Siempre leo
a gusto a John Le Carré. Su prosa suele ser fluida, sencilla y profunda a la
vez, inteligente. Sus novelas rezuman humanidad en sus personajes y denuncia en
su entorno social. Y están construidas con suficiente intriga como mantener la
atención viva.
En “La
canción de los misioneros” le toca el turno a un Congo mil veces expoliado
desde dentro y desde fuera.
Un cartel de
empresas y estamentos políticos se proponen apoderarse una vez más de sus
riquezas al amparo de la llegada de un nuevo “mesías”.
“Y nunca se te ha ocurrido que acaso
sea designio divino que los recursos del mundo, cada vez más escasos, estén
mejor en las manos de almas cristianas civilizadas con una forma de vida culta
que en las de los paganos más atrasados del planeta?”.
Nada podrán
frente a ellos ni la ingenuidad, ni la bondad, ni la esperanza, ni la fe, ni
los deseos, ni la lucha de los “buenos”.
Sólo las
dificultades de la localizaciones geográficas
(tanto del Congo, como de Londres y de Inglaterra) frenan un tanto una lectura
amena, interesante y digna.
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