias de control y pretensiones de trascendencia histórica, había aprendido que la verdadera grandeza humana está en la práctica de la bondad sin condiciones, en la capacidad de dar a los que nada tienen, pero no lo que nos sobra, sino una parte de lo poco que tenemos.”

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