miércoles, 14 de mayo de 2014

La vida está llena de novelas negras

Madre mía, ¡qué gran novela negra está aconteciendo en León! ¡Quién tuviera una buena pluma, una pluma ligera, para poder contarla como se merece! . Políticos (de los que están en el poder), policías, asesinato, deportivo (Mercedes, nada menos), armas, gorro y guantes, pistola, droga,… ¿qué más queréis?
El caso es que siempre habrá un ministro para banalizar lo interesante. Y así Jorge Fernández, ministro de Interior (para los que no os suene) se dedica a insistir en la necesidad de poner coto a los insultos que, a través de las redes sociales, se deben estar produciendo.
Confieso que no he entrado ni en Facebook, ni en Twitter (no estoy del todo seguro de saber hacerlo). Confieso que estoy en contra, absolutamente, de las calumnias, por lo que tienen de mentira; confieso que no me gustan demasiado los insultos ( y menos si son soeces), aunque a veces uno se queda muy bien después de utilizarlos.
Pero, como muy bien dice el juez Joaquim Bosch, habrá que ver si no son más que “expresiones malsonantes”. Y permítame, señor juez, apuntar la idea de la necesidad de distinguir entre el insulto y la descripción. ¡Cuánto sabemos de esto los que hemos dedicado parte de nuestra vida a la educación! (¡Cómo se estará relamiendo el señor de Mekatxiss!). Llamarle tonto a un tonto no es un insulto, es una descripción. Y lo mismo pasa si a un ladrón se le llama ladrón, sinvergüenza a un sinvergüenza, estafador a un estafador, canalla a un canalla o hijo de puta a un hijoputa (sin que sea necesaria la descripción de la madre).
Pero el ministro de Interior ha tenido una gran idea. No deberíamos ponerle ninguna traba. Hay que “meterle mano” a quien incita al odio. Por ejemplo, al director-jefe que maltrata de palabra u obra a su subordinado, al policía que exhibe el poder de su cargo a un “pobre” ciudadano; al director de la sucursal (o a quien le manda) que te recrimina llegar tarde a un pago; al “casero” (el que tiene casa, generalmente un banco) que te amenaza con ponerte de patitas en la calle; al médico que te trata como si fueras un pelele; a… Hala, terminad vosotros, que las pistas están dadas.

Yo me quedo con las ganas de no tener esa pluma ágil y esa capacidad de trabajo que pide cualquier buena novela negra.  

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