lunes, 13 de agosto de 2018

Hasta salen ecologistas


Domingo. Tarde soleada y calurosa, aunque ya a esta hora ha bajado la temperatura porque se ha levantado el Norte y el sol ha desaparecido más allá de la iglesia y del montículo en que se posa.
Los inquilinos de fin de semana ya han marchado y quedamos sólo unos pocos. Me siento delante de casa a hacer un sudoku en la más absoluta de las quietudes y del silencio.
Un vecino ha tenido una idea parecida y se sienta “a la fresca” delante de su casa, muy próxima a la mía. Intercambiamos un par de comentarios amables sobre la jornada que acaba y sobre las fiestas de la próxima. Y, después, cada uno a lo suyo, cada uno con su móvil.
No han pasado diez minutos cuando por el fondo del callejón aparece una familia (padre, madre, hija en el comienzo de la adolescencia, e hijo de 8 años), llegada desde Cantabria para recordar viejos tiempos y saludar a los habitantes que otrora conocieron.
De entrada confunden a mi vecino con su hermano, pero no dudan en quedarse con él para recordar aquellas viejas anécdotas, de las que la madre y los hijos parecen participar por primera vez.
No hace falta silencio para hacer sudokus.
Luego el niño descubre que mi perra tiene una pelota en la boca y se la está acercando para que juegue con ella a tirársela. El niño no sabe, ni tiene por qué caber, que mi perra lo hace con todos e insiste en cuanto ve una pequeña falla en el posible lanzador. Así que el niño se la lanza una y otra vez, mientras trata de convencer a sus padres de que le regalen un perro porque “yo sí que voy a saber educarle. Mirad cómo me la da a la mano. No como fulanito, que tiene un perro y cuando le tira la pelota no se la trae a la mano”.
Mi pobre perra, que aunque esté muy educada, no sabe lo que es acabar de correr tras la pelota, jadea. Y se lo tengo que explicar al niño para que la deje descansar un poco.
Momento que la chica aprovecha para fijarse en otra perra, tumbada por allí y ¡qué magnífica escena de teatro se perdió por la ausencia de un dramaturgo inteligente!:
-La hija: Mira, esa perra sí que es bonita.
- El padre: Sí, pero esa es una perra de caza.
- El niño: ¿Para qué quiere un cazador una perra?
- El padre: “El perro levanta la pieza y el cazador la tumba”
- La madre (intentando poner un poco de cordura en el asombro incrédulo de su hijo): No te preocupes. Ya lo entenderás cuando seas mayor. Ahora en un poco difícil”
- El padre: O no lo entenderá. Ahora los niños salen hasta ecologistas”
“Salen hasta ecologistas”. Hermosa frase para enmarcar. No me digáis que no. Ojo, educadores, dentro de un mes os van a llegar a la escuela niños que hasta salen ecologistas. No lo permitáis, por favor. No defraudéis a sus padres.

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