No es fácil reseñar con brevedad “Un
amor” de Sara Mesa.
Natalia escapa de su vida en la ciudad
para “refugiarse” en el campo y allí, en pocos meses, descubre que: “Esperar a un hombre al que apenas conoce
como una perra en celo, bañar a una vieja medio loca, dormir sola con la única
compañía de un perro al que todavía tiene que atar por las noches. ¿Qué tipo de
vida ha elegido? ¿Ese era el fin de toda su supuesta rebeldía?”
Vuelve a reincidir en un estilo de
existencia en la que nadie se entiende. El mismo estilo que está presente en
cualquier ámbito: ciudad o campo. Nada varía. O poco.
“- Aquí,
en este sitio, nadie entiende a nadie.
- Bueno,
eso pasa en todos lados”.
Y es que, el que quiere escapar no
deja de ser él mismo. “- Cuando tú agarras algo, ya estás pensando
en agarrar otra cosa.”
Volvemos a ese estilo que juega con
la insinuación y las zonas de sombra, a ese universo inquietante y enigmático, definido
por unas normas propias que apelan a las relaciones de poder entre los
distintos personajes y una violencia sórdida, latente, siempre a punto de
estallar, de los que yo hablaba en “Cuatro por cuatro”.
Volvemos a la relación de sometimiento-dominación
de “Cicatriz”, a la amargura de “Un incendio invisible”, a la “ingenuidad
imposible” de “Cara de pan”.
O sea, Sara Mesa en su pura esencia.
Novela corta de muy largas reflexiones. De las que se lee en un boleo y puede
perdurar “ahí adentro” durante mucho tiempo.
No es fácil una reseña breve y yo ya
no estoy para extensiones. Es más fácil leerla.
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