Domingo. Tarde soleada y calurosa, aunque ya a esta hora ha
bajado la temperatura porque se ha levantado el Norte y el sol ha desaparecido
más allá de la iglesia y del montículo en que se posa.
Los inquilinos de fin de semana ya han marchado y quedamos
sólo unos pocos. Me siento delante de casa a hacer un sudoku en la más absoluta
de las quietudes y del silencio.
Un vecino ha tenido una idea parecida y se sienta “a la
fresca” delante de su casa, muy próxima a la mía. Intercambiamos un par de comentarios
amables sobre la jornada que acaba y sobre las fiestas de la próxima. Y,
después, cada uno a lo suyo, cada uno con su móvil.
No han pasado diez minutos cuando por el fondo del callejón
aparece una familia (padre, madre, hija en el comienzo de la adolescencia, e
hijo de 8 años), llegada desde Cantabria para recordar viejos tiempos y saludar
a los habitantes que otrora conocieron.
De entrada confunden a mi vecino con su hermano, pero no
dudan en quedarse con él para recordar aquellas viejas anécdotas, de las que la
madre y los hijos parecen participar por primera vez.
No hace falta silencio para hacer sudokus.
Luego el niño descubre que mi perra tiene una pelota en la
boca y se la está acercando para que juegue con ella a tirársela. El niño no sabe, ni
tiene por qué caber, que mi perra lo hace con todos e insiste en cuanto ve una
pequeña falla en el posible lanzador. Así que el niño se la lanza una y otra vez,
mientras trata de convencer a sus padres de que le regalen un perro porque “yo sí que voy a saber educarle. Mirad cómo
me la da a la mano. No como fulanito, que tiene un perro y cuando le tira la
pelota no se la trae a la mano”.
Mi pobre perra, que aunque esté muy educada, no sabe lo que
es acabar de correr tras la pelota, jadea. Y se lo tengo que explicar al niño
para que la deje descansar un poco.
Momento que la chica aprovecha para fijarse en otra perra, tumbada
por allí y ¡qué magnífica escena de teatro se perdió por la ausencia de un
dramaturgo inteligente!:
-La hija: Mira, esa
perra sí que es bonita.
- El padre: Sí, pero
esa es una perra de caza.
- El niño: ¿Para qué
quiere un cazador una perra?
- El padre: “El perro
levanta la pieza y el cazador la tumba”
- La madre (intentando
poner un poco de cordura en el asombro incrédulo de su hijo): No te preocupes.
Ya lo entenderás cuando seas mayor. Ahora en un poco difícil”
- El padre: O no lo
entenderá. Ahora los niños salen hasta ecologistas”
“Salen hasta ecologistas”. Hermosa frase para enmarcar. No me
digáis que no. Ojo, educadores, dentro de un mes os van a llegar a la escuela
niños que hasta salen ecologistas. No lo permitáis, por favor. No defraudéis a
sus padres.
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