Un pozo se
ha tragado a una niña y la protagonista – periodista de televisión – no puede
dejar pasar la oportunidad de consolidarse en la cadena en la que trabaja. La noticia debe ser suya.
Pero, al
mismo tiempo una mujer ha sido asesinada hace cuatro años y ella, la
periodista, forma parte del jurado popular que en esos momentos está a punto de
dictar sentencia. No puede escapar de una situación que le impide dedicarse a
su trabajo.
De eso va “El
pozo” de Berna González Harbour.
El relato
le sirve a la autora para incluir una enorme crítica a los medios de
comunicación (y a los que los seguimos). Llega un momento que el hecho de
descubrir que la niña tenía un triciclo se convierte en la gran noticia: nada
hay que sea más interesante que el hecho de que la niña tenía un triciclo que
le habían regalado por reyes.
(Y,
mientras yo leía todo esto, en la televisión no hacían sino pasar la noticia de
Messi, ese que convertía en pocas horas el llanto compungido en la mayor de las
alegrías).
“El periodismo de orgasmo, el periodismo de espectáculo, de show.
Periodismo de pulsiones cortas, rápidas, superficiales. […] Los anuncios se
sucedían uno tras otro en pantalla. La publicidad se amontonaba. […] Que el periodismo
no aporta nada.
- No dijo el periodismo. Dijo el morbo. El morbo estéril.
- ¿Y ves alguna diferencia?”
“- ¿Tú crees que estamos buscando la realidad? ¿O estamos buscando la
audiencia mientras creamos otra realidad?
- Yo estoy buscando la realidad. Pero sé que, si por mi fuera, no
comeríamos.”
La crítica
es tan ácida que, fuera de la novela, la autora, que también es periodista debe
dejarnos este recado:
“Este libro no es un ataque al periodismo.
Sino un homenaje al periodismo de verdad”
Como
siempre, Berna G.H. consigue imprimir al relato un ritmo que no concede pausa ni a la
protagonista ni al lector.
Admito que
a mí me gusta ese tipo de escritura en la que la oración (: “sujeto – verbo –
complemento”) casi brilla por su ausencia. Ya sea porque falta el sujeto, o porque eres tú el que te inventas el verbo,
o porque hay tal retahíla de sujetos o de complementos que te quedas desituado (acabo de inventarme una palabra) y quizás deberías volver para atrás para ver si la sintaxis es correcta, pero
eso te despistaría de lo que verdaderamente importa. Y sigues. Es una escritura
para leer sin tomar aliento. A veces tan excesiva que bordea la caricatura.
Y luego,
cuando te paras con la novela concluida, comprendes que a ratos te ha “engañado”,
que hay menos de lo que podía haber y que se le pueden sacar unos cuantos
defectos. Pero eso es al final, cuando ya no queda novela.
Y entonces
tú ya no estás para esos trotes.
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