jueves, 15 de octubre de 2015

Falacias nada inocentes

Tengo un título universitario que acredita que hice estudios de Sociología (y los aprobé). Un par de veces o tres (no más) ejercí de sociólogo. Muchas más veces he opinado (algunas de ellas, supongo que con criterio y un buen razonamiento detrás) sobre temas de actualidad.
La actualidad, y lo que ella implica respecto a los centros de interés, el tipo de fuentes utilizadas en su análisis, y las conclusiones a las que dicho análisis llega, es lo que, a mi modo de entender, distingue a un sociólogo de un historiador: Los análisis que yo pude hacer en los años 90 del siglo pasado, hoy son material para los estudios de historia. Y de nada sirve la historia si no es para contribuir a la lectura, comprensión, interpretación y mejora de la actualidad.
Viene toda esta introducción a cuento de un pequeño rifirrafe que servidor ha montado en la web “Otxarkoaga.es”.
Hace pocos días apareció allí un texto, “El problema escolar en Otxarkoaga marginalidad y educación durante el desarrollismo”, firmado por Íñigo López Simón, que nada me hubiera interesado (o muy poco) a no ser porque se presentó en un simposium de historia contemporánea (¿sociología?), por alguien que se decía historiador (y por lo tanto científico) y porque versaba sobre un barrio que me toca (Otxarkoaga) y una parcela en la que me he movido durante muchos años, tantos que forma parte del nombre con el que se presenta este blog (la educación).
Así que lo leí y, a medida que crecía mi indignación, mi cabeza se iba calentando. Y ahí llegó el rifirrafe. El que quiera puede acudir a la web mentada.
Pero, al margen del calentón, hay un par de asuntos que me parece interesante recoger y destacar.
La historia (y la realidad sociológica) se puede falsear porque lo que cuenta no es verdad; porque lo que se cuenta, siendo una verdad chiquitita y personal (individual) se engrandece y universaliza, como si fuera la única verdad; o porque algunas partes de dejan sin contar.
Esta historia de Otxarkoaga, la que aparece en el texto (tan erudito como pare presentarlo en un simposium) es falsa. No es éste el lugar para desvelar cada falsedad, pero voy a traer un ejemplo. Algo que se ha dicho muchas veces de Otrxarkoaga.
El autor trae a colación las palabras de un vecino nacido en 1962, que trascribe así: “El aula era un caos […] De los 40 y tantos que éramos en mi clase quedamos 15. Los otros 30 se han muerto. O droga, o atracos o cosas de esas. De 45 quedamos 15. Todos han salido delincuentes.”
Según el autor la cita sale de una entrevista realizada el 14/02/14. O sea, si este vecino salió de la Escuela en 1976 (con 14 años), han pasado 39 años Fiar un estudio a la memoria de un individuo (uno) después de 38 años…
Pero hay más. Quiero entender que lo de la droga, los atracos,…las muertes se habrían producido ya para 1988 (elijo esta fecha porque hay datos contrastados), cuando aquel vecino contaba con 26 años.
En los años de la primera mitad de los 60 en Otxarkoaga nacieron en torno a los 600 niños. En cinco años nacerían 3000. Como sólo quedaba una tercera parte de ellos, en 1988 debería haber 1000 jóvenes entre 25 y 29 años. Los datos estadísticos hablan de 1752.
Y la diferencia entre los que nacieron y los que seguían vivos en el barrio se explica mucho mejor por algo tan natural como que los jóvenes se independizaban y se marchaban a vivir fuera porque allí no había sitio. Eso explica mejor la diferencia que las muertes (que las hubo) y los que se convirtieron en población reclusa (que también los hubo).
Y hay otro asunto más: no es irrelevante que la historia se falsee. Y menos cuando abunda en alguno de los clichés que marcaron la fama (y la lana) del barrio. Por ello pedía yo a esa web mayor firmeza y claridad para desenmascarar lo que no es cierto. No podemos escondernos, arrebujarnos en una falsa neutralidad: todo el mundo no tiene derecho a decir lo que quiera… sin que se le conteste.
Y, si todo el mundo tiene derecho a pensar ( o a no pensar) y a decir o escribir, yo tengo derecho a no prestarle mis instrumentos de difusión, porque además de ser míos, lo son (o deberían serlo) también de los que van a ser minusvalorados, menospreciados, … quizás vejados.

Los calentones deben servir para pensar después.

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