jueves, 21 de junio de 2018

Suite francesa


Irène Némirovsky escribe Suite Francesa en 1943, poco antes de morir (parece porque el escrito aparece en una maleta suya recuperada años más tarde). Muere en Auswitz, en el campo de concentración al que le llevan por su condición de judía.
La obra iba a constar de cinco partes y sólo llegó a escribir dos de ellas.
La primera hubiera sido suficiente para que mereciera la pena leerla.
Con una ironía sutil a veces, o con palabras directas y duras, otras veces, con un amplio dominio de la psicología humana, en medio de unas descripciones del medio ambiente escritas con gran belleza, Irène Némirovsky no deja títere con cabeza entre los franceses: sean de la ciudad o del campo, de las clases altas o de las bajas, son presentados como unos simples, ridículos, individualistas, amorales o directamente inmorales, clasistas.
Es eso lo que le hace decir a uno de sus personajes:
“Cada clase social debía llevar algún signo distintivo que evitara los malentendidos, como cada artículo lleva su precio en una tienda”
Y a otro:
“¡Con lo que yo he visto, Dios mío! Puertas cerradas a las que se llamaba en vano para pedir un vaso de agua, refugiados saqueando casas,… Y en todas partes, en lo más alto y lo más bajo, el caos, la cobardía, la vanidad, la ignorancia… ¡Ah, qué grandes somos!”
Irène Némirovsky dejó algunos apuntes de lo que quería escribir. En ellos opina así de otro de sus personajes
“Corte era uno de esos escritores cuya utilidad se puso de manifiesto de forma espectacular en los años que siguieron a la derrota. No tenía igual a la hora de encontrar fórmulas decentes para adornar las realidades desagradables. Ejemplo: el ejército francés no ha retrocedido, se ha replegado. Besar las botas de los alemanes es tener sentido de la realidad. Tener espíritu comunitario significa acaparar productos para el uso exclusivo de unos cuantos”.
Novela muy agradable, sobre todo en su primera parte que se lee muy fácil.

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