Hoy, por fin, llega
el gran debate. Ese cara a cara que todos esperábamos ansiosamente. No voy a
decir que no lo veré. Por si acaso. Que lo dan en muchas cadenas a la vez, que
el mando de la tele no es sólo mío, que a lo mejor no hay nada más interesante
a esas horas, que la curiosidad, que uno de esos hábitos de estar informado,
que…
No voy a decir que
no lo veré Pero, estoy seguro de que si me planto delante de la tele esta
noche, lo haré provisto de algún sudoku o de alguna revistilla a medio leer, y
con el espíritu de quien va a asistir a una mala noche de teatro.
Mala noche porque,
por mucho que se esmeren técnicos, consejeros y protagonistas, los actores son
muy, muy malos (como actores), el decorado no valdrá un pimiento, los diálogos
serán manidos, superconocidos, sin mayor novedad y la acción no existirá. Ni
diálogos, ni vestuarios, ni historia, ni actores (por no haber, no habrá ni
siquiera chica), ….
Noche de teatro.
Eso sí. Cuando alguien (al menos yo) asiste a una función de teatro es
plenamente consciente de que lo que sucede en el escenario no tiene por qué
coincidir para nada con la realidad. El actor (por serlo) es un mentiroso que
hoy se disfraza de caperucita y mañana de lobo. Y son los papeles los que
mandan, no el actor.
Ninguno de los dos
protas me ofrece la menor garantía de sinceridad, ninguno de los dos me hace
suponer que lo que digan esta noche “va a misa”. Ninguno de ellos puede pedirme
que le crea, que confíe en que lo que hoy diga lo mantendrá dentro de una
semana o de un mes. Los dos han hecho lo suficiente como para que yo sospeche
lo contrario.
Así que os
recomiendo que, en la medida de lo posible, os lo toméis a modo de esperpento,
y no del bueno.
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