lunes, 27 de junio de 2016

Croaton y puzzles

He sido (soy) lector agradecido de José Carlos Somoza, de quien hasta hace un par de años había leído casi todo lo que él había publicado. Incluso, alguna de sus novelas las he recomendado encarecidamente (sobre todo “La llave del abismo”) Pero, últimamente, se me habían acumulado dos de sus novelas en ese “montón” que forman los libros para leer cuando tenga tiempo, esos que están ahí “para un día de éstos”.
Así que cuando me tropecé con “Croatoan”, lo último (creo) que ha publicado, coincidiendo con la finalización de “Camille”, me dije a mí mismo que no podía dejarlo pasar.
Y así fue. Me puse a leerla de inmediato. Debo decir claramente que no me ha gustado. Se lee muy fácil, hay continuamente eso que te dice “a ver qué pasa ahora” y ese “pero, esto qué es”, que van tirando de ti hasta el final. Pero no me ha gustado.
Al cebo de las leyes de la evolución y de una ficción sobre la próxima especie, la que va a surgir tras la nuestra (cuyo final ocurrirá precisamente por la propia ley de la evolución), le une una historia sin fuerza y unos personajes muy desdibujados, excesivamente “pobres”, que me llevan a la conclusión de que no me ha gustado.
Otra vez será, J.C. Somoza.

Al mismo tiempo, pongamos que el mismo día no sea que alguien saque la conclusión de que soy capaz de hacer dos cosas a la vez, terminaba yo mi primer puzzle de jubilado. Ahí es nada.

Los puzzles me gustaron en mi juventud. Creo que sería mejor decir que yo les gusté a ellos, pues no fueron pocas las noches que me dieron las tantas con ellos, con mi seso totalmente sorbido, aunque a la mañana siguiente hubiera que madrugar.
Fue una de las razones para abandonarlos: su absorbencia. Pero, ahora puedo recuperar aquel viejo interés por resolver un misterio que se sabe que tiene solución, que está en la tapa de la caja y que, por consiguiente, sólo dará los quebraderos de cabeza que podemos y queremos soportar.

El puzzle te mete en un mundo de pequeñas dimensiones, con mucho color, con imágenes atractivas, con bordes estrictos y bien marcados,… en su mundo. Un mundo del que queda fuera todas las portadas de la prensa, matutina y vespertina, que hoy (y la mayor parte de los días) desearíamos dejar ahí: fuera.

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