miércoles, 11 de junio de 2014

299

No hace mucho escribía una entrada bajo el título de “301”. Hoy mi vergüenza –ajena- tiene una cifra ligeramente inferior. “Sólo” 299.
299 votos para la sinrazón. 299 votos para defender dos cosas: que el actual (¿o ya no lo es?) se vaya de rositas y el próximo entre por la puerta grande.
Si Juan Carlos no tiene nada que ocultar, ¿para qué quiere, para qué necesita un aforamiento?. ¿Para qué le resulta interesante una ley que impida a cualquiera indagar en su pasado y denunciar, si la hubiere habido, cualquier corrupción, cualquier enriquecimiento indebido, cualquier apropiación injusta? Si no renuncia a una ley así, será – y a nadie que sea inteligente  se le escapa – porque algo tiene que ocultar.
Y el siguiente, Felipe, va a llegar a donde va a llegar para demostrarnos una vez más que uno es lo que según donde nace. Ni esfuerzo, ni trabajo, ni méritos, ni voluntad de los que le rodean, ni-ni (aquí sí que hay ni-ni-ni-ni).
Pero ellos hacen bien. ¿Por qué no aprovecharse? Lo trágico, lo vergonzoso es lo de los 299. Y de algunos no se podía esperar otra cosa. Son amiguetes. Pero, ¿y de los que sí podíamos esperar otra cosa? No me extraña nada que alguno de ellos no quiera ni presentarse a secretario general de semejante despropósito. Aunque, por lo que han dicho (y hecho) tampoco ésta es la razón de no presentarse.
Sólo queda una solución, harto improbable de que vaya a suceder: que los 299 terminen trabajando en el lugar de aquellos 301 asesinados en una mina de Turquía. Con los dos nombres que aparecen más arriba sumarían, justo,  los 301.


¿Se nota que estoy muy cabreado con este asunto?

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