Doble noticia en El Correo (y, supongo, en los demás
periódicos de por aquí):
“Euskadi ya tiene
padres objetores a la reválida que impone la Lomce en Primaria”
“El Gobierno vasco
critica el boicot de los padres a la prueba de Primaria impuesta por la Lomce”
“Reválida”, “pruebas”, “exámenes”, evaluaciones”,… supongo
que podemos tomarlos como sinónimos, sin faltar mucho al diccionario.
¿Quién tiene miedo a las evaluaciones? Con lo que nos
gastamos en este país en educación (en torno al 5% del PIB, o sea, 50.000
millones de euros al año), lo menos que se puede pedir es que se evalúe lo que
se está haciendo con semejante esfuerzo de la ciudadanía, que se busque como
mejorar sus resultados, que se planifique la mejor utilización posible y que se
esté muy atento a que no se despilfarre.
Me parece que la sociedad (o sea tú y yo) tenemos derecho a
hacerlo. Más aún. Si no pecamos de estupidez, tenemos mucho interés en que se
haga, casi es una obligación. ¿De dónde, entonces, el rechazo, el miedo, la
oposición?
Me parece que alrededor de la evaluación de la educación hay
tres asuntos sin resolver, que, además, no serán resueltos porque los intereses
en que no se haga son muy fuertes.
Está el asunto de quién evalúa, el asunto de qué evalúa, y
el asunto de para qué evalúa. El que evalúa son esos políticos que se mueven
como pez en el agua en medio de la corrupción, las prebendas, los tejemanejes,
las cajas b, y las tarjetas black.
La que evalúa no es la sociedad (o sea, tú y yo). No es un
grupo de gente, más o menos independiente, a quienes les hayamos encargado que
lo hagan. Así que no nos fiamos de los resultados. Y menos de lo que nosotros
lleguemos a saber de los resultados.
¿Qué evalúan? Lo que les interesa. Si realmente los
objetivos, los planes y las estrategias de la educación estuvieran al servicio
de los alumnos, de sus padres y (ya tengo que reivindicarlo) de sus abuelos,
sería magnífico que todos pudiéramos saber dónde están nuestros estudiantes, a
qué altura del camino, si se han desviado o no de lo previsto, si han
adelantado o se están atrasando, si van por la senda que conduce a que ellos
sean felices, la sociedad esté mejor montada y las empresas tengan la mano de
obra cualificada que nos lleve por la ruta de la prosperidad. Pero, no creo que
sea así.
Y luego está el para qué de la evaluación. ¿Para premiar y
castigar?, ¿para comparar y ayudar a quien menos lo necesita, pero más cerca
está de los evaluadores?; ¿para que sirva de arma arrojadiza en pelea por
mantener privilegios? De cualquier forma, lejos de utilizarla para buscar, en
común y humildemente, lo mejor para todos.
No me extraña nada, aunque los motivos puedan ser muy otros,
que un grupo de padres se hagan “objetores” a una reválida. Lo que me extraña
es que no se hagan “objetores” a la escuela a la que van sus hijos y sigan
mandándolos todos los días. Ya sé que eso es mejor que nada. O, al menos,
quiero saberlo.
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