La noche del sábado pasado seguí por televisión la
entrega de los premios Goya del cine español.
No es frecuente que yo siga este tipo de galas. No
me interesan casi nada. Como mucho leer los resultados en el periódico del día
siguiente. Por estar enterado.
Pero, esta vez, ocurría que la noche anterior, la del viernes, había
visto “La isla mínima” y hace un tiempo “El niño”. La curiosidad, pues, tenía
una base y un poco de morbo.
Ya sabéis todos que “La isla mínima” cosechó
(hermoso verbo, cuando el campo está cubierto de nieve) 10 premios.
A mí la película me había parecido que estaba bien.
Sin más. Bonitos paisajes, una trama que mantenía el interés, una buena
interpretación, algún coletazo social, … y, en su debe, lo “social” (contexto
de huelga, emigración del pueblo a la ciudad, policías “castigados”, juventud
sin futuro,…) como cogido por pinzas; sin enganchar nunca de verdad en la
trama, con muchísimos agujeros, saltos sin justificar, atentados contra la coherencia.
En su debe, personajes tan estereotipados que te los sabes.
Pues eso, que me había parecido una peli “buena para
pasar un rato ameno sin demasiadas exigencias".
Si ésta es la mejor película que el cine español
rodó en 2014… Si este guión es el mejor…
Hay otro comentario de esos premios: mejor actriz de
reparto, Carmen Machi. Aquí es donde los premios (de cine, de novela, de…) me
producen retortijones. ¿Qué pinta la Machi en una denominación a mejor actriz
de reparto (o sea, para los que no son los protagonistas)? ¿Qué le añade ella a
semejante premio?; y, más grave: ¿qué le añade el premio a su carrera de actriz?
Es como si en un partido de la ACB, Pau Gasol jugara diez minutillos sin salir
en el cinco inicial y luego le dieran el premio al mejor valorado de los que
salen del banquillo.
Pues eso. Sospeche usted una vez más, otra, de los
premios de cualquier industria, aunque esa industria sea cultural, es decir,
chupe de la cultura.
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