Los que seguís este blog podéis comprender
fácilmente el alcance del hecho de haber leído ya “Sumisión” de Houellebecq.
El título encuentra su total explicación en la idea
de que el Islam defiende que el máximo de felicidad posible se alcanza con la
sumisión voluntaria más absoluta. Yo no conozco suficientemente el Islam como
para ratificarlo o discutirlo.
La novela tiene muchos momentos muy interesantes y
toca temas de suma importancia: el crecimiento del neo-fascismo; la presencia
definitiva y determinante del Islam aquí; el fin de la cristiandad y de nuestra
cultura occidental; el suicidio de Europa; Dios,… el bienestar y lo que durante
mucho tiempo hemos llamado “la realización” del hombre.
Sin olvidar la importancia de la familia, el papel –absolutamente
ninguneado- de la mujer, la educación (sobre todo universitaria), la política y
sus implicaciones.
Demasiado. Pero a mí la novela no me ha “enganchado”.
Quizás hubiera sido mejor que H. hubiera escrito un “ensayo”. Quizás la novela
necesita un lector diferente de quien esto escribe.
Con tantos asuntos como se tocan, podría traeros
aquí muchas citas. Y muy interesantes. Pero sólo voy a traer una. Y no la
traigo por su profundidad, sino porque me ha gustado y me ha recordado múltiples
escenas de mi propia vida: todas esas veces que uno está inmerso en un trabajo
de creación, en el se siente a gusto, implicado, casi abstraído y le vienen a
estorbar los aspectos más prosaicos de la vida: un grifo estropeado, la ITV por
pasar, o un papel que falta en aquello que le entregaste a Hacienda:
Esto le ocurre al protagonista cuando, después de
haber escrito su mejor trabajo, llega a casa, abre el buzón y encuentra una
notificación sobre los papeles de su jubilación: “durante dos semanas en cierta forma había sido transportado a las
regiones del ideal, a mi modesto nivel había creado; regresar desde ese
instante a mi estatus de sujeto administrativo ordinario me parecía un poco
rudo.”
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