miércoles, 29 de marzo de 2017

Envejecer o ser viejo

Cuando hace muchos años estudiaba sociología del lenguaje aprendí que nada tiene existencia real e individualizada hasta que una palabra no lo define, estableciendo los límites entre los otros que no son él y él que no es los otros.
Es la grandeza y la responsabilidad del lenguaje.
Kostas Jaritos (lo he recordado hace nada), el poli de Petros Márkaris, cuando necesita luz en medio de sus investigaciones o de su vida diaria, acude al diccionario y busca allí la definición de lo que no acaba de entender. Le funciona. ¡Qué suerte la suya! Probemos a ver.
Pero, antes, pongámonos en situación.
Dicen que, cuando una mujer cae embarazada, ve mujeres embarazadas allá por donde pasa. Puede que a mí me ocurra lo mismo. No con el embarazo, pero sí con las cosas de los viejos: O sea, que no hago más que ver y oír, por todas partes, llamadas al envejecimiento activo (tanto que no hace ni 20 días que hable de ello en este mismo blog).
Necesito. Realmente tengo necesidad de decir tres cosas que me parecen evidentes:
1. Mientras uno está envejeciendo, no ha llegado aún a viejo.
2. Mientras todos estemos envejeciendo, nadie habrá llegado a viejo.
3. Todos estamos envejeciendo, luego, no hay viejos.
Se acabó el problema de los viejos. Viejos son los trapos. No nos preocupemos de quienes no existen.
Es más que probable que por aquí vayan los tiros. Algunos tiros: si usted no sabe envejecer, es problema suyo.
Pues bueno. Yo sí soy viejo. Yo ya no estoy envejeciendo. Yo ya he envejecido y he llegado a la meta: la vejez. Me ha costado mucho (casi 70 años), pero he llegado.
¿Nos puede ayudar el diccionario? Esta vez uso el de la Real Academia:
Viejo, ja
Del lat. vulg. veclus, y este del lat. vetŭlus, dim. de vetus.
1. adj. Dicho de un ser vivo: De edad avanzada. Apl. a pers., u. t. c. s.
2. adj. Existente desde hace mucho tiempo o que perdura en su estado. Mantenemos una vieja amistad.
Y siguen 11 acepciones más, que no interesan ahora.
Parece claro que soy de edad avanzada. Al menos así lo dice el mundo del trabajo (que es uno de los más definitorios en sociología). Parece claro que soy viejo.
Hablemos entonces de “viejos activos” y dejémonos de monsergas.
Porque, cuando uno es viejo, sus problemas-ocupaciones-preocupaciones-ilusiones-esperanzas-… son las de los viejos, que, como el viejo tiene mucho en común con ellos, son las mismas que las del niño y las del  joven y las del adulto (¿me dejo a alguien?). Y ese es el campo de su actividad. Posiblemente también el de su activismo. Ahí debe hacerse visible, no en esa nebulosa inconsistente del envejecimiento (que comienza cuando uno nace).
Ahora bien, no perdamos de vista que si los viejos existimos y somos diferentes también nuestras preocupaciones son diferentes, o se ven de diferente manera a como las ven o las sienten quienes aún no son de “edad avanzada”.
Y aquí engancharía con esa noticia que aparece hoy en los periódicos: el Congreso va a regular el derecho a una muerte digna.
¡Qué gran patochada! Supongo que se tratará de ver cómo se reparten (y quién se queda con la mejor parte) los recursos sedativos o paliativos entre aquellos que ya no pueden más con su vida.
La pregunta, el tema, el centro de cualquier debate serio debe ser no el de la eutanasia, no, sino el del suicidio asistido: ¿qué recursos voy a tener yo (y tú) para abandonar esta vida en  las mejores condiciones, si un día así lo decido (lo decido yo)?

Pero, esto es asunto de muchas entradas de blog y de muchas reuniones del Congreso (cuando llegue la hora… que llegará).

No hay comentarios:

Publicar un comentario