viernes, 25 de julio de 2014

La inocencia del lenguaje o el hombre de la bodeguera

“El hombre de la bodeguera”. Nunca me habían llamado de manera parecida. O, al menos, yo no lo he sabido. Pero, está claro que cuando no sabemos bien como llamar a alguien, buscamos un rasgo que lo caracterice y que todos lo puedan identificar, para poder referirnos a él.
Yo me paseo por Medina con una perra bodeguera y de ahí que haya quien me conozca como “el hombre de la bodeguera”.

Este fue, supongo, el origen de muchos de los apellidos que hoy conocemos, y que no nos causan ninguna extrañeza: Colmenero, Cabrera, Caballero, Molinero,…
Pero, fijaros y poned vosotros el origen: Calvo, Bizarro, Cabezón, Rico, Salinas, Montes, …
No hace falta seguir. Este no es más que uno de los ejemplos de lo interesante que puede resultar la sociología del lenguaje. Asunto que algún día pasado, hace ya mucho tiempo, me parecía apasionante.
Y con el lenguaje no sólo construimos la realidad social del individuo. También construimos la sociedad, las relaciones sociales entre los hombres, los sexos, las razas,… El lenguaje es todo menos inocente.
Por poner un ejemplo. Este titular aparecía hace unos días en El Correo: “Las colonias forales rompen fronteras con 24 chicos extranjeros de intercambio”. Nada más inocente, ¿no?
Leyendo el artículo, resultaba que 24 chavales extranjeros (sólo añade que 12 son alemanes) comparten colonias con 1660 autóctonos. O sea, que a cada 70 de los nuestros les toca un extranjero. Y, así, se rompen las fronteras.
Dos preguntas, aunque podrían ser “mil”: ¿no habían dejado de existir las fronteras en el espacio europeo? y ¿de más allá de las fronteras que sí existen ha venido alguno en intercambio? Es decir, ¿vamos a mandar chavales nuestros a hacer colonias a Guinea, Siria o Bangladesh?

Podríamos fácilmente, hacer muchas más preguntas. Podríamos repasar la mayoría de las noticias del periódico de cualquier día. Siempre llegaríamos a lo mismo: el lenguaje es todo menos inocente.

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