Desde hace mucho tiempo me ha gustado la pintura, más
aún el cine, y, por delante de los dos, el teatro.
Recuerdo que a lo largo de mi vida de educador
utilizaba muy poco las posibilidades abiertas por el arte pictórico. No me
movía con facilidad en él a la hora de
expresar lo que veía-sentía y, como mucho, procuraba que las imágenes que necesitaba
para mis explicaciones tuvieran un componente de belleza declarado.
Tampoco usé mucho el teatro, quizás era más difícil.
Aunque lo intenté. Hubo un tiempo en que el teatro leído fue uno de los
componentes de la metodología que utilizaba. Allí me movía mucho más a gusto,
casi como pez en el agua. Hubo un tiempo anterior en el que tonteé con la
dirección de alguna obra de teatro. Pero, el teatro requiere tiempos largos,
espaciosos y esos no abundaban en los horarios escolares.
Sin embargo, el cine lo usé (lo usamos) mucho más. No
en vano, llegamos a construir una “asignatura” de sociales apoyada en varias
películas. Creo que, incluso, hubo momentos en que toda la historia se
explicaba a través de películas.
Pero, aún entonces, siempre fui consciente de que no
era capaz de trasmitir nada (¿casi nada?) sobre la forma en que estaba
realizada la película. La historia que contaba era más o menos trabajable,
discutible, pensable, razonable; pero, el ritmo de la acción, la
interpretación, la planificación, la iluminación, la música, las “formas” era
algo que no tenía cabida, que los alumnos ni siquiera intuían.
La “belleza” en suma de las formas que utilizamos
para hablar de lo más íntimo que tenemos, las metáforas, los colores, los travelling,
los contrapicados, el encuadre, la “visión del artista”… ¿se nos han perdido?
Sólo hay una gran pena por lo que esos chicos se
están perdiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario