jueves, 17 de noviembre de 2011

Las enseñanzas de D. Juan

La semana pasada fue el tiempo vivido (la edad), anteayer el azar (en forma de cuchillo de cocina), ayer la enfermedad. El resultado, en los tres casos, se llama muerte. La muerte. Estoy rodeado de muertes más o menos conocidas, de más o menos conocidos. Y es inevitable.
Zuriñe me decía hace unos días que le había dado a leer a su madre este blog. Así que es la primera persona (que yo sepa) que muere habiendo leído éstas mis cosas.
A medida que va pasando la vida, a medida que me he ido haciendo “mayor”, pensar en la muerte es cada vez más frecuente. Y no se piensa en la muerte, en abstracto, como si fuera una verdad filosófica que hay que desentrañar. No. Al menos yo, cuando pienso, pienso en mi muerte. No me recreo en el pensamiento, pero es un hecho cada día más frecuente la muerte de gente conocida.
Puedo decir que, en medio de un maremagnum de pensamientos y sentimientos, sólo dos ideas me parecen claras: la primera es que se trata de algo inevitable; más o menos lejana, pero inevitable. La segunda es que no me da ningún miedo. Que esos miedos atávicos que parece que deberían existir si siguiéramos las consideraciones de la literatura y los sermones que fueron habituales en mi adolescencia, de todos esos miedos no hay nada. ¿Insensatez?
Una tercera idea va apareciendo cada vez con más claridad: no se puede vivir para la muerte, para el “después de la vida”, ya sea para el juicio final ya sea para dejar no se qué a mis descendientes. Hay que vivir para la vida, para lo que llamamos vida sin más pretendidas profundidades.
Parecería banal el conjunto de estas tres ideas. Pero os aseguro que no lo es. Si yo no fuera tan vago y tan inconstante, podría desarrollar un tratado entero sobre la muerte a partir de ellas.
Decía D. Juan (el de Carlos Castaneda, el de las enseñanzas, aquel brujo-chamán, que quizás no fue más que un personaje literario) que llevamos la muerte sobre el hombro izquierdo y que si fuéramos suficientemente rápidos para volver la cabeza, la veríamos antes de que desapareciera de nuestra vista. Tenía razón.
Buen finde.
Y pensaos muy bien lo del domigo. De cualquier forma nos vamos a equivocar…

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