“El intenso calor de la luna” es la última novela de
Gioconda Belli.
Escribo sobre ella con la profunda sensación de
sentirme defraudado. Belli escribe bien, muy bien, es capaz de cargar su prosa
de una poesía bella y profunda, pero en esta novela sólo aparece esa cualidad
en contadas, muy contadas, ocasiones.
Estamos ante una novela “ya sabida”: la mujer no es
sólo sexualidad y lo que parece su final, la menopausia, puede convertirse en
el gran momento para revolucionar la vida propia y encontrar el camino que la
llevará a realizarse, más allá de su amante y constante dedicación a los hijos
y al marido.
Y es una historia “ya sabida” porque, si
teóricamente no aporta nada nuevo, la forma de relatarla es pura didáctica, muchas
veces cercana a lo panfletario, casi siempre difícil de creer por la mujer
elegida como ejemplo de “redención de la causa femenina.
Belli inventa una historia y, a medida que ésta acontece,
la va comentando, va dirigiendo la atención del lector (no sea que éste sea un
poco tonto) y estableciendo, incluso, el juicio que debe emitir.
A ratos escribe como si se tratara de una obra de
teatro en la que el ambiente se describe en rápidos trazos como si no fuera otra cosa que el escenario en
el que sucede el diálogo. Posiblemente quiere conseguir unos efectos visuales,
entendiendo que lo que importa es lo que allí se dice, el discurrir de las
ideas.
Claro que la novela está bien escrita, que se lee
sin ninguna complicación, que todo es muy fácil y muy claro, que lo único que
resulta discordante son algunos de los agobios de la protagonista. Claro que a
veces la prosa se hace bella. Pero nada más. Después de ver el lazo con el que
se adorna, poco queda del regalo esperado.
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