-“Ayer hablé con mi hijo, el mayor. No sé por qué le llamé. Supongo que necesitaba contarle a alguien la mierda que es hacerte viejo. ¿Y sabes lo que me contestó? Que pensara en la vida interior ¡La vida interior! A su madre se le debió caer de los brazos cuando era bebé y no me lo dijo. Princesa, un Soberano para mí y lo de siempre para éste. ¿Cuándo cojones vas a beber algo que prohíban los médicos?”
¿Cada vez hay más viejos
protagonizando “novela negra” o cada vez los veo más, como cuando la embarazada
ve cada vez más embarazos por la calle?
“Ya no quedan junglas adonde
regresar,“ de Carlos Augusto Casas, trata de cómo se llega a “sentir el gratificante efecto analgésico de
la venganza”, de cómo llega a ser posible que tu amigo exclame:
- “Joder,
Gentleman, eres un asesino… la madre que te parió, qué envidia.”.
Para llegar hasta ahí, crece en mí la
impresión de que estoy en medio de una especie de competición de escritores por
ver quién es el que tiene el “malo” más cruel, sanguinario, inhumano,
descerebrado, … A veces tengo la impresión de estar en una de aquellas
películas o novelas del Oeste en las que había más muertos que personajes,
todos ellos con varios agujeros entre el pecho y la cabeza.
Por mucho que a las formas se les
intente añadir un fondo de denuncia explícita de las muchas corrupciones y de
los muchos “bancos” de corruptos que deben existir por ahí.
“Ya no quedan junglas…” no aporta
nada nuevo. Es, simplemente, una novela “de fácil consumo” (entrecomillado
porque la expresión no es mía).
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