Irène Némirovsky escribe Suite Francesa en 1943, poco antes
de morir (parece porque el escrito aparece en una maleta suya recuperada años
más tarde). Muere en Auswitz, en el campo de concentración al que le llevan por
su condición de judía.
La obra iba a constar de cinco partes y sólo llegó a escribir
dos de ellas.
La primera hubiera sido suficiente para que mereciera la pena
leerla.
Con una ironía sutil a veces, o con palabras directas y
duras, otras veces, con un amplio dominio de la psicología humana, en medio de
unas descripciones del medio ambiente escritas con gran belleza, Irène Némirovsky
no deja títere con cabeza entre los franceses: sean de la ciudad o del campo,
de las clases altas o de las bajas, son presentados como unos simples,
ridículos, individualistas, amorales o directamente inmorales, clasistas.
Es eso lo que le hace decir a uno de sus personajes:
“Cada clase social
debía llevar algún signo distintivo que evitara los malentendidos, como cada
artículo lleva su precio en una tienda”
Y a otro:
“¡Con lo que yo he
visto, Dios mío! Puertas cerradas a las que se llamaba en vano para pedir un vaso
de agua, refugiados saqueando casas,… Y en todas partes, en lo más alto y lo más
bajo, el caos, la cobardía, la vanidad, la ignorancia… ¡Ah, qué grandes somos!”
Irène Némirovsky dejó algunos apuntes de lo que quería escribir.
En ellos opina así de otro de sus personajes
“Corte era uno de esos
escritores cuya utilidad se puso de manifiesto de forma espectacular en los
años que siguieron a la derrota. No tenía igual a la hora de encontrar fórmulas
decentes para adornar las realidades desagradables. Ejemplo: el ejército
francés no ha retrocedido, se ha replegado. Besar las botas de los alemanes es
tener sentido de la realidad. Tener espíritu comunitario significa acaparar
productos para el uso exclusivo de unos cuantos”.
Novela muy agradable, sobre todo en su primera parte que se
lee muy fácil.
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